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Collage de estrellas del cabaret de la época. Revista '¡Tararí!'
El crimen del boxeador y la cabaretera en la calle Cortes

El crimen del boxeador y la cabaretera en la calle Cortes

Tiempo de historias ·

En junio de 1933, Eleuterio Iturmendi mató de dos disparos a Josefina Feijoo y después entabló un violento tiroteo con los agentes de Policía, que finalmente lo salvaron de ser linchado por un grupo de ciudadanos furiosos

CARLOS BENITO

Sábado, 26 de enero 2019, 00:29

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Más allá del impacto del propio crimen, los testigos del asesinato de Josefina Feijoo se quedaron sorprendidos por la manera súbita en la que se desarrollaron los hechos, sin las palabras airadas ni los ánimos en ebullición que suelen servir de antesala a este tipo de sucesos. La pareja que paseaba por la calle Cortes a las diez de la noche del 9 de junio de 1933 parecía totalmente normal, un elemento más del hormigueo de los viernes en los 'barrios altos' de Bilbao, pero esa estampa apacible y cotidiana se transformó en violencia de manera brusca, como si alguien hubiese apretado un interruptor: al llegar a la esquina con La Laguna, sin más, el hombre sacó disimuladamente una pistola Star y abrió fuego dos veces sobre la espalda de su compañera.

Josefina tenía 21 años, procedía de Ourense, residía con una hermana mayor en la calle San Francisco y trabajaba de artista en el Kursaal Novedades, uno de los cabarés más conocidos de la animada escena nocturna de la villa, que en la primera mitad de los años 30 experimentó el auge de este tipo de locales. Según recogió el diario madrileño 'El Sol', a la joven la solían apodar 'La Cubanita' porque se había criado en La Habana. El hombre que la mató, un bilbaíno de 31 años domiciliado en el número 5 de Belosticalle, se llamaba Eleuterio Iturmendi. De oficio era mecánico de radio, pero gozaba de un extra de popularidad por su faceta de boxeador: a lo largo de la década anterior había combatido como peso wélter en recintos como el Salón Vizcaya, el Ideal Cinema de Vitoria o la plaza de toros de Santoña. La cabaretera y el expúgil se habían conocido en el propio Novedades y mantenían una relación que él se obstinaba en considerar noviazgo. «Le prometió que, cuando hallase ocupación, la retiraría del trabajo para contraer matrimonio, pero ella desdeñaba estos ofrecimientos», relataba 'El Sol'. La hermana de Josefina desaprobaba a aquel pertinaz pretendiente, que ya había maltratado en alguna ocasión a la muchacha.

Los dos disparos hicieron añicos la rutina ociosa del viernes noche. Josefina se desplomó, herida de muerte, y de inmediato se acercaron dos guardias de Seguridad y los dos serenos que vigilaban el barrio, que se encontraron con un giro inesperado de los acontecimientos. Eleuterio los recibió a tiros, agazapado junto a la mujer, con una agresividad que obligó a los dos serenos a buscar refuerzos en la comisaría de la plaza Pablo Iglesias (así se llamó la plaza de La Cantera entre 1926 y 1937). Acudió un grupo de seis guardias, pero Eleuterio no depuso su actitud y siguió disparando hasta vaciar dos cargadores de su 'Star'. Las crónicas especificaban que, entre el homicida y los funcionarios, sumaron alrededor de un centenar de tiros, que dejaron acribilladas las paredes de las casas de alrededor. Fueron diez minutos de caos y pánico en la calle Cortes, hasta que Eleuterio, con su segundo cargador agotado, alzó los brazos en señal de rendición.

Un anuncio del Kursaal Novedades.
Un anuncio del Kursaal Novedades.

Los transeúntes salieron entonces de los lugares donde se habían resguardado y, al grito de «¡Muera el criminal!», rodearon al exboxeador y empezaron a golpearle, con tal furia que los policías tuvieron que protegerle de un probable linchamiento. La joven fue trasladada a la Casa de Socorro del Centro, donde los médicos confirmaron su fallecimiento a causa de dos tiros con entrada por la espalda y salida por el pecho. A Eleuterio, que apenas podía caminar, lo llevaron primero a comisaría (allí, aún intentó agredir a un hombre que le increpó) y después en taxi al mismo centro médico, donde le apreciaron un balazo en el muslo derecho, otro en la rodilla izquierda y múltiples contusiones provocadas por los ciudadanos indignados. Tras practicarle las primeras curas, lo evacuaron al Hospital de Basurto, pero antes pidió ver el cadáver de su desventurada víctima: «¿Por qué no me has hecho caso, Josefina? ¿Por qué me has engañado?», clamó ante el cuerpo. La prensa recogió que Eleuterio parecía apesadumbrado y no paraba de llorar, pero en las crónicas también aparecen algunos detalles absurdos en mitad de ese supuesto desconsuelo: «¡Que les conste a ustedes que yo soy monárquico!», les soltó a los policías que lo custodiaban. El exboxeador justificó el crimen por los celos que sentía y aseguró que su intención era suicidarse con la última bala, pero que, en el fragor del enfrentamiento, había perdido la cuenta de la munición que le quedaba.

Franca, avispada y sin tacha

'El Noticiero Bilbaíno' retrató a la víctima como una joven «bastante agraciada», de carácter «franco y avispado», e hizo hincapié en que, pese a su trabajo en un local nocturno, «no tenía tacha». En cierto modo, el de cabaretera era un oficio de riesgo en aquella época, porque a menudo se solapaba con la prostitución y algunos espectadores no solían aceptar de buen grado que las mujeres rechazaran sus pretensiones sexuales o amorosas. Tuvo gran repercusión, por ejemplo, el final trágico de Carmen Gimeno, 'La Venus de Valencia', que en julio de 1935 fue asesinada en un salón de Burgos llamado igualmente Kursaal Novedades. Un tratante de ganado de Villasandino disparó -también con una 'Star'- contra la vedette y un industrial que estaba bailando con ella y los mató a los dos. En aquella ocasión, el autor del crimen sí se acordó de reservarse la última bala, pero su propósito flaqueó tras apuntarse a la cabeza y solo se provocó un rasguño.

A Eleuterio Iturmendi, por cierto, la vida también le reservaba un final violento. El 31 de agosto de 1936, al principio de la Guerra Civil, murió tras recibir varios tiros a bordo del barco-prisión 'Altuna-Mendi'. Según el informe confeccionado en su momento por el alcalde de Barakaldo, el recluso, de «robusta complexión» y conocido por su «pésima conducta», se puso violento durante un interrogatorio y un miliciano «no tuvo otro remedio» que defenderse.

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