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Retablo original de Quejana. Instituto de Arte de Chicago
La duquesa de Alba dijo no

La duquesa de Alba dijo no

Tiempo de historias ·

El fabuloso retablo de Quejana, obra principal del arte alavés, está exiliado en Estados Unidos. Un investigador ha descubierto que la Casa de Alba, patrona del convento, se opuso a la venta

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Lunes, 2 de septiembre 2019, 00:59

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En esta ocasión, nadie le puede echar la culpa a la aristocracia. Que cada palo aguante su vela. Para vergüenza de este territorio, de la Iglesia, y de las autoridades de la época, el retablo gótico de Quejana, un monumento que Ricardo Becerro de Bengoa califica como «el primero de la provincia de Álava», es la estrella de la galería medieval del Instituto de Arte de Chicago, donde se puede disfrutar actualmente. Aquí nos tenemos que conformar con una buena copia de 1959 y hacernos una idea de lo que hemos perdido.

Es cierto que el anticlericalismo liberal del siglo XIX fue muy ciego con iglesias y conventos hasta el punto que los dos más importantes de Vitoria, el de San Francisco y Santo Domingo, desaparecieron en medio de la desidia general, como un signo más de aquellos tiempos.

Durante la Guerra de Independencia, los franceses llegaron a registrar el convento de San Juan, que mandó construir Pedro López de Ayala, padre del Canciller, en el siglo XIV, tras una «denuncia falsa» de colaboracionismo con la guerrilla. El general Caffarelli pidió disculpas a las monjas. El monasterio tenía más enemigos alrededor que entre los soldados napoleónicos. La penuria se encadenó durante un siglo y la capilla donde yacen el Canciller Ayala y su esposa (una tumba vacía porque Leonor de Guzmán realmente fue enterrada en San Francisco) se quedó sin culto y muy deteriorada. Esa fue la razón por la que en 1902 sor Amelia de la Esperanza y Osaba, priora de la comunidad dominica, se dirige por carta a la patrona del monasterio, la duquesa de Alba, María del Rosario Falcó y Osorio, en la que pide permiso para vender el retablo, muy deteriorado, y trasladar el sepulcro de alabastro de los titulares a la iglesia del convento.

En realidad, había una familia de anticuarios, los Ruiz, con sede en Vitoria, que estaba presionando a la abadesa para que vendiera la fabulosa obra de arte. Un episodio más del gran expolio del patrimonio español.

Un investigador ayalés, Jabier Aspuru, ha contado esta gran historia en el último número de la revista 'Aztarna' y ha hecho públicas las cartas de ida y vuelta de la abadesa y la duquesa, que ha podido estudiar en el mismo archivo de la Casa de Alba, en Madrid.

Las cartas

«Nos causa tanta pena ver en tan lamentable estado los sepulcros de sus ilustres antecesores que nos hemos decidido, supuesto el beneplácito de V.E., como patrono de la casa, y el correspondiente del prelado diocesano, a vender la parte del retablo indicado y a trasladar los sepulcros a la iglesia, al lado de los fundadores de este convento, si es que el importe de dicho retablo fuera suficiente para los gastos al efecto necesarios. El indicado retablo tiene muchos desperfectos, está perdiendo cada vez más y ya que hay personas que desean comprarlo, nos hemos animado a ponerlo en su conocimiento para que nos de, como patrona de esta casa, la licencia». Este es el tono tan convincente de la comunidad.

Pero la respuesta de Rosario Falcó, abuela de Cayetana, es tan contundente que no hay lugar para interpretaciones. «Es resolución constante de esta casa no permitir la enajenación de ningún objeto artístico o de los antiguos dedicados al culto en las iglesias y conventos que son de nuestro patronato». La duquesa es consciente del expolio. «Nos causa un efecto muy triste ver en los museos extranjeros o en poder de particulares, por lo general, protestantes o judíos, vasos sagrados, retablos, cuadros, etc. que destinaron sus antiguos fundadores al cuidado de esas santas casas».

Tampoco está de acuerdo esta mujer culta e ilustrada, con el traslado de los sepulcros «porque equivaldría a destruirlos» y pone como ejemplo lo ocurrido con el mausoleo del conde de Lerín, una joya que había sido trasladada desde Navarra al Palacio de Liria de Madrid y que sufrió muchos daños.

«Por estas razones sentimos mi hijo y yo tener que oponer nuestra rotunda negativa a las pretensiones que me manifiesta», subraya la duquesa.

A la negativa se suma enseguida el obispo de Vitoria, Raimundo Fernández de Piérola, advertido por la propia duquesa. Lo considera un «gravísimo desacierto» y se nota su enfado por no haber sido consultado antes. Por cierto, es el primer donante para la construcción de la catedral nueva de Vitoria pero se olvidó de la ayuda a las monjas para restaurar la capilla del canciller.

Nuevo intento

Tras la muerte de la duquesa de Alba y de Piérola (ambos en 1904), de nuevo la comunidad dominica inicia gestiones para vender el retablo, pero esta vez empiezan por la Iglesia. Micaela Portilla lo cuenta así: «El 17 de mayo de 1908 la priora solicita licencia directamente al Obispo Cadena y Eleta, que con informe favorable elevaba la petición al nuncio. Ambos dieron permiso. Pero transcurren otros cinco años antes de que realmente se venda la obra de arte. Al parecer, porque no se obtenía la autorización de la Casa de Alba.

En 1813 se vende por la cantidad de 12.900 pesetas a un anticuario, muy posiblemente la familia Ruiz, que a su vez la vendió poco después a Lionel Harris, otro anticuario británico propietario de la Spanish Art Gallery. Pasa posteriormente a manos del empresario estadounidense Charles Deesing. En 1917 la pieza se encuentra en Barcelona, como un objeto más de una exposición de arte. En 1921 ya es trasladada al Instituto de Arte de Chicago, donado por la familia de Leesing. Han pasado 98 años.

La investigación de Jabier Aspuru, publicada en Aztarna, tiene otra aportación importante. Ya desde tres años después de su venta, críticos del arte ponen el grito en el cielo ante lo que consideran un verdadero expolio. Elías Tormo, por ejemplo, denuncia en un artículo «corrupción y mala fe» porque se había ocultado la existencia del retablo cuando se elaboraba el Catálogo Monumental de España que podría haber evitado legalmente su compra. Y apunta a la picaresca del comprador que elige el momento cuando se procede al traspaso de poderes entre un obispo, Cadena y Eleta, y el siguiente, Prudencio Melo. El crítico asegura que el nuevo obispo mostró extrañeza y disgusto ante los hechos y que el nuncio tampoco había dado su permiso. Ni la Casa de Alba, por supuesto, que nunca supo de la maniobra.

Sin embargo, como hemos dicho, el obispo Cadena y Eleta y el nuncio de la época, el arzobispo de Filipinas, debieron dar su autorización, según Micaela Portilla.

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