Del derrumbe del puente de San Antón a la explosión de dinamita en Galdakao: las catástrofes del siglo XIX
Bizkaia fue escenario de varios accidentes dramáticos tras la última guerra carlista que, sin embargo, fueron asumidos como parte de la normalidad
En el entorno del Bilbao industrial, tras la última guerra carlista, fueron frecuentes los accidentes, la mayoría en las minas. Estas noticias se consideraban parte ... de la normalidad. Algunos desastres de envergadura producían parecida reacción. Lo prueban algunos accidentes de fines del XIX.
La primera catástrofe de la nueva época ocurrió el 3 de agosto de 1882, cuando se hundió el arco del antiguo puente de San Antón, el que figura en el escudo de la villa. El accidente ocurrió cuando ya se había construido otro puente, en el emplazamiento actual, aguas arriba de la iglesia.
En la obra se planteó un problema, mal resuelto por los ingenieros. Por la deficiente disposición del arco sobre el río, hubieron de levantar una cimbra, que facilitase a los obreros el acceso al puente. El día 2 los trabajadores, unos 20, plantearon dudas sobre su solidez. Aun así, emprendieron la jornada laboral del día 3 y a las 10.30 de la mañana la cimbra y el arco, el maderamen y los operarios cayeron al agua «con estrépito aterrador». Hubo gritos de angustia, de las víctimas y de «los espectadores». Hubo cinco muertos y nueve heridos.
La prensa constataba que muchas familias quedaban en la penuria. «Estos infelices dejan en la orfandad y sin recursos a numerosos seres que recibían su subsistencia del productor del trabajo honrado, duro, pero muy expuesto». Esta descripción resultaba algo estereotipada, porque habría algunos huérfanos, pero de los catorce afectados sólo dos estaban casados. Seguía el llamamiento a la solidaridad, la petición de que «estas familias desamparadas» recibiesen un socorro y se abrieron listas de donativos. En la del Banco de Bilbao figuran los principales apellidos de la villa, pero la prensa destacó el donativo que realizaron conjuntamente trabajadoras de la fábrica de tabaco, lo que permitía la prosa laudatoria de «pobres que se quitan el pan de la boca para dárselo a otros pobres». Resaltaban que los sueldos eran muy ajustados, lo que creaba situaciones rayanas con la pobreza, pues «la recompensa de su laboriosidad» es «exigua» y «llena de temores de que les falte». Había conciencia general de las precariedades de vida y de que la falta de un trabajador podía ser fatal para una familia.
Desde el primer momento el Ayuntamiento afirmó que el hundimiento del puente había sido «por una causa meramente fortuita». Decidieron gratificar a las embarcaciones que habían auxiliado a las víctimas, promover una suscripción popular y echar mano de lo que llamaban «fondo de calamidades». Y así desaparecieron de la exposición pública las noticias del accidente del puente de San Antón, no sin que celebrase la función del teatro a beneficio de los damnificados y de anotar que en el entierro hubo un inmenso gentío «reflejándose en los semblantes el sentimiento de que todos se hallaban poseídos por tan triste suceso». Conmoción social, llamamientos a la caridad y lamentos por la tragedia: tal era la actitud con que se acogía una catástrofe que formaba parte de las posibilidades aceptadas como irremediables.
Desprendimiento en la cantera
En 1892 se produjeron, entre otras, dos grandes catástrofes: la de Axpe y la de Galdakao. Ambas conmovieron a la prensa durante un día.
«La catástrofe de Axpe» sucedió el 20 de marzo de 1892 y no llegó a determinarse si había habido alguna responsabilidad. Tampoco se determinó el número de heridos, si fueron 20 o 30. En todo caso, fueron muchos. Esta vez el dolor pareció reservado a los afectados por la tragedia, no hubo duelo general ni expresiones de solidaridad.
En la cantera de Axpe se produjo un súbito desprendimiento. O bien unos barrenos explotaron a destiempo, o dejaron suspendida «una inmensa mole de piedra». En ambos casos cabría pensar en algún error en la dirección de los trabajos, pero nada se dijo sobre la cuestión. La mole de piedra se desprendió de golpe. Más que del accidente, la prensa habló de que había habido suerte, pues la piedra cayó cerca del tranvía Bilbao Las Arenas, pero sólo le rompió el cristal. También se libró por poco el ferrocarril Bilbao Las Arenas, pues el tren acaba de pasar. No tuvieron suerte algunos trabajadores y vecinos.
Hilario Morán Morán, natural de Astorga (León), casado, de 34 años, murió junto al muelle, donde le alcanzó una piedra, que le aplastó el cuerpo y destrozó la cabeza. «El infeliz deja en la miseria a su mujer y a sus hijos»; el término «miseria» debe entenderse literalmente. Hubo cinco heridos gravísimos, Lázaro Múgica, 49 años, natural de Oñate, casado, murió al día siguiente. Estaban graves: Doroteo Garamendi, de Cardeñosa (Ávila), 28 años, soltero; Narciso Aróstegui, 28 años, de Valdemorras, Orense; y Pedro Beresivas, de Mondragón, 17 años, que había ido a visitar a su hermano. La migración estaba gestando una sociedad joven y diversa, que compartían la tragedia que, por lo demás, fue pronto olvidada. No volvió a aparecer en la prensa, como si hubiese sido un azar pasajero.
Hubo similar olvido con la «catástrofe de Galdakao», ocurrida unos meses después. Pese a la envergadura e implicaciones del asunto sólo se publicó un día. Ocurrió en mayo de 1892. En la fábrica de dinamita que tenía Errazquin en Galdakao ocurrió «una espantosa catástrofe». Donde el accidente, sólo se veían escombros, entre los que sobresalían fragmentos de cuerpos humanos.
Explosión devastadora
A las once y cuarto de la mañana del 20 de mayo de 1892 se produjo una enorme explosión en la fábrica de dinamita de Galdakao. Pudo oírse en La Peña y Begoña. El círculo inmediato a la explosión, de unos 80 metros, quedó devastado. La fábrica de productos químicos estaba junto a la estación de Zuazo y a un kilómetro había una instalación peculiar, dieciocho barracas «metidas en tierra» para evitar que si una explotaba se propagase a las demás. Las llamaban casetas-cartucherías, y estaban a unos diez metros unas de otras. Explotaron dos barracas, en una se fabricaba dinamita-goma y en la otra nitroglicerina. Seguramente explotaron 300 kilos de este material. Resultaron muertos 9 operarios, 6 hombres y 3 mujeres, sin que se salvase ninguno de los que estaban en las barracas afectadas. «Los cuerpos de los desventurados volaron por el espacio, a gran distancia, envueltos en que trozos de tablas y tierras». Los cuerpos quedaron destrozados: sólo se recuperaron dos troncos completos. La prensa describió la escena de una madre desesperada abrazando la cabeza de su hijo y el reconocimiento por su hermano del pie de uno de los fallecidos.
Los trabajadores eran de la zona. Murieron dos hermanos de Basauri y el resto era de Galdakao, salvo Francisco Dalmau Closs, jefe de fabricación de dinamita, natural de Figueras. Este tenía 32 años, los demás estaban entre 20 y 28. La prensa anotó que había dos casados, con uno y tres hijos, y los demás eran solteros; y constató que los hombres cobraban 18 reales y las mujeres de 10 a 13. Eran buenos sueldos, pero se trataba de un trabajo de mucho riesgo, que exigía especialización. Todos menos uno llevaban tres años en ese puesto.
La prensa señaló que Agustín Larrocea había regresado de servicio militar, y ese mismo día fue trasladado a la caseta, junto a su hermano. Gregoria Uribarri era hija de Ildefonso Uribarri, que había muerto quince días antes en un accidente ocurrido la fábrica de Pradera & Power, en Arcocha.
Se planteó una cuestión delicada. El día anterior habían sido despedidos dos obreros, Lucas Lizarza y José Gandarias. Se extendió el rumor de que se habrían vengado y de que habían sido detenidos. Esto era falso y se desechó la posibilidad de la venganza, pero quizás hubo una relación entre el despido y la tragedia. Al parecer, habían derramado por descuido 90 litros de nitroglicerina, de ahí el despido. Los operarios recogieron el derrame, pero se consideró probable que quedaran partículas entre las maderas que, por algún roce o por el calor, provocaron la explosión.
La tragedia quedó convertida en un incidente cotidiano, un mal recuerdo. «¡Triste día será el de ayer, para los pacíficos y honrados habitantes de Galdácano!»
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