Oro gótico digno de una catedral: el retablo de Santa María de Lekeitio
Tiempo de historias ·
¿Por qué la iglesia de la villa marinera vizcaína cuenta con esta descomunal obra de arte que solo se puede comparar con los retablos de las catedrales de Toledo y Sevilla?Igor Santos Salazar
Jueves, 15 de septiembre 2022, 01:27
Igor Santos Salazar es doctor en Historia medieval por las universidades de Salamanca y Bolonia, y profesor de la Universidad de Trento (Italia)
La basílica de Santa María de Lekeitio es, sin duda alguna, uno de los edificios góticos más espectaculares de Bizkaia, y eso a pesar de los retoques a los que fue sometida a finales del siglo XIX (cuando recibió también el título de basílica), durante los años en los que toda Europa vivía en plena fiebre del neomedievalismo, perdida en los sueños de los prerrafaelitas, de Walter Scott y de Viollet-le-Duc.
El templo lekeitiarra, con sus arbotantes volando sobre las naves laterales para sostener la altura de la central, tiene algo de ballena encallada entre el caserío de la villa, con los costillares descarnados por la intemperie y las olas. Con esta iglesia sucede lo que sucede en tantos otros lugares y con otras tantas personas: no conviene dejarse engañar por las apariencias exteriores. El detalle más sensacional de la basílica se encuentra protegido en el interior del cetáceo, como un Jonás o un Pinocho que no querríamos ver jamás expulsados de su enorme vientre. Me refiero al retablo hispano-flamenco que adorna el altar mayor, obra de un conjunto de artesanos dirigidos por el entallador Perrin de Plumason y policromado por su cuñado el dorador García de Cristales (quien parece haber sido el principal responsable de la misma obra), como recuerda, a quién quiera leerlo (existe una magnífica edición publicada por Eusko Ikaskuntza en el ya lejano 1993), el 'Libro Padrón de Cuentas de Santa María'.
El retablo fue iniciado en una fecha difícil de determinar (pero anterior a 1509) y estaba ya concluido en 1511, cuando los artistas recibieron los últimos pagos por el trabajo y el oro necesario para su decoración, que se prolongó unos pocos años más. Se trata de un mueble de dimensiones descomunales para la iglesia parroquial de una pequeña villa marinera como lo era Lekeitio en los primeros compases de la Edad Moderna, más propio de una sede arzobispal encabezada por prelados de la más alta aristocracia del reino de Castilla que por mayordomos de un pequeño ayuntamiento (la iglesia, como muchas del Señorío, era de patronato municipal). De hecho, entre las de su estilo, la obra de arte vizcaína es superada en sus dimensiones sólo por los retablos mayores de las catedrales de Sevilla y Toledo, e iguala en hechuras al retablo de la de Oviedo.
Muchos, a lo largo del tiempo, se habrán preguntado los porqués de una obra tan desorbitada: las respuestas pueden ser varias (una fe y una espiritualidad necesitada de enjaezados; la voluntad de destacar en la eterna competición entre las villas vizcaínas…), pero los ricos fondos documentales del archivo municipal lekeitiarra y del que se conserva en la fortaleza de Simancas, irremplazable memoria de la Monarquía Hispánica, ofrecen datos para hilvanar una historia tan espectacular como el mismo retablo.
La fortuna del comercio marítimo desarrollado por las villas cantábricas durante todo el siglo XV no es un misterio, aunque necesite de nuevos y más profundos estudios. Los armadores y marineros de Lekeitio fueron protagonistas indiscutibles de aquel fenómeno económico y, en ese contexto, la iglesia supo navegar con las velas desplegadas en un mar de bonanza económica. Los maestres de las naos y de cualquier otro navío de la localidad portuaria debían entregar al templo el uno por ciento del montante de sus fletes comerciales, un privilegio que ya Isabel y Fernando decían ser muy antiguo «que de tanto tienpo aca que memoria de honbres no es en contrario» y que fue confirmado por la reina Juana (no la llamen loca).
Tales privilegios se fueron traduciendo en un caudal continuo de moneda sonante y de productos (pescado, trigo…) que los mayordomos de Santa María se encargaban de vender. Las cifras de ese impuesto eclesiástico debieron ser elevadas; eso permite suponer las quejas que sus receptores elevaron a la Corona para que se impidiera el escaqueo en los pagos. De todos modos, esa no fue la única voz de ingresos de una iglesia que actuó como un auténtico imán para ducados y maravedís: existía un bacín en su interior que se llenaba con los donativos de la grey local; la piedad de la población se traducía también en donaciones testamentarias y la hucha del templo engordaba con las rentas de las ferrerías y de la explotación de bienes y tierras de su propiedad...
Hubo que pedir un préstamo
Gracias a tales riquezas no sorprende encontrar en los archivos noticias sobre la capacidad de gasto de los administradores de Santa María y de las numerosas obras que, desde finales del siglo XV, hicieron del templo la joya que hoy admiramos, y todo ello a pesar de que algunos de los bienes que decoraban el interior del edificio se han perdido. Este es el caso de los ricos tejidos y guarniciones que Íñigo Ibáñez de Arteita, un navegante de Lekeitio muy presente en las fuentes de archivo (comerciante, corsario y pirata en según qué días y según contra quién), compró en diferentes viajes a Flandes e Italia por encargo de Santa María. En 1488 se dio licencia para valorar y pagar lo que se debiera a los propietarios de las casas que surgían alrededor de la iglesia, que debían ser sacrificadas para permitir la ampliación de su fábrica. Además, se retejaron el campanario y muchas capillas (reformas en la que participó, como en tantas otras, mano de obra femenina), se reconstruyó la casa del reloj y se realizaron un nuevo órgano, puertas nuevas y nuevas vidrieras.
Los gastos debieron ser ingentes si, en el momento de encargar el nuevo retablo, hacia finales del siglo XV, los mayordomos se vieron obligados a solicitar dinero en préstamo. El 'Libro Padrón' da cuenta de las cantidades anticipadas en el momento en el que se procedió a su devolución. El horizonte social de los prestamistas dice mucho sobre la amplia participación de los parroquianos en aquella aventura: escribanos, carpinteros, carniceros, sastres, maestres de nao, herreros… contribuyeron con sus monedas a que la enorme máquina de madera del retablo dedicado a María se hiciese realidad.
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En el silencio de las naves, los dorados y el brocado aplicado sobre las esculturas siguen, hoy como hace más de medio milenio, deslumbrando a quien visita Lekeitio. La ballena sigue conservando una joya en su vientre mientras el Cantábrico, insensible a los cambios en nuestra vida cotidiana, sigue meciendo con sus olas la vieja villa fundada por otra María, señora terrenal de Bizkaia.
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