¿Quién mató al cura de La Arboleda?
Tiempo de historias ·
Los párrocos del barrio minero, de paseo por el monte, dieron las buenas tardes a dos desconocidos y recibieron como respuesta una lluvia de tirosDe pocos crímenes vizcaínos de hace un siglo se escribió más que del asesinato de Francisco Incháurraga, el cura de La Arboleda. Tan solo medio año después de la proclamación de la Segunda República, con las susceptibilidades ideológicas a flor de piel, la muerte a tiros del sacerdote dio lugar a artículos de tono altisonante y casi apocalíptico: se llegó a publicar, por ejemplo, que don Francisco había sido «inmolado bárbaramente al odio satánico de la demagogia». Pero todo ese revuelo, con un coro de voces escandalizadas que clamaban justicia, no tuvo ningún efecto dinamizador sobre la investigación, que avanzó envuelta en mil rumores y teorías conspiratorias, se prolongó durante años y concluyó en una sentencia de absolución. Se mantiene, por tanto, la incógnita: ¿quién mató al cura de La Arboleda?
La Arboleda, 1931
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Una calle El barrio de La Arboleda tiene una de sus vías principales dedicada al sacerdote asesinado. Se da la circunstancia de que la calle Francisco Intxaurraga fue escenario de un crimen a comienzos de 1990, cuando un hombre mató a su vecina de un tiro de escopeta.
En realidad, los religiosos asesinados bien pudieron ser dos. El 2 de noviembre de 1931, los religiosos que se ocupaban de la 'cuasiparroquia' de La Magdalena salieron a dar su paseo de todas las tardes. Eran Francisco Incháurraga, de 45 años y natural de Munitibar, que llevaba ya catorce años en el barrio minero, y su primo Félix Zamalloa, de 31 años y nacido en Amorebieta, que compartía las tareas pastorales con su pariente desde hacía un lustro. Minutos antes de las seis, los dos curas caminaban por el tramo arbolado de Los Castaños, cerca ya del barracón de los enfermos infecciosos, cuando se cruzaron con «dos jóvenes de aspecto obrero», según la descripción que recogió 'El Noticiero Bilbaíno'. Los sacerdotes les dieron las buenas tardes y solo recibieron a cambio «una especie de gruñido», o al menos así lo relató la crónica de 'El Liberal'.
En cuanto rebasaron a los desconocidos, estos se volvieron, sacaron sendas armas cortas y abrieron fuego varias veces sobre los religiosos. Al parecer, según la reconstrucción de los hechos que hicieron las autoridades, cada uno de ellos se centró en una víctima. Don Francisco se desplomó sobre su bastón, muerto en el acto de dos balazos en la cabeza. Don Félix, alcanzado dos veces en la espalda y sangrando por la boca, logró arrastrarse hasta el barracón, donde salió a socorrerle la viuda que estaba a cargo del centro. Para entonces, los atacantes ya se habían volatilizado entre las sombras del atardecer, ya que en la zona no había alumbrado.
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Don Félix fue trasladado en el autobús de línea a la clínica del doctor San Sebastián, en Bilbao, donde se acabó recuperando de sus lesiones. El cadáver de don Francisco, por su parte, se depositó en el Asilo de San Lorenzo, un centro de monjas donde recibían instrucción gratuita 350 niños. Días después, lo bajaron en el funicular de La Reineta para llevarlo a Munitibar, donde recibió sepultura.
Patas Cortas y el Pasmao
Mientras tanto, la Guardia Civil se hizo cargo de una investigación que dio lugar a incontables rumores y habladurías. Según elucubraron los diarios, parecía muy probable que el objetivo primordial del ataque no hubiese sido Francisco, sino Félix, «menos transigente y tolerante» que su primo mayor. 'El Liberal' recordó que, en un sermón reciente, el sacerdote se había mostrado «poco comedido» al tratar la controvertida cuestión de la religión y la enseñanza, y evocó también una ocasión en la que irrumpió de madrugada en la taberna de Gorgonio Tijero, próxima a la casa cural, para reprender a unos juerguistas que coreaban canciones anticlericales. El propio cura admitió, en conversación con 'El Noticiero Bilbaíno', que varias mujeres «parece que andaban soliviantadas» por un sermón en el que había tocado el tema del divorcio. Y se hizo notar, asimismo, que años atrás los curas habían denunciado a algunos blasfemos e incluso a una familia que enterró a un difunto por lo civil.
Cundían las hipótesis, algunas rondando lo descabellado. Se dijo que el atentado había sido meticulosamente planeado en una siniestra reunión celebrada en un bar del pueblo. Se sugirió también que quizá los dos curas tenían resentimientos entre ellos y se habían acometido mutuamente a tiros. Y no faltaron izquierdistas que atribuían lo ocurrido a una estrategia conservadora para criminalizar a los movimientos progresistas. El juez de distrito interrogó a medio pueblo: por su despacho pasaron personas como Cristeta, propietaria de una tienda de tejidos, o Sabina, la dueña del popular restaurante de Sabina la Vascongada. Pero, a la vez, no dejaban de circular historias sobre otros personajes de consistencia misteriosa, como los matones Piernas Largas, Patas Cortas y el Pasmao o el vecino del pueblo Ricardo de Diego, de quien decían que había acabado loco a raíz de la denuncia de un sacerdote por no haberse descubierto al paso de un sepelio.
Así pasaron los años. En noviembre de 1934, tras un tardío chivatazo, se detuvo a dos sujetos que se declararon autores del homicidio. Se trataba de Ángel Allúa, de 24 años y natural de Canales de la Sierra, en La Rioja, y Claudio Sánchez, de 23 años y de La Arboleda. Pero en el juicio, celebrado en junio de 1935, ambos argumentaron que su confesión había sido fruto de las presiones de los guardias y resultaron absueltos, porque no existía ni una sola prueba contra ellos.
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