Los héroes vascos de los bombarderos decisivos para vencer a los nazis (a los que Spielberg recuerda en una nueva serie)

'Los amos del aire' refleja la vida de los tripulantes de las fortalezas volantes B-17 desplegados en Europa en la Segunda Guerra Mundial, entre los que hubo varios vascoestadounidenses, desde pilotos a artilleros

Jueves, 25 de enero 2024

Quizá «en ningún otro momento de la historia de la guerra ha existido una relación entre combatientes similar a la que se dio entre las dotaciones de combate de los aviones pesados de bombardeo», escribió Starr Smith, antiguo oficial de inteligencia de la 8ª Fuerza Aérea.

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Durante la Segunda Guerra Mundial, las tripulaciones de los aviones de esta unidad de las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos (USAAF) desplegadas en Inglaterra estuvieron formadas por «gentes de todos los confines de Estados Unidos y de todos los estratos sociales. Había graduados en Historia por Harvard y mineros de carbón de Virginia Occidental, abogados de Wall Street y vaqueros de Oklahoma, ídolos de Hollywood y héroes de fútbol americano», escribe Donald L. Miller, catedrático emérito de Historia John Henry MacCracken en el Lafayette College (EE UU), autor de 'Amos del aire' (Desperta Ferro Ediciones), exhaustivo estudio histórico que ha servido de base a la nueva serie producida por Steven Spielberg y Tom Hanks que, con el mismo título, se acaba de estrenar en Apple TV.

La nueva producción refleja la vida y la estrecha convivencia de los 'bomber boys', las tripulaciones de las fortalezas volantes B-17, diversas pero unidas por el riesgo que afrontaban en cada misión sobre la Alemania de Hitler, vuelos en los que las posibilidades de sobrevivir eran reducidas. «El actor Jimmy Stewart fue un 'bomber boy', como también lo fue el Rey de Hollywood, Clark Gable. Ambos sirvieron junto con hombres y muchachos que limpiaban cristales en las oficinas de Manhattan o cargaban vagones de carbón en Pensilvania», dice Miller. Estadounidenses, pero a la vez «polacos e italianos, suecos y alemanes, griegos y lituanos, nativos americanos e hispanoamericanos». Y vascos. «Hemos podido documentar 13 biografías de tripulantes vascos de B-17 volando en bases desde Inglaterra en unidades de la 8ª Fuerza Aérea, aunque probablemente iremos documentando más», apunta el investigador Guillermo Tabernilla, de la Asociación Sancho de Beurko, que está realizando una serie de 'shorts' sobre este tema en YouTube.

Miller y Tabernilla coinciden al señalar que el avión bombardero emblemático de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial fue el Boeing B-17, conocido como Fortaleza Volante por sus descomunales defensas –hasta 13 ametralladoras en su última variante–. «Convertido en uno de los pilares de la 8.ª Fuerza Aérea, fue popularizado por la propaganda y el cine hasta el punto de desplazar al otro bombardero pesado con el que compartió misiones en los cielos de Europa y Asia, el Consolidated B-24 Liberator», escribe Tabernilla en el estudio 'Alas de la diáspora en Estados Unidos', incluido en el libro 'Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial' (editado también por Desperta Ferro).

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Los vuelos de los B-17 estadounidenses eran diurnos –la RAF se ocupaba de los bombardeos nocturnos– y al principio se hacían sin escolta. «En octubre de 1943, menos de uno de cada cuatro aviadores de la 8ª Fuerza aérea completó su turno de servicio», 25 misiones. «Dos tercios de los hombres morirían en combate o serían capturados por el enemigo», escribe Miller.

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Y luego está el infierno que estos vuelos desencadenaban con sus descargas. Cada B-17 podía dejar caer entre 2.000 y 3.600 kilos de bombas, dependiendo del alcance de la misión, en la que los aviones se enfrentaban a la artillería antiaérea y a los cazas alemanes. La precisión brillaba por su ausencia. 61 ciudades alemanas fueron reducidas a «cenizas y escombros humeantes», dice Miller. «Tres millones de hogares se perdieron en la guerra». Murieron entre «500.000 y 600.000 no combatientes. En esta guerra murieron ancianos, mujeres y niños menores de cinco años». Porque «si tenías más de cinco años eras evacuado al campo, pero las madres se quedaban en la ciudad, muchas de ellas trabajando y con sus hijos al lado».

En el aire, el 'campo de batalla' «era una absoluta chatarrería. Metal volando. Seres humanos cayendo en paracaídas. En llamas. Aviones girando y sumergiéndose en lo que algunos aviadores llaman giros de la muerte». A una altura en la que nadie había combatido nunca hasta entonces. «Todo el mundo habla de 'Hermanos de sangre' y de los escuadrones de fusileros, pero no creo que ningún grupo de jóvenes en la historia del combate haya tenido tanta responsabilidad como estas tripulaciones de bombarderos», comenta Miller. «10 personas en un avión y, tal vez, el más viejo es el piloto con 22 años. 1.000 de estos aviones con 10 hombres en cada avión van a determinar si esa batalla se gana o se pierde».

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En la guerra moderna hay dos clases principales de bombardeo aéreo: estratégico y táctico. «Según la definición de la Fuerza Aérea el primero golpea a la economía del enemigo; trata de inutilizar su potencial bélico mediante golpes a su producción industrial, la moral civil y sus comunicaciones. El bombardeo táctico es el apoyo aéreo inmediato del movimiento de fuerzas de aire, tierra o mar. La 8ª Fuerza Aérea llevó a cabo los dos tipos de ataque, aunque al inicio de la guerra sus líderes esperaban dedicarse casi en exclusiva al bombardeo estratégico».

¿Fueron determinantes estos bombardeos masivos en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial en Europa? Es tema de debate entre especialistas, pero Miller cree que sí. En todo caso, el historiador recuerda que «destacados periodistas e historiadores han sostenido que el bombardeo estratégico no logró limitar la producción de Alemania y que el bombardeo de ciudades consiguió reforzar la voluntad de resistencia del pueblo alemán».

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Miller apunta que «los debates históricos en torno al impacto económico del bombardeo tienden a ignorar una de las aportaciones señeras del bombardeo a la victoria: su impacto en la guerra terrestre». A primeros de abril de 1945, ya apenas quedaba nada que bombardear en Alemania. Se había ganado la guerra al petróleo. Las plantas sintéticas estaban reducidas a un 6 por ciento de su producción normal y la producción de gasolina de aviación estaba detenida por completo. La campaña del petróleo 'le cortó las alas a la Lutwaffe' y dificultó la movilidad de la Wehrmacht, pues le impidió proteger los recursos carboníferos que alimentaban las plantas de petróleo sintético».

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