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Parte de la ficha de Antón Irala como agente del Servicio Vasco de Información. D.M.
Los espías de Euskadi y el amigo americano

Los espías de Euskadi y el amigo americano

Tiempo de historias ·

El Servicio Vasco de Inteligencia decidió trabajar para el FBI en Latinoamérica y para los militares estadounidenses y la OSS, antecesora de la CIA, en Europa

David Mota Zurdo

Martes, 19 de febrero 2019, 00:58

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Durante la II Guerra Mundial, especialmente desde diciembre de 1941, el Servicio Vasco de Información o –'Servicios'– colaboró estrechamente con el Servicio Secreto británico, la OSS –agencia precursora de la CIA–, el FBI y la inteligencia naval estadounidense en labores de espionaje a las fuerzas del Eje en Latinoamérica. Pero el reforzamiento de la ley que regulaba a los agentes extranjeros, aprobada por Franklin D. Roosevelt e impulsada por presión de J. Edgar Hoover, que obligaba a la inscripción y registro en el Departamento de Justicia de aquellas organizaciones de espionaje que no fueran estadounidenses, provocó que los vascos focalizaran su atención en la OSS y el FBI.

Bajo su control, el espionaje vasco se profesionalizó e infiltró agentes en la mayoría de buques mercantes de matrícula española, construyendo una notable red con ramificaciones en España, Francia y América. Pese a obtener múltiples éxitos identificando a simpatizantes nazis y captando información sensible, su eficiencia se vio afectada por la pugna entre las agencias de información militares y civiles estadounidenses por el control de operativos. Precisamente, la OSS había sido creada para acabar con estos enfrentamientos jurisdiccionales y supervisar y analizar la información de militares y civiles llevando cabo operaciones no previstas por ellos.

Sin embargo, no funcionó porque se vio limitada por el FBI, que tenía exclusividad jurisdiccional para actuar en Latinoamérica, y el Ejército, con ámbito de actuación total debido a la situación bélica. Que así fuera limitó los planes del Servicio Vasco de Información, colaborador habitual de la OSS y su antecesora COI, que consideraban a los vascos una pieza fundamental en sus operativos por organizarse de manera independiente y contar con células de espionaje en Francia y España. Las intromisiones, primero de Carlton Hayes, embajador de Estados Unidos en Madrid, y posteriormente del Ejército, acabaron provocando que la OSS quedara relegada a un segundo plano, apartada de los operativos peninsulares. La OSS se vio, pues, abocada a la inacción ante las importantes atribuciones obtenidas por federales y militares.

Los militares no son la única opción

La situación fue más compleja. En primer lugar porque el desplazamiento de la OSS de España afectó directamente a la organización de inteligencia vasca que, obligada por las circunstancias, inició contactos con el Ejército; y, en segundo lugar, porque la mala situación de la OSS dio paso a una revalorización notable del papel y funciones del espionaje vasco. Meses antes de estos contactos, el general George Marshall había ordenado al grupo G-2 del Ejército que se pusiera en contacto con los vascos para intentar conseguir su colaboración en el establecimiento de enlaces de inteligencia en Francia, Bélgica e Italia.

A cambio, los militares les ofrecieron apoyo financiero ilimitado y formación en operaciones de espionaje y radiotransmisión para que, posteriormente, se pusieran a disposición del agregado del Ejército en Madrid. La OSS, que nunca dejó de mantenerse en contacto con los Servicios, solicitó entonces a los vascos que no colaborasen con los militares porque gracias a ellos podrían continuar operando en Latinoamérica.

En este contexto, cobró protagonismo la figura de Antón Irala, ex secretario de la presidencia del Gobierno Vasco. Desde su llegada a Estados Unidos en el verano de 1942, el vasco había actuado de enlace entre los Servicios y las agencias de información estadounidenses, coordinando, entre otras cosas, las actividades de colaboración con la OSS. Por eso, cuando a finales de noviembre de ese año intentó enrolarse en el Ejército de Estados Unidos -como ya había hecho Ramón de la Sota McMahon, destinado en Guadalcanal-, Gregory Thomas, director de la OSS en Nueva York, intervino para evitar que así fuera, pues consideraba que su ausencia dañaría los operativos vasco-americanos ya iniciados en Latinoamérica.

Thomas y su inmediato superior, el general William Donovan, tenían planes para Irala: contratarlo como asesor para una misión confidencial de la OSS y convertirle en el cerebro de sus operaciones tanto en Latinoamérica como para los proyectos a desarrollar en un futuro en la Península Ibérica. Con su nuevo estatus de enlace, Irala manifestó a los militares en la primavera de 1943 que colaborarían tanto con ellos como con la OSS y el FBI porque su principal deseo era «ayudar a América, cuya causa la sentimos como la nuestra». En puridad, los Servicios decidieron trabajar para el FBI en Latinoamérica y para la OSS y los militares en Europa.

Todos sospechosos

En el verano de 1943, Antón Irala se entrevistó con Jerome Doyle, del Special Intelligence Service del FBI, con el fin de establecer una colaboración exclusiva en América: tratarían solo con los agregados legales del FBI en las embajadas estadounidenses, de los que los agentes vascos recibirían misiones e instrucciones. Como contraprestación, los vascos recibirían 4.500 dólares mensuales y el lehendakari Aguirre se encargaría de distribuirlos porque los vascos colaborarían «por motivos patrióticos» y no tanto como contraprestación a sus servicios. El FBI tenía buenas referencias de los vascos: «son informadores extremadamente valiosos […] han estado ayudando a los agregados legales en muchos países […] podrían ser de extremo valor en el futuro, ya que el comunismo es actualmente uno de los principales problemas en Latinoamérica».

Meses antes, Irala ya había informado a los norteamericanos del «problema comunista» en estos países y había alertado a la OSS en un extenso informe de que debían poner medios para evitar la propagación tanto de estas ideas como de la imagen construida de los soviéticos de vanguardia resistente frente al nazismo. De hecho, advirtió que el comunismo se estaba preparando para llevar a cabo una auténtica revolución social que acabaría con la influencia estadounidense en este territorio. Así pues, Irala tiró la caña y los norteamericanos picaron el anzuelo: a finales del verano de 1943, los jefes locales de los Servicios acordaron con el FBI que espiarían al exilio republicano español, creando una red de infiltración que acaparara los principales círculos políticos, económicos y religiosos latinoamericanos. De este modo, en apenas unos meses, la organización vasca amplió sus labores de información para el FBI, investigando las actividades comunistas en estos países, junto con el control de los movimientos y operaciones de los nazis que ya venía realizando.

¿Convicción ideológica o estrategia?

Para mediados de 1944, la organización vasca, que estaba operativa en los principales países de habla hispana de norte, centro y sur de América, se reunió con el FBI para organizar las nuevas actividades. La agencia estadounidense solicitó una lista de 300 hombres vascos con direcciones, ocupaciones e información especial sobre su pasado, de los que Antón Irala debía designar a cinco para que se dedicaran exclusivamente a labores de investigación. Los elegidos tendrían que ser solteros, hablar inglés y actuar como enlaces entre los Servicios y el FBI durante un tiempo no superior a cinco meses. Por sus actividades, recibirían un sueldo de 300 pesos mensuales y el acuerdo de colaboración al que quedaban sujetos podría anularse si la información obtenida era insatisfactoria. Irala se quedó estupefacto con tales exigencias: el salario era muy bajo, no cubriendo ni una tercera parte de la inversión que conllevaban algunas misiones.

Hoover desconfiaba de los vascos porque colaboraban con la OSS, que creía infestada de comunistas.
Hoover desconfiaba de los vascos porque colaboraban con la OSS, que creía infestada de comunistas.

El lehendakari Aguirre, que comprendía las quejas de Irala, le hizo ver que debían colaborar incluso sin contraprestación, pues al fin y al cabo se trataba de sumar réditos ante los norteamericanos y obtener de ellos su apoyo en la lucha contra Franco. Durante un tiempo trabajaron sin problema hasta que la situación se hizo insostenible en octubre-noviembre de 1944: el FBI decidió unilateralmente reducir la financiación de los 'Servicios', aduciendo bajo rendimiento. Fue entonces, cuando Irala, visiblemente consternado señaló que tal reducción implicaba una insalvable falta de confianza que le obligaba a cesar en su puesto como enlace entre los Servicios y el FBI. La desconfianza existía porque Hoover sospechó tanto de los vascos como de cualquier otra organización que hubiera tenido (o tuviera) contactos con la OSS, a la que el director del FBI consideraba una agencia infestada de espías soviéticos, como en parte era, aunque no fuera el caso de los Servicios vascos.

En consecuencia, en noviembre de 1944 Antón Irala renunció a sus funciones como coordinador de los servicios de inteligencia vascos en Latinoamérica, dejándolos en manos de José María Lasarte y Manuel de la Sota, para formar parte de una misión de la OSS en Francia donde, después del desembarco de Normandía, organizaría una red de información entre los Pirineos, Francia y Bélgica. Pero, esta ya es otra historia.

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