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Javier Iruarrizaga muestra la reproducción de una punta de lanza del siglo XVI. MANUELA DÍAZ
Las lanzas de Velázquez partían de Elorrio

Las lanzas de Velázquez partían de Elorrio

Javier Iruarrizaga ahonda en la tradición lancera de la villa, que abasteció al ejercito español en Flandes. El hierro se extraía de Udalaitz y la madera de los frenos

MAnuela díaz

Sábado, 3 de noviembre 2018

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Cuando el elorriarra Javier Iruarrizaga visitó el museo del Prado, se sentó en un banco frente al cuadro 'La rendición de Breda', también conocido como 'Las Lanzas', de Diego Velázquez. «Desconozco el tiempo que estuve frente al cuadro, pero sí recuerdo cómo una empleada se acercó a mí y me preguntó si me pasaba algo. Yo emocionado, le contesté que esas lanzas las hicieron mis antepasados». Durante más de tres años, ha investigado su árbol genealógico para darse de bruces con la tradición lancera de su familia, que abasteció de picas al ejército español en Flandes.

Según recoge en su libro 'Ortuguren. Memorias de un caserío de Elorrio' (1566-2013), publicado hace cinco años, el oficio de lancero en su familia se retrotrae al siglo XVI . Testimonios substraídos de diversos documentos dejan claras muestras de que los habitantes del caserío cultivaban viveros de fresnos y que, en ese mismo siglo, Gregorio de Ortuguren tenía ya como oficio el de lancero. Su sucesor y tercer propietario del caserío Ortuguren en línea troncal directa, Cristóbal de Ortuguren, vio en la herrería de su caserío y en la plantación de fresnos un mercado para la posterior transformación en picas «bastante apetecible para la época tan convulsa que en aquel entonces vivía parte importante de España y Europa». No es de extrañar que precisamente en Elorrio se encontrara junto al caserío una punta de lanza del siglo XVI por parte de los hermanos Eduardo y Alberto Sardón Arriola-bengoa. Una reproducción a escala realizada por el restaurador marquiñarra César Alcoz se conserva en el caserío Ortuguren.

Yunque en el que se trabajaban las lanzas y un espectacular troje, mayor que el del museo San Telmo.
Imagen principal - Yunque en el que se trabajaban las lanzas y un espectacular troje, mayor que el del museo San Telmo.
Imagen secundaria 1 - Yunque en el que se trabajaban las lanzas y un espectacular troje, mayor que el del museo San Telmo.

Jose Antonio Azpiazu, autor del libro 'Picas vascas en Flandes. Historia de Armas de Euskal Herria', apunta en el prólogo de la obra de Iruarrizaga que la presencia de Elorrio en la fabricación de picas o lanzas «hizo a la villa merecedora de un especial título vinculado a esta industria, el de los famosos 'lanceros de Elorrio'». Aplaude la investigación realizada por Iruarrizaga, que pone de manifiesto «que el destino de los habitantes del caserío estuvo tradicionalmente muy unido al mundo de las picas», al tiempo que «ha contribuido a dar un ejemplo de una realidad que, sin duda, se puede aplicar al conjunto de Elorrio», señala.

En este sentido, Iruarrizaga matiza que «el 70% de los caseríos de aquella época -primera mitad del siglo XVII- se dedicaban a la fabricación de picas, aunque habría que investigarlo con mayor detenimiento». Esta circunstancia influía directamente en elpaisaje de entonces, «muy diferente al actual». Los robles, pinos y avellanos de hoy serían entonces viveros de fresnos, material apropiado para el asta de las lanzas, de hecho es posible toparse con algún ejemplar de estos árboles dando un paseo por la villa.

El hierro para las puntas de lanzas, así como las anillas o sortijas y su clavazón, lo extraían de las muchas vetas de hierro de calidad que contaba el monte Udalaitz, de donde se abastecían las fraguas de la zona para la «fabricación de herramientas para la agricultura, clavos, piezas necesarias para construir iglesias, barcos, presas, carros de transporte e incluso armas», sostiene.

Piezas de museo

En el caso del caserío Ortuguren del barrio Zenita de Elorrio aún se conserva el fuelle de grandes dimensiones que «les sirvió, tanto a nuestro bisabuelo como a sus antepasados, para poner a punto la fragua que se movía por la fuerza de las poleas y contrapesos, de ahí que estaríamos entonces ante la antiquísima 'herrería de Zenita'», que se mantuvo activa hasta el siglo XX.

Estos trabajos, que se llevaban a cabo en buena parte de los caseríos de Elorrio, convertían a los campesinos en «mercaderes que respondían a las demandas de los oficiales reales con su propio producto o con el recogido en los talleres en que se convirtieron las estancias bajas de los caseríos», explica Azpiazu.

El escritor alaba también el esfuerzo de la familia por mantener el legado de aquel entonces. Además del fuelle, conserva un troje o espacio de almacenaje del siglo XVIII de unas dimensiones (1,65 de anchura y altura, y 2,60 de largo) mayores que el que se exhibe en el museo de San Telmo y una puerta de hierro del siglo XVI y un bertso en euskera vizcaíno del siglo XVII.

En recopilar la historia del caserío fundado por Joan y Francisca Ortuguren en 1566, Iruarrizaga invirtió tres años. En este cometido tuvo una gran influencia su amama María de Uribarrena Maiztegi, que supo transmitirle «un cariño especial hacia el caserío y el respeto hacia nuestros antepasados».

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