Una juerga cósmica en Bilbao por el paso del cometa Halley
El penúltimo paso del astro celeste aterró a algunos vizcaínos, pero sobre todo se convirtió en excusa para un «derroche de buen humor, alegría y vino»
Domingo, 11 de septiembre 2022, 01:23
El cometa Halley se puede contemplar a simple vista desde la Tierra cada 75 años, más o menos, y su paso ha estado rodeado históricamente ... de miedos y de augurios nefastos. En mayo de 1910, la penúltima vez que nos honró con su visita, los mensajes tranquilizadores de los científicos coincidían en los periódicos con noticias sobre reacciones dramáticas: en París, un muchacho de 16 años se ahorcó diciendo que «prefería morir así a que lo asfixiase el cianógeno de la cola cometaria»; en Roma, se recibieron «numerosos telegramas dando cuenta de suicidios y de casos de locura»; en Cádiz, «el pánico fue general» y «el dueño de la fonda del Correo se marchó al pueblo para morir junto a su familia, dejando a los huéspedes sin cenar».
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Bilbao, 1910
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Omnipresente En 1910, el cometa aparecía de manera obsesiva en los medios de comunicación. He aquí, a modo de ejemplo, un breve de 'El Noticiero Bilbaíno' titulado 'La cola del cometa': «El día en que el cometa Halley debía pasear su cola por la tierra, se fugaron de sus respectivos domicilios una pareja de enamorados. Pasaron 15 días en Barcelona dedicados al estudio de los fenómenos celestes y hoy fueron detenidos».
¿Y en Bilbao qué? ¿Se abandonó la población a esa sensación de catástrofe inminente que precedía siempre al Halley? Parece que hubo gente aterrada, sí, pero la respuesta más generalizada fue de choteo y juerga: al fin y al cabo, una de las maneras más lógicas de prepararse para un apocalipsis es disfrutar como si fuera nuestro último día en la Tierra. «Pocas veces hemos visto tan gran derroche de buen humor, de alegría... y de vino», resumía el cronista de 'El Liberal'. Con la excusa respetabilísima de la observación astronómica, la población se escapó en masa a los montes más cercanos –Santo Domingo, Artxanda, Pagasarri...– y montó una romería cósmica y desenfrenada, una especie de San Juan anticipado. El alcalde en funciones, señor Fatrás, se dejó arrastrar por el ambiente y dio permiso para que las tabernas estuviesen abiertas toda la noche. «Cree que no se pueden ver los cometas sin empinar el codo», ironizó 'La Gaceta del Norte'.
La noche del 19 de mayo, incontables bilbaínos salieron al campo a pie, en carruajes «y hasta en algún automóvil» para comprobar si el cometa se dejaba ver o no. Algunos iban disfrazados de magos, o más bien envueltos en colchas que podían parecer túnicas, y tampoco faltaron los atuendos fúnebres de enterrador con chistera. ¡Incluso hubo unos cuantos, todavía más macabros, que salieron luciendo a modo de collar cuerdas con un nudo corredizo!
'El Liberal' publicó una crónica muy divertida de aquella loca madrugada que tituló 'El timo del cometa', porque nadie (o, al menos, nadie sobrio) logró atisbar el Halley. «Las innumerables rondallas que recorrieron la villa subieron carretera de Begoña arriba correctamente formadas con sus faroles, sus atributos astronómicos y sus descomunales botas de vino, tocando armoniosamente. Al bajar fue cuando no hubo armonía ni formación correcta. Cada cual bajó como pudo», escribía el periodista, que lamentablemente no firmaba su texto.
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«Arriba –continuaba aquel colega de 1910– un gentío abigarrado se desparramaba por las praderas, rasgando el aire el guitarreo y el eco de las coplas que acompañaba a las danzas. Las botas de vino se deshinchaban con rapidez alarmante. Otros supieron idealizar más la velada y, separándose del núcleo de la muchedumbre, se perdieron por vericuetos y sendas donde el Amor tejió sus misterios».
Estacazos y un muerto
Pero no solo hubo besos más o menos furtivos, sino también estacazos en público, como era costumbre en cualquier aglomeración humana durante aquellos años tan ideologizados de principios del siglo XX. Cerca ya del amanecer, unos cuantos jóvenes republicanos y socialistas se paseaban con una bandera roja, cantando 'La Marsellesa' y 'La Internacional', y al ir a refrescarse en una fuente se toparon con una cuadrilla de nacionalistas. Intercambiaron los tradicionales «viva España» y «muera España», empezaron a pelearse con fiereza y, como había poca luz, varios de ellos se cayeron aparatosamente por un terraplén. Se atendió a tres heridos: un carpintero de 25 años, un escribiente de 22 y un barbero de 14. Peor aún concluyó la noche para el marinero alemán Carl Rohl, tripulante de un vapor holandés que estaba cargando en Olabeaga: el hombre salió con unos compañeros a ver el cometa y, al regresar, resbaló, se precipitó por un barranco y acabó muerto sobre las vías del tren de Portugalete.
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Parece que aquella noche nadie consiguió ver la famosa cola, que fue objeto de mil chistes más o menos groseros. Unos bromistas lanzaron un globo adornado con bengalas que, durante un momento y en la distancia, engañó a algunos espectadores. Sin embargo, en las jornadas siguientes empezaron a surgir testimonios de personas que aseguraban haber sido testigos del paso del esquivo cometa. Por ejemplo, un grupo de vecinos de Carranza, que fueron objeto de bastantes chanzas, pero también el corresponsal de 'La Gaceta' en Orduña (que hablaba de la «rara y fugitiva presencia» del Halley) o un colaborador de 'El Liberal' residente en Castro (quien, quizá menos poético, comparó el cuerpo celeste con «un farol de automóvil»).
Desde la redacción del periódico le respondieron que, hartos de los nubarrones y el encapotamiento, los bilbaínos ya no aspiraban siquiera a ver el Halley y se conformaban con contemplar un ratito el cielo azul.
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