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Un grupo de mineros en un momento de descanso.
El 'crimen de Castrejana': el minero asesinado a martillazos por sus inquilinos

El 'crimen de Castrejana': el minero asesinado a martillazos por sus inquilinos

Tiempo de historias ·

Este suceso de 1894, que se desarrolló en el ambiente enrarecido de una casa con dos huéspedes, tuvo en vilo a los bilbaínos e incluso dio lugar a una campaña en contra de la ejecución de los condenados

CARLOS BENITO

Martes, 30 de julio 2019, 00:14

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El 7 de febrero de 1894, miércoles de ceniza, tres hombres se levantaron de la cama a eso de las cinco de la mañana en una vivienda humilde de Castrejana. Era la rutina de todos los días: los tres estaban empleados en la mina Primitiva, la explotación de hierro que había empezado a funcionar algunos años antes en el barrio. Como en todos los arranques de jornada, los hombres bajaron a la cocina, se tomaron su copa de aguardiente y se dispusieron a calzarse para ir a trabajar. Uno de ellos era el propietario de la casa, José Arteche. Los otros dos se habían establecido en el domicilio cuatro meses antes en calidad de huéspedes de pago, ya que la economía de José y su esposa andaba muy necesitada de un refuerzo. Se trataba de dos paisanos de Peroniel del Campo, un pueblecito de Soria: Justo Martínez, de 33 años, al que apodaban 'el Poeta', y Andrés Bellosillo, de 25, conocido como 'el Chato'.

La acostumbrada monotonía de la mañana solo duró hasta que José Arteche se sentó para calzarse. Su inquilino Justo aprovechó el momento para acercarse por detrás con un martillo y, zurdo como era, asestarle un golpe brutal en la sien izquierda. Después, le propinó otros dos martillazos en la cabeza y, siempre según el relato de los hechos que hizo el fiscal, subió a la planta superior y entró en el cuarto del matrimonio. «Tu marido ya está en el suelo», informó a la esposa de José. Ella se llamaba Casilda Anguiano, era analfabeta y le decían 'la Riojana', aunque en realidad procedía de Orón, una pedanía de Miranda de Ebro (Burgos). «Ahora me levanto», respondió la mujer. Mientras en el piso de arriba se desarrollaba esta escena, el otro pupilo, Andrés, se dedicaba a destrozar la cabeza de la víctima con otros diez golpes de martillo.

Los dos sujetos se llevaron a cuestas el cadáver de su casero y compañero, lo arrojaron al Cadagua y se marcharon a su trabajo en la mina. Casilda, mientras tanto, lavó los pantalones ensangrentados de ambos huéspedes y -ayudada por una sobrina que tenía de criada, a la que no dio ninguna explicación sobre las manchas- fregó minuciosamente la cocina con lejía y ceniza. A mediodía, como siempre, mandó a la muchacha a la mina con la comida para los tres hombres, pero la joven -lógicamente- regresó diciendo que su tío no se había presentado a su puesto.

«Su antipática cara»

El 'crimen de Castrejana' tuvo en vilo a la sociedad bilbaína de la época, tanto por la brutalidad de los hechos como por el enrarecido caldo de cultivo que los había desencadenado. De José Arteche decían que era un hombre muy reservado y tirando a desabrido, pero nadie dio testimonio de actos violentos contra su esposa, como era habitual en tantos procesos de la época. La convivencia de los tres hombres y Casilda estaba envuelta en rumores que nunca se llegaron a confirmar de manera oficial: unos decían que la mujer mantenía relaciones con Justo y otros iban más allá y sostenían que los dos inquilinos eran amantes suyos. Según los investigadores y el fiscal, fue Casilda quien pidió a los sorianos que matasen a su marido de una paliza, un hecho que ella llegó a admitir en los interrogatorios policiales pero acabó negando ante el tribunal. El interés por el caso llevó a un periódico de Madrid, 'La Correspondencia de España', a visitar a los acusados en la cárcel. En su artículo, el escritor y dramaturgo Joaquín Adán Berned describió a Casilda como «repugnante» y aseguró que «su antipática cara predispone el ánimo en contra suya».

Después de varios retrasos, el juicio con jurado se celebró entre abril y mayo de 1895, en medio de una tremenda expectación. Una multitud se quedó fuera de la sala de vistas de la Audiencia, en la calle María Muñoz. La primera en declarar fue Casilda. «De luto, con pañuelo a la cabeza, se muestra muy abatida y a ratos llora», la retrató un periodista de 'El Noticiero Bilbaíno'. La viuda se refirió a José Arteche como «la prenda que más quería», negó todo trato íntimo con sus huéspedes y aseguró que había limpiado la casa atemorizada por las amenazas de Justo. A continuación ocupó el estrado Andrés Bellosillo, «tranquilo, aunque algunas veces, cuando era acusado de criminal, lloraba». Durante la instrucción también había confesado el encargo de Casilda, pero en el juicio aseguró que el fatal desenlace había sido consecuencia de una discusión matutina entre José y Justo: cuando este reclamó el pago por tres jornadas que había estado recogiendo leña en el monte, el casero le arrojó un objeto y le golpeó con unas tenazas, a lo que Justo respondió con el martillo. 'El Chato' atribuyó su complicidad al miedo y negó haber propinado a la víctima los diez golpes 'extra' que habían contado los forense.

Finalmente, llegó el turno de Justo Martínez, que según el reportero presentaba un aspecto «poco simpático» pero respondía a las preguntas «con gran tranquilidad y gran desenvoltura». También achacó lo ocurrido a una discusión con la víctima, aunque en su versión el motivo era distinto: José le había llenado poco la copa de aguardiente y, cuando protestó, le respondió de malos modos. «La botella y la copa te las voy a meter por la boca», dijo que le había espetado el casero. Según Justo, el martillo empleado en el ataque estaba en una ventana, aunque los investigadores aseguraron que llevaba días oculto bajo el jergón que compartían los dos inquilinos.

La única esperanza

El veredicto del jurado fue de culpabilidad y el juez dictó una sentencia que, vista desde nuestros días, resulta inconcebible, injusta hasta extremos desconcertantes: condenó a cadena perpetua a los dos hombres y a muerte a Casilda, por considerar que los tres eran culpables del asesinato pero sobre ella pesaba la agravante de parentesco. La mujer sufrió un desmayo en la sala de vistas y, para que no se desplomase, tuvieron que sostenerla entre un guardia y el propio Justo. Gran parte del público protestó con estrépito, al entender que los tres debían ser ejecutados, y el Tribunal Supremo coincidió meses más tarde con ese parecer: en diciembre, estimó los recursos de la acusación y cambió el castigo de los dos hombres por la pena capital.

En los círculos ilustrados de Bilbao se registró una importante movilización en favor del indulto. En su pleno del 18 de diciembre, el Ayuntamiento de Bilbao acordó remitir telegramas a la Reina y el ministro de Gracia y Justicia para pedir la conmutación de la pena, y 'El Noticiero Bilbaíno' publicó el día 12 un artículo en primera página, titulado «¡Caridad!», en el que planteaba esa misma súplica: «Bilbao es humanitario. Y esta afirmación, que sale espontánea de nuestra pluma como hija del convencimiento más firme, es hoy la única esperanza a que pueden asirse los tres desgraciados sobre quienes pesa la horrible e irreparable pena», argumentaba el texto. En julio de 1896, la Reina, de vacaciones en San Sebastián, firmó el indulto para Casilda y Andrés, que pasaron a cumplir cadena perpetua. En agosto, ya en Madrid, hizo lo propio con Justo.

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