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Tomás Ondarra

El doble crimen de la frutería de Lutxana: «¡Ay, Celes, que nos va a matar!»

Barakaldo, 1926 ·

Armado con dos pistolas y un cuchillo, Tomás quitó la vida a su mujer y su suegra y provocó heridas de bala a su cuñada y a una vecina que bajaba a comprar ajos

Domingo, 1 de octubre 2023, 00:34

Mató a dos personas, pero perfectamente habrían podido ser más, porque todo apunta a que aquel 5 de febrero de 1926 Tomás Zárraga había salido dispuesto a cometer cualquier barbaridad: por algo llevaba encima dos pistolas, dos cajas de munición y un cuchillo, un arsenal que delataba malas intenciones incluso en una época como aquella, en la que muchísima gente portaba armas de fuego a diario. El periódico 'El Liberal' se adelantó a todo aquel que pretendiese justificar la acción de Tomás: «No es el suceso de los que han dado en llamarse pasionales, aunque así lo parezca por alguno de sus detalles. Es, más bien, el crimen de un bárbaro, incubado en la intransigencia y el despotismo».

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Tomás, de 39 años y natural de Erandio, era modélico en el trabajo y más que cuestionable en casa. Llevaba dieciocho años empleado como ajustador en los talleres de la Sociedad de Industria y Comercio, donde lo apreciaban mucho por su talante serio, honrado y cumplidor. «Su único defecto era un carácter violento que llegaba a la barbarie cuando algún contratiempo lo exasperaba», apuntaba 'El Liberal', y esa vertiente explosiva de su personalidad se manifestaba sobre todo en su vida privada. 'El Pueblo Vasco' añadía al perfil otro rasgo que envenenó la convivencia con su mujer, la baracaldesa Nieves Garmendia, con la que solo llevaba casado un par de años: «Los celos lograron echar hondas raíces en el ánimo del esposo, sin que su esposa diera motivos fundados para ello», puntualizaba el diario.

Un año antes, el 4 de febrero de 1925, Tomás había cruzado una frontera sin retorno: fue detenido por golpear a su mujer y atacarla con un puñal o, más bien, con un pincho que él mismo se había fabricado a partir de una lima. Desde aquel día, la pareja empezó a vivir separada: Nieves se marchó a casa de su madre, María Bilbao, que regentaba una taberna en el barrio baracaldés de Lutxana, y se llevó con ella a su hijito de nueve meses, Carlos Agustín. El establecimiento estaba en el número 97 de la calle Lutxana y funcionaba también como tienda de vinos y comestibles. Tomás, por su parte, se mudó al número 128 de la misma calle, como huésped del taquillero de la estación de ferrocarril. En el año transcurrido desde aquella agresión que había marcado un punto y aparte en la relación, Nieves, que tenía 27 años, obtuvo la separación judicial.

Con el niño en brazos

El día de los hechos, a eso de las cuatro de la tarde, Tomás acudió a un bar del barrio. De ahí fue a la barbería, donde se afeitó. Y, pasadas ya las cinco, se presentó en el local de su suegra y exigió ver al niño. Como las mujeres se negaron a entregárselo, esgrimió una de las pistolas en la mano derecha y el cuchillo en la izquierda y emprendió un ataque de violencia desatada. María y Nieves –que llevaba al pequeño en brazos– escaparon corriendo y se refugiaron en el comercio vecino, la frutería de Celestina San Nicolás. «¡Ay, Celes, que viene Tomás y nos va a matar!», gritaron. Por desgracia, esa frase se convirtió en un certero augurio de lo que estaba a punto de ocurrir: el agresor apareció en la puerta de la frutería y abrió fuego contra las dos mujeres. Su suegra falleció en el acto, alcanzada en pleno corazón. Su esposa recibió dos tiros, uno en el vientre y otro en la zona lumbar, que le provocarían también la muerte al día siguiente. Una valiente vecina, Eulalia Rodríguez, recogió al niño de brazos de la mujer herida y se lo llevó corriendo a su casa.

Tomás se cruzó con su cuñada, Estefanía Garmendia, de 33 años, y también le disparó en el pecho. Y todavía hubo una cuarta víctima: Clemencia Regúlez, una vecina de la calle que se dirigía a comprar unos ajos y acabó con la mano derecha atravesada por una bala. «Con la mayor sangre fría, Zárraga se metió después en el bolsillo la pistola y el cuchillo y echó a andar», relató 'El Noticiero Bilbaíno'. El jefe de la policía municipal, Recaredo Ruiz, y el agente Benigno Arteagabeitia solo tardaron unos minutos en detenerlo: le requisaron dos pistolas automáticas de calibres 7,65 y 6,35, para las que no tenía licencia, y también el cuchillo, «de enormes dimensiones y recién afilado por él mismo». Ambas armas de fuego habían sido utilizadas en el ataque.

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El juicio, celebrado en septiembre, «despertó extraordinaria curiosidad entre el público», según 'El Liberal'. El ministerio público pidió dos penas de muerte por sendos delitos de parricidio, además de los castigos correspondientes a otros dos delitos de disparos y lesiones y una quinta acusación por uso de armas sin licencia. Tomás declaró «con gran entereza» que de ningún modo había premeditado el crimen: «Perdí la razón cuando mi suegra me impidió que viera a mi hijo», aseguró, pero el fiscal insistió en que había obrado «con la resolución firme, tenaz y perseverante de matar a su mujer y a su suegra». El tribunal, presidido por el juez Jaime del Ojo, condenó finalmente a Tomás Zárraga a cadena perpetua y a pagar 10.000 pesetas a los herederos de María Bilbao y otras 10.000 a los de Nieves Garmendia, además de compensar con 300 pesetas a su cuñada Estefanía (que tardó un mes en recuperarse) y con 2.500 a Clemencia, la vecina herida, a quien le quedaron secuelas en la mano.

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