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Recreación actual de justas medievales en Hospital de Órbigo, León. Carlos Velloso
166 lanzas rotas por amor

166 lanzas rotas por amor

Tiempo de historias ·

En 1434 don Suero de Quiñones desafió a todo caballero que quisiera pasar por el puente de Hospital de Órbigo. Lope de Mendoza, de linaje alavés, fue uno de los que aceptó el reto

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Sábado, 24 de noviembre 2018, 00:38

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El día de año nuevo de 1434 el rey Juan II de Castilla estaba con su corte en el castillo de la Mota, en Medina del Campo, cuando recibió una llamativa visita. Un caballero leonés, don Suero de Quiñones, se presentó con nueve compañeros, todos armados de blanco, con intención de pedir permiso para lanzar un desafío: quería retar a cualquier caballero que pasara por el puente de Hospital de Órbigo, entre León y Astorga, hasta romper 300 lanzas en todos los combates que fueran necesarios y en el plazo de 30 días, entre el sábado 10 de julio y el lunes 9 de agosto, esto es, 15 días antes y 15 después de la fiesta de Santiago. El objetivo de la gesta era liberarse de la prisión del amor de una dama, cuya identidad no reveló, y que le obligaba a llevar al cuello una argolla los jueves, símbolo de la atadura de su corazón. Una vez cumplido el desafío, su intención era quitarse la anilla y llevarla en peregrinación para presentarla a los pies del apóstol, en Compostela.

El rey aprobó con entusiasmo la idea y ofreció todo su apoyo para que pudiera realizarse. Además, puso a disposición del belicoso y enamorado caballero los servicios de su cronista, Pedro Rodríguez de Lena, para que tomara nota de todo lo que aconteciera. Así nació el Paso Honroso de Don Suero de Quiñones, un desafío que fue anunciado por toda Europa con la antelación suficiente como para que quienes quisieran combatir en él pudieran viajar hasta León. 68 caballeros se acercaron para cruzar lanzas con Suero o cualquiera de sus nueve acompañantes, los 'defensores' del puente. Hubo aragoneses, también catalanes y valencianos, algún alemán, portugueses y un italiano. Y hasta uno de linaje alavés.

El de Hospital de Órbigo no fue el único paso honroso que se disputó en la Edad Media. De hecho, se trató de una modalidad de justa muy popular en la primera mitad del siglo XV. En 'Las fiestas en la Edad Media', el historiador Miguel Ángel Ladero Quesada explica que la justa entre dos caballeros «nació a finales del XII y alcanzó su apogeo en el XV. Desde los años veinte de aquel siglo se difundió la costumbre hispánica de separar a los contendientes por una 'tela' intermedia para que pudieran correr y ajustar su puntería».

Los pasos de armas nacieron a finales del siglo XIV inspirados «en temas de las novelas del ciclo bretón, relativas al rey Arturo». El paso consistía en que «un caballero se comprometía a defender como mantenedor un vado, puente u otro punto de tránsito obligatorio, mediante combates singulares con otros caballeros aventureros hasta ser vencido o concluir el plazo y condiciones fijadas en la carta de desafío que se publicaba para atraer contendientes». En Castilla «fue en tiempos de Juan II (1406-1454) cuando tuvieron lugar los pasos honrosos más conocidos», como el de Suero de Quiñones.

El desafío del leonés se organizó a lo grande. Segundo hijo de Diego Hernández de Quiñones, merino mayor de Asturias, Suero pertenecía a una familia muy rica, poderosa y con numerosas posesiones, así que se permitió tirar el castillo por la ventana. Hizo que se acondicionara una gran liza, con graderíos para el público y una tribuna para los jueces, además de numerosas y lujosas tiendas de acampada para los contendientes. Si cualquier caballero quería participar pero no podía permitirse el costo de caballos, armaduras y armas, él los ponía de su bolsillo. Si un participante perdía un caballo o su equipamiento, Suero los reponía. Dispuso que hubiera comida, alojamiento y asistencia médica –con los mejores médicos y cirujanos que pudo encontrar– para ofrecer a toda una corte señorial en combate y fiesta durante un mes.

Dejar el guante

Las reglas del Paso Honroso eran estrictas e incluían normas como que todo aquel caballero que prefiriese no intervenir y quisiera pasar por el puente, tenía que dejar una espuela en señal de cobardía. Si una «señora de honor» pasaba a menos de media legua sin defensor, debía dejar el guante de la mano derecha, para ser convenientemente recogido y defendido por uno de los participantes. En cuanto a las justas en sí, se podían cabalgar las carreras que fuese necesario hasta romper un máximo de tres lanzas entre los dos contricantes o hasta que uno quedara malherido o fuera de combate.

El puente medieval de Hospital de Órbigo, por donde pasa el Camino de Santiago.
El puente medieval de Hospital de Órbigo, por donde pasa el Camino de Santiago. Ramón Gómez

Gracias a la minuciosidad notarial del cronista del rey, cuyo 'Libro del passo honroso de Suero de Quiñones' fue resumido por el franciscano Juan de Pineda un siglo después (1588), se conocen al detalle todos los enfrentamientos celebrados. Salvo el 25 de julio, que no se luchó por ser festividad de Santiago Apóstol, el 'programa de actividades' fue el mismo durante 30 días: por la mañana, misa; después, todo una jornada de combates; por la noche, banquete gargantuesco. También hubo un muerto, casi al final, pero eso no interrumpió el desafío. Se llamaba Esberte de Claramonte, era aragonés, hizo 9 carreras, rompió una lanza y acabó con la punta de la de su rival atravesada en la cabeza.

El cronista también recogió anécdotas menos cruentas, como la del caballero Francés Davio que, derribado, creía estar en las últimas y afirmó su voluntad de «no volver a tratar con monja, ni a amarla» en caso de salvarse. Luego reconoció que había llegado al Paso por el amor de una religiosa y que, en adelante, si volvía a caer en la tentación, cualquiera lo podía «retar por malo, sin que él pudiese responderle en ningún lugar». Este detalle soliviantó al cronista: «Si tuviera alguna nobleza de cristiano, o siquiera la vergüenza natural con que todos procuran encubrir sus faltas, no pregonaría un sacrilegio tan escandaloso, tan en deshonra del estado monacal y tan injurioso para Jesucristo».

El día antes de que el amante de monjas hiciera público su secreto, el 15 de julio, llegó a la liza el que parece ser el único caballero de origen vasco de la lista de contendientes. Era del linaje alavés de los Mendoza y se llamaba Lope. La crónica detalla solo que era «hijo de Diego Hurtado, montero mayor del rey, y de la casa de Rui Díaz». El cargo mencionado fue desempeñado por la rama conquense de los Mendoza, los señores de Cañete, durante los reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos.

«Rompió su lanza en piezas»

Lope de Mendoza también había llegado al Paso para descalabrarse por amor. Combatió en calidad de conquistador contra Diego de Bazán, defensor y uno de los 9 de la compañía de Suero. En la primera carrera el de Mendoza golpeó «a Bazán en el guardabrazo izquierdo, desguarneciéndoselo», de manera que no lo pudo recomponer. «Rompió su lanza en piezas», mientras que él mismo fue alcanzado «en el varascudo del guardabrazo izquierdo» sin mayores consecuencias. En la segunda, Diego de Bazán golpeó a Lope en la silla partiendo su lanza, de modo que éste cabalgó con un trozo de la misma clavado «hasta el fin de la tela». En la tercera carrera no se acertaron. En la cuarta Bazán tocó a Mendoza, pero ninguno partió su pica ni «tomó revés».

Un caballero se dispone a entrar en liza en una recreación del Paso Honroso.
Un caballero se dispone a entrar en liza en una recreación del Paso Honroso. Carlos Velloso

El quinto encuentro fue algo más violento. Bazán alcanzó a su rival en la lanza y despuntó algo la suya, mientras Mendoza le dejó el brazo derecho sin protección, aunque no partió su asta. En el sexto la cosa fue a más. Bazán golpeó a Mendoza en el brazo izquierdo, destrozando su coraza y despuntando su propia arma, que no se quebró. Pero Lope «le hirió a él en la falda del guardabrazo izquierdo», destrozándolo y «despuntó el hierro de su lanza en él». Bazán recibió el impacto en el pecho, «derecho en el corazón, sin herirle, pero haciéndole una buena señal». El de Mendonza «rompió allí su lanza en rajas», mientras su rival «tomó un gran revés» y cayó derribado, «con lo cual acabaron sus armas».

Lope de Mendoza ya había participado todo lo que las reglas del Paso le permitían. Pero no le pareció suficiente y recurrió a Suero para pedir una 'prórroga'. Le explicó que «él había hecho aquellas armas en servicio de una dama a la que mucho amaba» pero por la cuál «no era amado». Por ello le «suplicaba le dejase hacer más armas», a ver si así ganaba la voluntad de la señora. Suero de Quiñones le respondió que él mismo iría a donde la dama en cuestión a «notificarle qué buen caballero y gran guerrero le servía», pero las normas eran las normas y no podía combatir más. Como detalla el cronista en la relación final –el 'marcador'–, Lope había hecho 6 carreras en un combate en el que se había quebrado el máximo de 3 lanzas.

El Paso concluyó sin que se rompieran las 300 astas previstas. Se corrieron 727 carreras y se partieron 'solo' 166 lanzas. Suero de Quiñones y sus compañeros peregrinaron hasta Santiago, donde el caballero entregó su argolla amorosa. Al año siguiente se casó con Leonor de Tovar, a la que todas las conjeturas señalan como la señora a la que su corazón había estado encadenado.

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