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El banco de Beteluri el día en que fue presentado en su emplazamiento actual, en la plaza Ernesto Erkoreka, en abril de 2003. Ignacio Pérez
Así dominaba Bilbao a Deusto y Abando... cuando eran municipios independientes

Así dominaba Bilbao a Deusto y Abando... cuando eran municipios independientes

Tiempo de historias ·

La villa dejaba clara su hegemonía con visitas anuales que, a pesar de su carácter festivo, incluían férreas inspecciones de control

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Martes, 14 de julio 2020, 02:02

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Abando y Deusto eran municipios independientes, pero Bilbao tenía determinados derechos en sus jurisdicciones. Los mantuvo durante siglos y tradicionalmente escenificaba su dominio con una visita anual. Los ritos eran entre ceremoniales y festivos, pero, al margen de su vistosidad, la villa quería mostrar en ellos su hegemonía. Los bilbaínos tenían fama de orgullosos, agresivos y tenaces, pero a veces hacían gala de cierta altanería. Es la razón de que se mantuviesen durante tanto tiempo esas inspecciones protocolarias.

Hay una explicación del carácter de los bilbaínos. La villa estaba en un entorno a veces hostil a su ascenso mercantil. En Bilbao entendían que su comercio podía decaer, de no sostener a capa y espada sus privilegios sobre las rutas comerciales y la ría.

Un buen ejemplo de los conflictos que se derivaban lo constituyen sus tensiones históricas con Portugalete. Bilbao tenía la jurisdicción sobre toda la ría, que era gestionada por el Consulado: controlaba todo el comercio que se hacía a través del Nervión. Los barcos que cruzaban la barra tenían que dirigirse hasta los muelles de Bilbao, sin poder recalar en otros. Los bilbaínos querían impedir que surgiese una competencia mercantil en la ría. La consecuencia fue que los pueblos ribereños quedaron relegados, condenados a la postración económica.

Portugalete quiso rebelarse contra ese sometimiento y se sucedieron los pleitos: los hubo en el XVI y XVII. El Consulado sostenía que Bilbao tenía la jurisdicción sobre toda la ría y el Abra, por lo que los barcos no podían parar en muelles que estuviesen aguas abajo. Portugalete reclamaba que le dejaran alguna actividad portuaria. Bilbao fue algo quisquilloso, por temor a perder el monopolio del tráfico de la ría. Sentencia de 1631: permitía que, con la debida justificación, descargasen barcos en Portugalete, pero sólo para abastecer al pueblo y con una parada que no podía durar más de dos horas. Eran condiciones estrictas y el plazo de dos horas se vigilaba. No se terminaron los pleitos y Portugalete siguió en su situación de dependencia.

Bilbao defendió por todos los medios su preeminencia respecto al entorno inmediato. No era una actitud para hacer amigos y los pueblos de los alrededores podían tacharla de arrogante. Algunas costumbres recreaban los privilegios bilbaínos. Estaban las que afectaban a Abando. Una tenía lugar a finales de julio cuando, por el día de Santiago, había en Bilbao un mercado de ganado, que la villa consideraba una actividad principal. Acudían ganados desde Asturias, Cantabria, Navarra y norte de Castilla. Se celebraba en Bilbao la Vieja, al otro lado del puente de San Antón. La ley prohibía que los ganaderos comerciasen en los entornos bilbaínos, para no quitar relevancia al mercado de Bilbao. Era un privilegio bien conocido, pero la villa hacía una demostración de su prerrogativa, algo innecesaria –bastaría el control, que también se ejercía–: enviaba a la anteiglesia de Abando a un pregonero para que proclamase de viva voz que no podían detenerse allí los ganados ni podían vender, comprar o cambiar. Además, exigía que nombrasen alguaciles para vigilar el privilegio bilbaíno. El alcalde de Abando tenía que mostrar solemnemente su asentimiento. Después el pregonero, seguido por clarineros y toda una comitiva, repetía el bando en distintos lugares.

Sería un acto vistoso, pero su aire de demostración de fuerza no aumentaría la popularidad de Bilbao en Abando. Otras costumbres recordaban el poder de Bilbao, que tenía jurisdicción en Abando y Deusto sobre distintas materias. No generaban grandes ingresos ni implicaban un dominio patrimonial, pero la villa la ejercía sin mengua y realizaba inspecciones anuales. Servían también para que se visualizase la importancia bilbaína. Todos los años se realizaba la 'visita de montes' por terrenos de Abando. Las autoridades bilbaínas supervisaban los molinos que estaban en el río, las tabernas de la zona y el arancel que pagaban. Además, se controlaban pesos y medidas.

Era importante la llegada de la comitiva a Beteluri, en Buya –cerca de Basauri– donde arrancaba el camino real, pues la barriada era jurisdicción exclusiva de Bilbao. En el banco de Beteluri, ostentoso y con las armas de la villa, el alcalde administraba justicia –se llamaba a los vecinos que la requiriesen– y nombraba un fiel regidor, que prestaba allí juramento. Este banco se conserva hoy en la plaza Ernesto Erkoreka, junto al Ayuntamiento: el que ha llegado a nosotros es de 1742 y sustituyó al anterior, también pretencioso, pero ya muy deteriorado. Era el símbolo bilbaíno más alejado de la villa.

Continuaba la visita por las tabernas, sidrerías y carnicerías de Arbieto, Amezola, Mena y Ripa y seguía la solemne entrada y rezo en la iglesia de San Vicente y en el convento de San Mamés. Otro día se revisaban los mojones, desde Beteluri a Burceña. Abando era municipio independiente, pero Bilbao mostraba anualmente que no tanto.

Supervisión de tabernas, mesones y molinos

La visita a Deusto servía para lo mismo. Se tomaba como una fiesta de la villa y se celebraba con pompa y bullicio. Tenía sus formalidades. El síndico requería al alcalde de Bilbao que «fuese a hacer la visita a Deusto», para mantener los fueros de la villa en esta anteiglesia. Marchaban, en sus cabalgaduras, el alcalde de la villa, los regidores diputados y el escribano del Concejo, junto a alguaciles jurados, ministros y oficiales. Tan nutrida comitiva salía de las Casas Consistoriales a las seis y media de la mañana, atravesaba Bilbao y marchaba por lo que luego se llamaría campo de Volantín.

¿Era una visita protocolaria? Sólo en parte. Las autoridades bilbaínas supervisaban tabernas, mesones, molinos, etc., recorrían la anteiglesia, visitaban iglesia y ermitas, y realizaban una convocatoria para impartir justicia: todo demostraba el dominio de Bilbao. Incluso había un acto en el que el alcalde arrojaba una piedra a la ría «en señal de dominio».

La jornada terminaba lúdicamente, con una romería en la ermita de San Bartolomé de Bérriz -subiendo Artxanda-, que era propiedad de la villa. Se decía que había sido donada al convento de San Agustín de Bilbao. En realidad, existió antes la ermita de Deusto, que era de los agustinos y que en 1515 recibió la autorización para construir un convento a las afueras de Bilbao. Los bilbaínos hicieron que se levantase donde hoy está el Ayuntamiento, lo más lejos del recinto histórico que pudieron, pues recelaban del poder de la Iglesia.

A la romería de la ermita de Bérriz acudían muchos bilbaínos. Así, el dominio de la villa sobre Deusto tenía resonancia popular. El orgullo de Bilbao, que algunos confundirían con soberbia, se escenificaba en los actos de dominio sobre los municipios vecinos, en realidad semiindependientes.

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