El gordo de Navidad que revolucionó Bilbao y se fue a México
«Llevo cincuenta años labrando y seguiré haciéndolo, pues es muy saludable y no quiero cambiar mi salud por todas las loterías», declaró uno de los agraciados de 1908, un baserritarra de Galdakao
CARLOS BENITO
Viernes, 20 de diciembre 2019, 02:52
Los bilbaínos de principios del siglo XX estaban un poco desengañados de la lotería de Navidad. El gordo solo había caído en la villa una vez, en 1814, así que llevaban muchas décadas ya de espera y decepciones. El 22 de diciembre de 1908, cuando se supo que el primer premio había correspondido íntegramente a la capital vizcaína, la población se volvió medio loca, presa de un alborotado frenesí. Eran unos tiempos menos discretos y pudorosos que los nuestros, así que todo el mundo daba por hecho que se acabarían descubriendo los nombres de los agraciados. Y, en su mayoría, sí que se supo su identidad, pero de alguna manera ese conocimiento condujo de nuevo al desengaño, ya que la mayor parte de los seis millones se limitaron a pasar por aquí y marcharon hacia México.
Las primeras horas después del sorteo fueron de absoluto desconcierto. En la administración de la calle Correo, que había vendido los diez décimos del 35.819, el lotero Eusebio Azcarreta no soltaba prenda sobre los afortunados. Los reporteros de prensa husmeaban por aquí y por allá, pero no lograban dar con nadie que se hubiese llevado al menos un pellizco de los millones. Y, para colmo, empezaron a circular bulos. En la calle de la Estación, apareció un papelito doblado que resultó ser una participación de 40 pesetas en el gordo, pero pronto se localizaron más recibos similares y quedó claro que se trataba de la obra de un bromista. Los periodistas acudieron a toda prisa al mercado, ya que la vendedora de corderos Felipa Matías decía llevar un décimo que había repartido entre sus compañeras. «Vuelvan dentro de un rato y me pondré guapa», pidió a los fotógrafos, pero a continuación se esfumó: su historia era pura fantasía. La prensa también recogió el caso de un colchonero que jugaba una peseta en el 35.898, premiado con una pedrea, y creyó que le había tocado el gordo. «Convidó a varios amigos, se gastó ocho o diez duros, armó en un chacolí un formidable escándalo, le pegaron no pocos mamporros y dio con sus molidos huesos en la delegación. Ahí vio una lista de la lotería y se enteró de que le había tocado un duro. Ni que decir tiene que en el instante se le pasó la borrachera», resumía la crónica de 'El Imparcial'.
Pero, poco a poco, fueron aclarándose las cosas. La mitad de los décimos (y, por lo tanto, tres millones del premio) habían viajado hacia México. Los había comprado Francisco Abrega, un vizcaíno afincado en el estado de Puebla, donde estaba al frente de una gran explotación agrícola. Francisco tenía costumbre de venir todos los veranos al balneario de Urberuaga de Ubilla y, en su estancia de aquel año, había aprovechado para comprar la lotería de Navidad. Después había embarcado de regreso hacia América el 17 de septiembre, en el transatlántico 'Reina María Cristina', y había enviado una carta en la que relataba a un amigo la travesía, tan mala que «creyó perecer». Otro décimo apareció en Vigo, en posesión de Evaristo Padín, un tenedor de libros de la casa de comercio Giráldez y Compañía. Según recogió el 'Heraldo de Madrid', los compañeros de Evaristo le comentaron que con ese dinero ya se podía comprar una casa, y él respondió: «No me da por ahí».
Vacaciones de verano
Pero los dos décimos que más juego narrativo iban a dar eran los de José Miguel Gurtubay, ya que este baserritarra de Galdakao incumplía todos los tópicos sobre las reacciones que ha de tener un poseedor del gordo. En realidad, la lotería no la había comprado él, sino su hijo mayor, Álvaro, que tenía 30 años y llevaba nada menos que 17 afincado (¡otro!) en México. El hijo había pasado el verano con la familia y, antes de emprender el viaje de vuelta a su tierra adoptiva, había entregado a sus padres los dos décimos y les había pedido que no diesen participaciones a nadie.
José Miguel, de 51 años, y su esposa, Josefa Azcue, residían con cinco de sus ocho hijos (Gregorio, Valentín, Julián, Tiburcio y Cenobia) en el caserío del barrio de Etxerre. Los otros tres (el citado Álvaro, Federico y Felipe) habían emigrado a México. La prensa se refirió a la familia como «aldeanos acomodados», ya que poseían tierras, ganado y unos cuantos carros con los que solían asumir algunas contratas de obra. El día 23, cuando ya se conocía su buena suerte, Josefa bajó como todos los días a Bilbao, para vender la leche de sus vacas. Al verla cargada de vasijas y cestos, un conocido le habló así:
- Pero tire usted eso, ¿para qué quiere el dinero del medio billete?
-No tenemos más que dos décimos.
-¿Y le parece poco?
-¡Qué se yo, pues!
José Miguel, por su parte, acudió por la tarde a la administración de la calle Correo, para asegurarse del montante que le correspondía. 'El Imparcial' describió al casero como «un viejo vestido de blusa» y «el tipo clásico del aldeano vasco», con los décimos cuidadosamente plegados y guardados en la pechera. En medio del revuelo general, rodeado de esa excitación y esa efervescencia que siempre genera la lluvia de dinero, el bueno de José Miguel aparecía impasible. «Llevo cincuenta años labrando y seguiré haciéndolo, pues es muy saludable y no quiero cambiar mi salud por todas las loterías», declaró. Le dedicaron hasta serenatas, pero ni siquiera eso logró entusiasmarle. Un periodista de 'La Correspondencia de España' visitó al matrimonio en su caserío y los encontró absolutamente «indiferentes al suceso». Cuando preguntó a José Miguel si había telegrafiado ya a su hijo para comunicarle que les correspondían 1.200.000 pesetas, el campesino le respondió que no pensaba gastar dinero en ello y que ya se lo contaría por carta. Eso sí, el primogénito anduvo menos ahorrativo y, según hicieron constar los diarios, cablegrafió a su padre para pedirle que hiciese el depósito del dinero a su nombre.
El tercero de 'Cocherito'
De los otros dos décimos no se llegó a saber nada. Se rumoreó que entre los agraciados estaba el torero 'Cocherito de Bilbao', pero al parecer se trataba de un tercer premio. Se habló también del elenco de una obra del Arriaga, en la que actuaba «una tiplecita bastante guapa y un poco exageradamente sicalíptica» (en tales términos hablaba de ella el periodista de 'El Imparcial'), pero lo suyo resultó ser una pedrea.
Los principales afortunados no tardaron en poner al día sus asuntos financieros. José Miguel Gurtubay cobró su premio el 31 de diciembre y lo depositó en el Crédito de la Unión Minera, con la orden de que se girase un millón a México a través del Banco Hispano-Americano para que llegase a las manos de Álvaro. En cuanto al ganador de los tres millones, Francisco Abiega, volvió a cruzar el Atlántico y llegó a Bilbao a principios de febrero. Según detalló 'El Noticiero Bilbaíno', hizo una transferencia de 1.150.000 pesetas al Banco Hispano-Americano, dejó 1.800.000 pesetas en el Banco de España y se llevó el resto en efectivo. Lo primero que hizo con ese dinero fue entregar tres mil pesetas de gratificación al lotero que le había vendido la suerte, con la instrucción de que premiase con 125 pesetas a cada dependiente. Para ellos, fue algo así como una pedrea de Navidad en febrero.
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