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Eran algo más de las dos de la tarde de un día apacible. El cabo de Old Head of Kinsale, en Irlanda, estaba a la vista y algunos pasajeros que se encontraban en las cubiertas de paseo del barco pudieron ver lo que pasó. Según sus testimonios, primero vieron la estela que dejaba el periscopio del submarino alemán. Después, la del torpedo que lanzó y que alcanzó al transatlántico por el lado de estribor. Hubo una explosión y poco después, mientras la nave se escoraba con rapidez, un segundo estallido, lo que llevó a varios supervivientes a declarar que habían visto un segundo proyectil.
Pero no. El capitán del U-20 de la Armada Imperial de Alemania, Walther Schwieger, apuntó en su bitácora, el día 7 de mayo de 1915, que solo le quedaba un torpedo cuando avistó el transatlántico. Había hundido ya tres barcos ingleses cuando anotó: «Frente a nosotros aparecen cuatro chimeneas y dos mástiles... El barco parece ser un buque de pasajeros de grandes dimensiones». Era el Lusitania, de la naviera Cunard Line, venía de Nueva York y llevaba a bordo 1.960 personas, entre pasajeros (1.264) y tripulación (693) más tres polizones alemanes. Murieron 1.193.
Uno de los supervivientes fue un joven bilbaíno, Vicente Egaña, de 28 años, que logró poner a salvo a varios pasajeros a los que llevó hasta los botes salvavidas mientras el barco se iba a pique en apenas 18 minutos. Egaña se convirtió en el héroe de aquella catástrofe bélica, que propiciaría la entrada de Estados Unidos en la Gran Guerra. El hundimiento, su impacto y la discusión sobre su legitimidad como acto de guerra fueron recogidos por los periódicos bilbaínos, que tardaron un par de días en descubrir que uno de los protagonistas del drama era un vecino de Olabeaga.
'El Pueblo Vasco', 'La Gaceta del Norte' y 'El Noticiero Bilbaino' se preocuparon al principio por precisar el número y la nacionalidad de las víctimas, discutir si en efecto el barco, que era inglés, navegaba bajo bandera de los Estados Unidos, si llevaba armas y munición de contrabando o si estaba armado con cañones, como aseguraban Alemania y los medios germanófilos.
Fue el 11 de mayo cuando los periódicos bilbainos dieron noticia de la heroicidad de Egaña, que recogieron de 'Le Figaro', de París, que, a su vez, lo tomó de 'The New York Times', que había destacado la heroicidad de «Vincente Egaña», «a young Spaniard», en la catástrofe.
'La Gaceta del Norte', que justificó el hundimiento del Lusitania, «auténtico barco de guerra», contó que «muchas mujeres y niños fueron salvados gracias al arrojo y esfuerzos del joven español» Vicente Egaña. «Este realizó actos de verdadero heroísmo durante la confusión que había para tomar los botes de salvamento. Egaña se negó a ocupar uno, cediendo el puesto a una señora y lanzándose él en busca de las mujeres y niños que estuviesen a bordo. Recorrió el barco de popa a proa, repitiendo esta operación varias veces. Sacaba en brazos a cuantos niños encontraba en los camarotes, depositándolos en barcas y dando aliento a las mujeres, que corrían alocadas, infundiéndoles valor, llevándolas en brazos a los botes y volviendo a internarse por las galerías y camarotes, permaneciendo y recorriendo el barco hasta que lo invadió el agua, arrojándose entonces al mar. Permaneció nadando largo rato, hasta que fue recogido por una canoa».
Los diarios bilbaínos recogieron las gestiones para que al joven se le otorgara la Cruz de Beneficencia y contaron sus visitas a Bilbao. «A las muchas felicitaciones que está recibiendo por su humanitario comportamiento, unimos la nuestra, muy sincera y afectuosa», decía 'El Pueblo Vasco' al dar cuenta de una de ellas, el 26 de octubre de 1915.
Pero ganó 'El Noticiero' al publicar ese día la misma historia con el dato comprobado de que Egaña era de Bilbao. Como respuesta, 'La Gaceta' envió a un redactor anónimo a hablar con su familia en Olabeaga y dedicó buena parte de su primera página del 12 de mayo a la entrevista.
De entrada, 'La Gaceta' subrayaba que el héroe era «bilbaíno neto». «Los periódicos de San Sebastián suponían que el héroe del Lusitania era un Egaña donostiarra», pero no. Era de Bilbao, de Olabeaga, y era la suya «una honradísima y conocida familia del barrio ribereño, donde goza de la pública y total veneración y cariño».
Componían la familia «el padre, don Leandro Egaña, la madre, doña Baldomera Aguirre, un hijo, Ricardo, de 32 años, residente en Puebla (Méjico), otro hijo, Félix, de 17 años, residente en la casa de Bilbao, una hija, la señorita Nicolasa Egaña, simpática e ilustrada maestra de Elorrieta (Deusto) y el citado Vicente, héroe en esta ocasión a bordo del Lusitania».
A los 16 años, Vicente había emigrado a México, donde se dedicó a varios negocios, sobre todo a la puesta en marcha de la «Compañia Cerillera de Puebla, propiedad de la razón social Egaña & Álvarez». Aparte de su espíritu emprendedor, destacaba 'La Gaceta' que Egaña era «un excelente católico práctico». Además, «en Puebla ha formado parte como actor excelente en algunas funciones dadas a beneficio del hospital y del Centro Español. Como buen vascongado, tampoco olvida el viril deporte de la tierra. Es un gran aficionado a la pelota». De hecho, tenía alquilado con unos amigos un frontón para jugar.
Su familia no sabía que Vicente iba a bordo del Lusitania, de cuyo hundimiento estaba al corriente «como todo el mundo que lee periódicos». Se enteró por un telegrama mínimo que el joven envió a casa nada más puso pie en tierra y que solo decía, en inglés, «Bien. Saludos.-Vicente».
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