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Grabado de una fiesta de máscaras. La Ilustración Española y Americana

El crimen del pelotari en el baile de máscaras

Tiempo de historias ·

El Martes de Carnaval de 1907, un joven apodado 'el Pinche' abrió fuego en el Teatro Romea de Bilbao, desencadenó el pánico entre los disfrazados y acabó matando a un celador de arbitrios de un tiro en plena cara

CARLOS BENITO

Lunes, 11 de febrero 2019, 19:45

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A Félix Sáez Cuervo, apodado 'El Pinche', lo tenían bien calado en el Bilbao de 1907. Tal como resumió en una crónica el periódico 'La Correspondencia Militar', el pelotari de 21 años era «un sujeto muy conocido como bravo», que ya había pagado varias multas por embriaguez y desórdenes e incluso había protagonizado un suceso más serio. En agosto de 1906, a las puertas del frontón Euskalduna, sacó un revólver y disparó tres veces contra otro pelotari, Unamuno, que tuvo que escapar a la carrera y precisó atención sanitaria por el roce que le provocó en el brazo una de las balas. En esa ocasión, 'el Pinche' no dio muestras de buena puntería, pero su falta de habilidad con las armas no tuvo mayor relevancia en el suceso que habría de incorporarle a la crónica negra bilbaína.

El 12 de febrero de 1907, Martes de Carnaval, los barrios altos de Bilbao bullían de celebraciones. Uno de los centros neurálgicos de la fiesta era el Teatro Romea, en la esquina de las calles Laguna y Gimnasio, donde el animado baile de máscaras se acercaba ya a su final: eran más de las cuatro de la madrugada -en rigor, había empezado ya el Miércoles de Ceniza- cuando la combinación de desenfreno y alcohol mostró de pronto su peor cara. 'El Pinche' se enfureció al ver que una de las bailarinas de la sala, conocida como 'La Maquinista', estaba bailando con un popular joven de la villa («hijo de un insigne novelista regional», según puntualizó 'El Imparcial) y manifestó su despecho arrojando sobre la joven el contenido de una copa de cerveza. El acompañante de la chica salió en su defensa y abofeteó al irascible pelotari, increpado también por las personas que había alrededor.

'El Pinche' se marchó del teatro, con su disfraz rojo de túnica y capucha, pero no era el tipo de persona capaz de dejar las cosas así. Al cabo de unos minutos volvió, revólver en mano, y desencadenó el caos y el pánico en el recinto. Primero se dedicó a apuntar a algunos asistentes, después empezó a disparar al aire y, finalmente, decidió personalizar su furia, con un tiro que estuvo a punto de acertarle a un capitán del Ejército que participaba en el baile. «La gente corría, las mujeres se desmayaban y el suelo quedó sembrado de disfraces y caretas», relató 'La Correspondencia de España'. El bastonero -la figura encargada de dirigir el baile- intentó arrebatarle el arma en tres o cuatro ocasiones, pero optó por escapar cuando el pelotari le amenazó. Fue entonces cuando entró en escena la única autoridad presente en el teatro: el celador de arbitrios.

Cuatro años antes, el Ayuntamiento de Bilbao había empezado a cobrar el discutido 'impuesto municipal a las máscaras', por el que cada persona disfrazada debía abonar dos pesetas. El celador Martín Esteban y otro compañero se habían situado en la entrada del recinto para que nadie se escapase de cumplir con el pago. Al ver que 'El Pinche' campaba a sus anchas por el teatro, Martín decidió intervenir, aunque llevaba su revólver descargado. Sin desenfundarlo siquiera, se acercó con tranquilidad al alborotador y le pidió que depusiese su actitud. El sujeto le apuntó con frialdad, a una distancia que hacía imposible el error, y disparó dos veces. «El desgraciado celador cayó de bruces, pesadadamente, en tierra, girando sobre sus talones», describía 'El Noticiero Bilbaíno'. Una de las balas le había dado en el entrecejo.

El disfraz abandonado

Félix Sáez todavía disparó alguna vez más mientras abandonaba el teatro. Se marchó lentamente, atento a que nadie se le acercase mientras salía por la puerta de atrás. El público, aterrorizado, tardó todavía unos minutos en atender al celador, que había quedado tendido en mitad de las sillas y mesas volcadas, la vajilla rota y los demás restos de la fiesta. Lo trasladaron al hospital aún con vida, pero falleció a las diez y media de la mañana. Martín tenía 38 años, estaba casado, tenía hijos y residía en el número 25 de la calle Colón de Larreátegui. Con anterioridad había servido como guardia de orden público, pero tres años antes se había incorporado al cuerpo de arbitrios.

La Policía emprendió de inmediato la búsqueda de 'El Pinche', domiciliado en la calle Cortes y viejo conocido de los investigadores, pero solo lograron dar con su disfraz, abandonado en unas huertas de Concha (la actual General Concha). Sí detuvieron a su padre, también expelotari, para impedir que pudiese prestarle ayuda. La prensa local se mostró muy crítica con las fuerzas del orden: «Es unánime la censura a la policía, que no ha sabido capturar al autor del crimen (...). Resulta verdaderamente escandaloso que, durante un cuarto de hora, fuese el criminal dueño del campo en un teatro donde había centenares de personas. No había allí, a lo que parece, ni un agente, y no tiene explicación posible este abandono», reprochaba 'El Imparcial'.

El funeral de Martín Esteban se convirtió en una manifestación multitudinaria de duelo popular. La comitiva, presidida por el alcalde Gregorio Ibarreche, acompañó al féretro desde el hospital hasta Sendeja, donde se rezó un responso antes de que un coche trasladase los restos al cementerio de Vista Alegre. Los compañeros del difunto organizaron una suscripción que recaudó 140 pesetas para la viuda. El 15 de abril, el pleno municipal aprobó por unanimidad sufragar los gastos del entierro, otorgar al celador una sepultura a perpetuidad, instalar en su tumba una lápida conmemorativa y conceder a la viuda una pensión anual.

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