Tiempo de Historias

La huérfana, su novio y la navaja de barbero

Santiago decidió acabar con las 'relaciones ilícitas' que mantenía su sobrina y degolló al joven Juan. «Yo lo quería con verdadera locura», lloraba la chica

Domingo, 1 de mayo 2022, 00:05

Trinidad San Vicente, a quien algunos periodistas de hace un siglo se empeñaron en llamar 'la huerfanita' pese a haber cumplido ya los 24, no ... había tenido una vida muy feliz. Ni siquiera llegó a conocer a sus padres y acabó residiendo en Bilbao con su tía, Trinidad Sarradelo, que no la trataba precisamente con cariño. Cuando su tutora se casó con Santiago Azcutia, la huérfana se trasladó a vivir con el matrimonio en Gallarta, donde el hombre regentaba una barbería y ejercía de practicante: en aquel tiempo, era habitual que la misma persona se ocupase de rasurar caras, cortar el pelo y aplicar las curas prescritas por algún médico. Los tíos Santiago y Trinidad eran gente de mano viva, muy dados a educar a la muchacha a base de golpes: «Yo he sido muy desgraciada bajo la protección de mis tíos. ¡Cuántas palizas me han dado! El mismo día del suceso, por la mañana, mi tía me dio una soba fenomenal», confesó a un redactor de 'El Liberal'.

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Ese suceso al que se refería Trinidad truncó un prometedor giro en su biografía. Desde hacía cinco meses, la joven andaba muy ilusionada por su noviazgo con Juan Casado, un chico de su edad y vecino del mismo pueblo. Juan había trabajado en las minas pero, cuando las huelgas lo dejaron en la calle, consiguió un puesto de obrero en la fábrica La Vizcaya. De él decían que era guapo y atento, un socialista tranquilo que a menudo actuaba como mediador en las discusiones políticas, tan enconadas en aquellos años, pero a los tíos de Trinidad no les caía en gracia. ¿Por qué? Se comentó que, anteriormente, había tenido una aventura con una prima casada de la chica, pero lo que más preocupaba al matrimonio era la sospecha de que la huérfana y su novio habían llevado su romance al terreno físico ('relaciones ilícitas', las llamaban entonces) y planeaban escaparse juntos. La casa familiar de Gallarta la Vieja, aneja a la barbería, ya había sido escenario de violentos desencuentros: «Antes que terminar con él, prefiero la muerte», zanjó la joven una de aquellas broncas tan desagradables.

Gallarta, 1923

  • Una queja Un grupo de jóvenes gallartinas se quejó en la prensa de que acciones violentas como la de Santiago les complicaban la tarea de encontrar novio, ya que los mozos evitaban echarse pareja en el pueblo. «Si esta situación se prolonga, tendremos que emigrar», declararon.

El 10 de julio de 1923, Juan pasaba la tarde con unos amigos en la taberna de Antonio Pujana. A eso de las ocho, Santiago se presentó en el bar, invitó a una ronda y, en un gesto sin precedentes, se dirigió en tono amistoso al novio de su sobrina: «Y tú, pariente, ¿no quieres un txikito?». Después, lo convenció para que lo acompañase a casa, aunque el joven ya recelaba que le tenía preparada alguna encerrona. El relato más completo de los hechos lo aportaría después la joven Trinidad, que a aquella hora estaba ya en la cama -sus tíos le habían mandado acostarse pronto- pero se levantó al llegarle desde la cocina la voz conocida e inesperada de Juan.

«Me voy en sangre»

Empezó ahí una acalorada disputa que alcanzó su punto álgido cuando se confirmó que la pareja había mantenido relaciones sexuales. La tía Trinidad abofeteó a su sobrina, la envió de vuelta a su alcoba y le espetó a Juan: «Si yo, en vez de ser mujer, fuera hombre, te clavaba este cuchillo en el corazón». Entonces intervino Santiago, que siempre solía hacer mucho caso a su mujer: «¡Para este me basto yo!». Y, con una de sus navajas de barbero, le tajó el cuello. Lo hizo con suma pericia, seccionándole la yugular.

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«Me voy en sangre», logró decir Juan a su novia, que le acompañó hasta la farmacia. Allí le atendió otro practicante del pueblo, Patricio García, que se convirtió en destinatario de sus últimas palabras: «Patricio, cúrame, que me muero». El entierro del joven, dos días después, derivó en una emocionante manifestación de duelo colectivo: «No se recuerda en Gallarta acto tan imponente, ni hubo en otros episodios criminales declaración tan solemne contra los autores como la que ayer hicieron desde el burgués hasta el proletario», relató 'El Liberal'.

Y, con una de sus navajas de barbero, le tajó el cuello. Lo hizo con suma pericia, seccionándole la yugular.

De hecho, un nutrido grupo de vecinas se apostó ante la cárcel del pueblo con el propósito declarado de 'lynchar', como se escribía en la época, a Santiago y Trinidad: «Permanecen vigilantes, los ojos fijos en la puerta de la prisión, ansiosas de aplicar la justicia popular», describió el novelesco reportero. Una mujer apodada 'la Lubiana', que llevaba la comida a los detenidos, se vio asaltada por una hermana del muerto en una calle de Gallarta: «Las tarteras rodaron por el suelo. El hecho llegó a conocimiento de cuantos se encontraban en las proximidades de la cárcel, estallando una ovación ruidosa». Los guardias civiles que trasladaron al matrimonio, en carruaje hasta Portugalete y luego en tren a Bilbao, tuvieron que extremar las precauciones para evitar que fuesen víctimas de la indignación de sus paisanos.

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«Yo quería al pobre Juan con verdadera locura», se lamentaba la joven Trinidad, que anunció su propósito de quedarse a vivir con el anciano padre de su novio. Mientras tanto, la otra Trinidad, la tía, también se dolía por su pareja: «Ese ángel, por darme gusto, ha hecho una barbaridad», decía, en la celda contigua a la de su marido. En el juicio, celebrado un año más tarde, Santiago Azcutia fue condenado a doce años y un día de prisión, mientras que se retiró la acusación contra su esposa.

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