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Competición de traineras en el cuadro 'Remeros', de Manuel Losada.
La gran regata de 1890

La gran regata de 1890

Tiempo de historias ·

El reto que enfrentó a las traineras de Ondarroa y San Sebastián fue seguido con pasión por la prensa, causó altercados y llevó a la ruina a numerosos apostantes

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Sábado, 7 de septiembre 2019

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En el invierno de 1890 tuvo lugar el desafío entre Ondarroa y San Sebastián. Las competiciones de traineras se estaban popularizando y esa regata tuvo una enorme repercusión social. Sin duda, fue el evento deportivo que hasta entonces se había seguido con mayor pasión en el País Vasco.

En las regatas celebradas ese año en las fiestas de agosto de Bilbao había resultado vencedora la trainera de Ondarroa: ahí empezó todo. Resulta que el Club Náutico de Bilbao le entregó un estandarte con el lema «Invencibles del Cantábrico». Quizás tal premio no pretendía sentar un principio universal, pero molestó en San Sebastián. No sería título oficial, pero los donostiarras aseguraron que no podían aceptar lo de «invencibles» sin que hubiese la prueba correspondiente: es decir, una regata. Aquel año no habían acudido los de Ondarroa a la Concha, pese a haber sido invitados, alegando que tenían que atender las actividades pesqueras. Habían ganado los Pescadores Veteranos de San Sebastián.

Las cosas fueron a mayores. Los donostiarras organizaron una comisión y lanzaron un desafío, para que compitiesen en una regata ambas tripulaciones, las que habían ganado en Bilbao y en San Sebastián; remarían con traineras de las que se usaban en las faenas de pesca, adjudicadas por sorteo. El reto iba muy en serio: fijaban 25.000 pesetas como apuesta, una cantidad considerable.

El desafío de 1890 fue una consecuencia del arraigo que estaban adquiriendo las competiciones de traineras. Con la pelota, fue el primer deporte que en el País Vasco alcanzó una popularidad de características modernas, mucho antes que el fútbol o el ciclismo. En la segunda mitad del siglo XIX se extendían las actividades deportivas, iniciándose el camino que las convertiría en espectáculo de masas y motivo de identificación popular, con una enorme capacidad de arrastre. Las regatas de traineras fueron pioneras en este proceso, con extraordinario seguimiento en los pueblos de la costa e interés en las principales ciudades.

Los precedentes de este deporte estuvieron en la rivalidad entre pescadores para llegar los primeros al puerto y en la regata mítica de 1719 entre Bermeo y Mundaka por la posesión de la isla de Izaro, una fabulación posterior. Las regatas como competición normalizada, sujetas a unas reglas previamente estipuladas, surgieron a mediados del XIX, seguramente tras la primera guerra carlista. En 1844 hubo en San Sebastián una regata en honor de Isabel II. La forma en que se llevó a cabo y la expectación que despertó sugieren que estas competiciones eran ya conocidas, pese a su carácter embrionario.

En 1854 hubo una durísima regata, previo desafío, entre Lekeitio y Ondarroa, que transcurrió entre el cabo de Santa Catalina y Getaria: terminó mal, suspendida por el abordaje de una a otra embarcación; medio siglo después continuaba los resquemores entre ambas poblaciones. Hubo otros desafíos célebres, como el de septiembre de 1871 entre Hondarribia y Pasaia.

Este deporte se popularizó a partir de desafíos ocasionales, pero además de los retos comenzaron a celebrarse competiciones regulares, previamente programadas. En las fiestas de Bilbao en 1861 hubo regatas. Acudió «un gentío enorme, agolpado en el puente, al lado del Arenal, del Campo del Volantín, por Deusto hasta Luchana que presenciaba con vivo interés la lucha». El público lo seguía en coches, en caballos, a pie… Las regatas se incorporaron a las fiestas como uno de los principales atractivos. Una fecha clave en el desenvolvimiento de este deporte fue 1879, cuando se celebró la primera regata de la Concha. Quedaba atrás la guerra carlista; el verano en la costa no era novedad, pero conocía un nuevo impulso, y era necesario crear esparcimientos para los visitantes. Dentro de la modernización de las costumbres estuvo la aparición de competiciones anuales, celebradas de forma regular y sujetas a normas.

Las traineras levantan pasiones, sobre todo en las localidades de la costa que se identificaban con la de su pueblo y la entendían como un signo de prestigio. Junto a las competiciones sujetas a programación siguieron produciéndose algunos retos. El de diciembre de 1890 fue el más célebre.

Una vez lanzado desafío no fue fácil llegar a la regata. Ondarroa aceptó el reto, pero ponía dos reparos a la propuesta donostiarra: rechazaba el trayecto que se proponía, entre Getaria y San Sebastián; y condicionaba la competición a que se celebrase después del 25 de noviembre, día de Santa Catalina, cuando se daba por terminada la costera del bonito.

Siguieron negociaciones: sobre el itinerario, sobre cómo se produciría la llegada de las lanchas, si en un punto o dos. No faltaron las acusaciones de que las pegas escondían el deseo de rehuir la lucha. De que había miedo –«Miedo. Nada más que miedo»-. La prensa, sobre todo la donostiarra, se volcó en el asunto, caldeando el ambiente. Se convirtió en un asunto público de primer orden.

10 millas entre Lekeitio y Getaria

El 28 de octubre se llegó al acuerdo, sorprendentemente prolijo: se habría de realizar entre Lekeitio y Getaria, 10 millas, con dos balizas de llegada y otras dos de salida. Los ondarreses aceptaron casi todas las condiciones donostiarras. Que nadie pensase que se echaban para atrás.

A partir de entonces la expectación fue creciendo. Y muy importante: empezaron a cruzarse apuestas en cantidades enormes. Hubo altercados: en una riña «enardecida» en Lekeitio (donde apoyaban a los donostiarras, recordando los enfados de la regata de 1852) alguno acabó «con la cabeza abierta». En San Sebastián «en una taberna riñeron también algunos marineros guipuzcoanos con los ondarreses». «Mojicones y bofetadas a cuenta de las regatas no faltan». Una mujer encargó misas en la Virgen de la Antigua para rogar que ganase Ondarroa: 250 pesetas. Cualquier medio valía.

Las apuestas fueron muchísimas, recoge la historiadora Olga Macías. Según la prensa, no llegaron a los dos millones que se decía, pero seguramente pasaron de 250.000 pesetas, una cantidad desorbitada. Bilbao, San Sebastián, Ondarroa, los pueblos de la costa: las apuestas se cruzaban con un furor que asombra. Alguno empeñó el colchón, un pastor de Hondarribi apostó una cabra.

La regata se fijó para el domingo 30 de noviembre: de Bilbao salieron dos vapores, desde San Sebastián cinco, acudieron muchísimas embarcaciones. No pudo celebrarse la competición ese día, por el oleaje y el frío. El tiempo empeoró el lunes: ocho grados bajo cero. Por fin, la regata tuvo lugar el 2 de diciembre, pese al frío. Un gentío siguió la regata por la costa, donde había vigías que daban cuenta de cómo iba.

Ganaron los donostiarras, con una diferencia de 1 minuto y 28 segundos. En San Sebastián se desató la euforia, con múltiples celebraciones y el correspondiente banquete. Para Ondarroa la derrota fue un desastre, literalmente. La pérdida de las apuestas significó la ruina del pueblo. Hubo quien perdió la lancha y las redes de pesca. El asunto llegó a tal extremo que se realizaron colectas en Bilbao para socorrer a los ondarreses. Como si hubiese sido un desastre natural.

«No más luchas»: la prensa llamó a que se acabasen retos de este tipo. «A nada bueno conduce ese género de torneos o de justas. Además de llevar la intranquilidad y la zozobra a las familias, puede acarrear acaso la ruina de muchos de sus individuos».

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