La incómoda visita a Bilbao del Amadeo, el rey electo al que no quería casi nadie
Tiempo de historias ·
Las autoridades recibieron con fría y formal oficialidad al monarca y la Iglesia le dio la espalda. Él se entretuvo en el Arriaga mirando a las señoras «con atención no muy conforme a la etiqueta»En agosto de 1872, ahora hace 150 años, tuvo lugar la visita a Bilbao de Amadeo de Saboya, rey de España entre enero del 71 y febrero de 1873. Llegó el jueves 7 de agosto y marchó el lunes 13, tras retrasar un día la salida, por la fuerte tormenta. Viajaba en la fragata Vitoria, de las principales de la armada, llamada así por la batalla de Vitoria. Aseguran que Amadeo le cambió el nombre por Victoria, en honor a la reina, y que luego recuperaría el nombre alavés, pero cuando vino a Bilbao se llamaba Vitoria.
El viaje ha quedado en la memoria bilbaína por dos circunstancias locales. El rey inauguró la Casa de Misericordia construida en San Mamés, que por tanto cumple siglo y medio. Y fue en aquella visita cuando se inundó la Plaza Nueva y se organizó un espectáculo veneciano. Quizás la fantasía bilbaína ha magnificado algo este festejo. En su momento no se le otorgó la importancia que se le ha dado después ni hubo tiempo material (ni ganas) de montar una gran festividad acuática.
El Ayuntamiento supo el 29 de julio que venía el rey, que estaba en Santander. Para mejorar la imagen del monarca, poco popular, se decidió que visitase San Sebastián y Bilbao, adonde iría en barco. Era arriesgado marchar por tierra, por la agitación carlista.
Las actas municipales no reflejan entusiasmo de los concejales por la visita, pero sí deseo de agradar, dejando alto el pabellón bilbaíno. La recepción sería «respetuosa y digna pero modesta». No había que echar la casa por la ventana ni pasarse en los gastos. Había otra razón, que expuso un concejal y recogen las actas sin protestas, pese a que era políticamente incorrecta. «No siendo la mayoría del pueblo adicto al rey Don Amadeo» la acogida no debía ser «ruidosa», «para que no haya disturbios». Muchos vizcaínos eran carlistas, opuestos a un rey demócrata y extranjero. Entre los liberales no había adhesiones unánimes. «El monarca de los 191» lo llamaba la prensa, aludiendo al número de diputados que en las Cortes lo habían votado como rey.
Se añadían los recelos de la Iglesia, con importancia en el País Vasco por su perfil carlista. Además, era hijo de Víctor Manuel II, al que llamaban «el carcelero del Papa», porque, tras la unificación de Italia y la desaparición de los Estados Pontificios, el Papa se había confinado en el Vaticano.
El Ayuntamiento reparó y habilitó los lugares en los que iba a estar el rey, además de ornamentar teatro y calles, procurando una buena imagen. «Es el retrato de un Bilbao que lejos de adular al monarca, lo que persigue es un reconocimiento de ciudad capitalina que buscaba su promoción en el norte de España», resume María Jesús Cava.
Decidieron que el rey inaugurarse la Casa de Misericordia, recién acabada. No hubo mayores solemnidades. La visita consistió en recepciones de autoridades en el Instituto, un par de viajes por la ría, a Las Arenas y Portugalete, y otro a las minas en Ortuella, actos religiosos en Santiago y Begoña, sesiones de teatro y algún paseo por el Arenal, el Campo Volantín y la estación.
El rey se alojó en la casa-palacio que el financiero de origen alavés Andrés Isasi, marqués de Barambio (título otorgado por Amadeo), tenía entre Bidebarrieta y el Arenal.
No empezó bien la visita, pues autoridades y tropas le esperaban a las 5 de la tarde y no llegó hasta las 8.30, por el aguacero. No pudo entrar por la ría, perdiendo empaque el acto.
El día 8 de agosto se desplegaron las solemnidades. Al mediodía hubo recepción en el Instituto. Algunos comentarios fueron cáusticos. Dijeron que al saludar a los alcaldes les preguntó -a todos- a qué distancia estaba su pueblo de Bilbao (el rey no hablaba bien en castellano). A las 4 la tarde acudió a la Casa de Baños de Las Arenas, donde saludó a la viuda de Prim y presenció unas regatas. Los Aguirre estaban habilitando Las Arenas e intentaron que en el futuro fuese sede veraniega de los reyes, lo que no pudo ser (al año siguiente ya no eran reyes). Los hijos de Máximo Aguirre promocionaban la zona.
A las 8 de la tarde Diputación y Ayuntamiento ofrecieron un banquete en el Instituto, con las fuerzas vivas. Según las malas lenguas, Amadeo no habló y se limitó a gritar «Viva Bilbao» cuando se lo indicó Salustiano Olózaga, embajador en Francia, que acompañaba al rey.
Tras el banquete marcharon al Nuevo Teatro, en el Arenal, «visitando a su paso la Plaza Nueva, que habían convertido en un lago surcado por góndolas adornadas vistosamente, e iluminado a la veneciana». Esta nota de La Época resulta la única constancia coetánea de la inundación de la Plaza Nueva. El cuadro de Losada es una idealización posterior, pero, según recordaban quienes lo vivieron, fue algo vistosísimo. Cerrarían el desagüe de la fuente, convirtiendo la plaza en una especie de piscina. Hubo tres góndolas, que serían «chalupas camufladas». No fue iniciativa del Ayuntamiento sino, según recoge María Jesús Cava, probablemente lo financiaron tertulianos del Suizo. Gustó a los bilbaínos. La comitiva de Amadeo, en cambio, no le prestó gran atención. Pasaron por la plaza, miraron un rato y marcharon al teatro.
Se dijo que en el teatro el rey se durmió, si bien miró a las señoras «con atención no muy conforme a la etiqueta». Amadeo tenía fama de mujeriego, pero por lo que se ve no le perdonaban una.
Al día siguiente marchó en barco a San Mamés, donde inauguró la Casa de Misericordia, nombrándosele el primer «hermano mayor». Se quiso enaltecer el acontecimiento con un acta, pero por las prisas no llegó a prepararse de forma adecuada. El asunto decayó, tras un incidente chusco. Alguno propuso que firmase la hoja en blanco, ya podrían después el texto. La insólita idea de un rey firmando en blanco fue desechada.
Hubo que recurrir a «algunos clérigos sueltos»
Las reticencias eclesiásticas con Amadeo tuvieron consecuencias. El clero se negaba a prestar servicios religiosos (Te Deum en Santiago y misa en Begoña); el Ayuntamiento tuvo que suplicarlo a «algunos clérigos sueltos». Otro incidente insólito fue consecuencia del partido de pelota que se celebró en el frontón de Zabalbide. Participó José Aguirre, sacerdote y buen pelotari. Fue sancionado por el obispo. Pidió amparo y una compensación económica al Ayuntamiento, que accedió.
Hubo algún acto político, como la visita al cementerio de Mallona, donde estaban enterrados quienes combatieron en los sitios. Visitó también el obelisco que había en los terrenos de San Agustín, que conmemoraba la defensa de Bilbao y donde concentraron a antiguos Auxiliares.
Según el relato oficial, debido al Gobierno Civil, fue recibido con entusiasmo. Hubo arcos de triunfo, cohetes, colgaduras, etc. Verosímilmente la población estaría expectante, pero los actos transmiten un aire de oficialidad.
Según un periódico, «la actitud de la población sigue siendo indiferente». ¿El Gobernador Civil exageraba? Según su relato el entusiasmo se desbordó en Ortuella, adonde llegó el rey por el ferrocarril de Triano. Resulta raro. Unos meses antes allí habían abundado los carlistas y no resulta verosímil tal cambio en tan poco tiempo. Un periódico ironizó: el Gobierno Civil quería convertir a los carlistas en «acérrimos amadeístas»:
Al rey le acompañó parte de la corte, incluyendo los ministros de Estado y de Marina, dos generales, varios brigadieres, el embajador en Francia, además de una tropa numerosa. Se dijo que llegaron mil personas; serían menos, pero Bilbao era una población pequeña, unos 20.000 habitantes. La presencia foránea restó resonancia popular, si era posible. Y las críticas fueron constantes. Se comparaba con la visita de Isabel II, que unos años antes fue pródiga en caridades. En esto fueron injustos, pues Amadeo dio abundantes donativos. Se calculó que los costes de la visita serían altísimos, unos 20000 duros. Atinaron, pues estuvieron cerca. El Ayuntamiento podría alegar que había buscado una buena imagen, lo que sería del agrado de los bilbaínos. Eso sí, fue sin alharacas. Ni siquiera hubo corridas de toros, indispensables en las grandes festividades.
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