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Grupo de recreacionistas caracterizados como soldados romanos en la rememoración del sitio de Alesia, en la Galia. P.D.
Los esclavos que Agripa crucificó en Las Merindades

Los esclavos que Agripa crucificó en Las Merindades

En la comarca burgalesa se ocultan las rutas que abrieron las legiones de Roma para combatir a los cántabros en su terreno, en los collados y cumbres que se ascienden en duras marchas de montaña

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Jueves, 8 de noviembre 2018

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Octaviano era supersticioso y temía las tormentas en el monte. En cierta ocasión se salvó por los pelos de que lo alcanzara un rayo durante una marcha nocturna y atribuyó ese milagro a un amuleto de piel de foca que llevaba consigo. La descarga quemó ligeramente su litera y alcanzó de lleno, matándolo, a un esclavo que portaba una antorcha. Pero él salió indemne, y en prueba de agradecimiento erigió en Roma un templo al dios Júpiter Tonans (tonante, o del trueno). Todo eso ocurrió hacia entre el 26 y el 25 antes de Cristo, en un territorio lindante con Bizkaia que abarca las Merindades de Burgos, los valles pasiegos de Cantabria y la Montaña palentina. Es el escenario de las guerras de Roma contra las tribus cántabras, episodio que concluyó con una revuelta de esclavos como la de Espartaco, sofocada con crueldad un decenio más tarde por el general Marco Vipsanio Agripa.

Fue un momento crucial de Roma, el de su transformación en un régimen imperial. El 27 a. C., el Senado había otorgado a Octaviano los títulos de 'princeps' (primer ciudadano) y augusto (venerado), y él partió rápidamente a invadir Britania. Sin embargo, cuando le llegaron noticias de una revuelta en el Cantábrico decidió ponerle fin y ese cambio de planes tuvo efectos inesperados. Antes de marchar de Roma habían quedado abiertas las puertas del templo de Jano, señal de que la paz no reinaba en todas las provincias de la República (oficialmente, él la había restaurado). Sin saberlo, el norte de Hispania iba a ser testigo de la primera demostración de poder del Imperator Caesar Augustus, los títulos con los que Octaviano sería conocido en adelante.

La campaña contra los cántabros no fue larga. El caudillo Corocotta se presentó a cobrar la recompensa de 200.000 sextercios que habían ofrecido por él y Augusto se la entregó, dando por zanjadas unas hostilidades, que, en honor a la verdad, él no había dirigido sobre el terreno mucho tiempo. Pronto se sintió cansado y enfermo (tuvo problemas de hígado a lo largo de su vida) y delegó el mando en su estado mayor. Marchó a tomar las aguas en los Pirineos y se instaló en Tarraco (Tarragona). Hacia el 25 o 24 a. de C. el templo de Jano se cerró en Roma, aunque los conflictos continuaron en el Cantábrico durante casi un decenio.

Veinte siglos después, el subsuelo de las Merindades esconde las rutas abiertas por las legiones y sus tropas auxiliares (tribus aliadas y mercenarios) para enfrentarse a los cántabros. Unas discurren de sur a norte y nacen en Olmillos de Sasamón (Burgos), donde Augusto estableció su campamento principal. Otras descienden de norte a sur, desde Suances ('Portus Blendium') y Santander ('Portus Victoriae Iuliobrigensium', fundado para celebrar la primera victoria de Augusto). En ambas poblaciones se cree que atracaban galeras procedentes de Aquitania con soldados y pertrechos destinados a las unidades y puestos del interior, establecimientos militares que hoy permanecen enterrados, excepto unos cuantos que los arqueólogos han podido identificar y excavar en los últimos veinte años.

EL imponente cerrlo de La Muela, cerca de Villamartín de Sotoscuevas.
EL imponente cerrlo de La Muela, cerca de Villamartín de Sotoscuevas. P.D.

Los yacimientos se localizan en cumbres y cerros por donde las legiones ascendieron para combatir a los cántabros en sus refugios, castros u 'oppidum', normalmente de marzo a octubre. Las tribus montaban los mismos caballos que ahora pastan por las Merindades (el ADN de los ejemplares actuales es similar al de los esqueletos hallados en yacimientos de época romana). A veces dos guerreros cabalgaban en cada animal, el de atrás para saltar y lanzarse a la lucha cuerpo a cuerpo. Las montañas de Reinosa (Cantabria) y de las merindades de Sotoscuevas y Valdeporres (Burgos) fueron los escenarios más orientales de ese tipo de guerra, que los romanos llevaron a los collados para obligar al enemigo a bajar a los valles.

La resistencia final

Un campamento romano estudiado en esos parajes es el de La Muela, una imponente explanada que se alza sobre laderas boscosas cerca del municipio de Villamartín de Sotoscuevas (Burgos). Allí han aparecido en diferentes sitios clavijas de tiendas de campañas, restos de armas, piezas de instrumentos utilizados por los agrimensores y monedas datadas a finales del siglo I a. C. Algunos estudiosos creen que en ese lugar, conocido como los acantilados de Dulla, se concentraron los últimos focos de resistencia cántabra. Una rebelión que se prolongó entre el 19 y el 16 a. C. y que recuerda a la de Espartaco, el esclavo tracio derrotado y crucificado unas décadas antes junto a miles de compañeros por Marco Licinio Craso en la península itálica.

En las Merindades, la historia se repitió al alzarse en armas unos esclavos cántabros cautivos de guerras anteriores. Asesinaron a sus dueños en la Galia y volvieron a casa, donde encontraron partidarios y se lanzaron sobre las fortificaciones romanas. Augusto, más preocupado en ese momento por las fronteras de Partia (Persia) y por asuntos diplomáticos en Armenia, decidió que era suficiente y envió al general Agripa desde la Galia para que terminara la tarea que él había dejado pendiente con Corocotta.

Agripa dio a los cántabros un final que causó espanto a los intelectuales de la Antigüedad. Según Eduardo José Peralta, doctor en Arqueología por L'Ecole d'Hautes Études de París, un capítulo de esa tragedia se escribió en La Muela y sus cinco barrancos -la Mata, Dulla, Valdecastro, Campo de la Corza y Mea-, escogidos por los rebeldes para esperar el asalto romano. Todos fueron crucificados y cuando los soldados terminaron su tarea no quedó con vida ni un sólo cántabro capaz de empuñar un arma (el hacha 'bipenne' de doble filo).

La operación de exterminio de Agripa afianzó el retrato fiero de aquellas tribus, conocido de anteriores rebeliones. «Habiendo sido clavados en la cruz, ciertos prisioneros murieron entonando himnos de victoria», relata el geógrafo Estrabón, contemporáneo de los hechos que describe. También atribuye a los cántabros «casos de bravura, crueldad y rabia bestiales (…) Las madres llegaron a matar a sus hijos antes de permitir que cayesen en manos de sus enemigos. Un muchacho cuyos padres y hermanos habían sido hechos prisioneros y atados, mató a todos por orden de su padre, valiéndose de una espada robada. Una mujer mató a sus compañeros de prisión. Otro, llamado contra unos que se habían embriagado, aprovechó la ocasión para arrojarse a la hoguera».

Busto de Marco Vipsanio Agripa en el museo Pushkin.
Busto de Marco Vipsanio Agripa en el museo Pushkin. Wikipedia / Shakko An

Esas reacciones, recopiladas por el arqueólogo Antonio García Bellido en su ensayo 'La península ibérica en los comienzos de su historia', no resultaban quizá tan extrañas cuando la alternativa era recibir un tratamiento como el de Agripa. Casio Dión, historiador de una época posterior, siglos II y III d. C., también confirma que los cántabros preferían inmolarse antes que ser vendidos como esclavos. «Tras incendiar sus parapetos, unos se degollaron; otros prefirieron perecer quemados en las mismas llamas; otros, en fin, acordaron en común envenenarse; de tal modo que la mayor y más belicosa parte de ellos pereció». El veneno lo obtenían del tejo, un árbol que abunda en la cornisa cantábrica (hay muchos en Valdeporres).

Regreso a Roma

Agripa volvió a Roma con el norte de Hispania pacificado. Fue en aquel tiempo cuando se instituyó la costumbre de devolver a la ciudad los estandartes romanos recuperados al enemigo y guardarlos en el templo de Marte Vengador. Se depositaron tanto los procedentes de Hispania como los que se habían perdido unas décadas antes en la batalla de Carras contra los partos, un tesoro que Augusto rescató. Sin embargo, Agripa no celebró ningún triunfo por su victoria sobre los cántabros (desfile con trofeos y prisioneros cargados de grilletes). El motivo es que no quería eclipsar a Augusto, a quien era extremadamente leal. Incluso contrajo segundas nupcias con la hija del emperador, Julia, de 18 años, a pesar de que él tenía 46 y ya estaba bien casado. Pero Augusto lo quiso así porque Julia había perdido a su primer marido y él quería unirla a su colaborador más estrecho. La pareja se detestaba, y cuando le preguntaron a Julia sobre la convivencia de ambos, respondió: «Yo no subo más marineros a la nave cuando ya está cargada».

El relato aparece en la famosa 'Historia de Roma' del fallecido periodista italiano Indro Montanelli, quien de joven, en agosto de 1937, cubrió la Guerra Civil en Las Merindades donde había combatido Agripa. Él las recorrió diecinueve siglos después, cuando las tropas del dictador Mussolini combatían a los republicanos, con quienes simpatizaba.

En algunos pueblos de la zona todavía se distinguen las palabras talladas en las piedras de las casas por aquellos expedicionarios; unos, abrumados por la propaganda fascista de Mussolini, que no dudó en aprovecharse de los símbolos de la antigua Roma; otros, ignorantes de adónde los habían llevado. Acabada la guerra, el bando franquista enterró a los muertos italianos en una tumba con la forma de una pirámide romana. Domina el pantano del Ebro, cerca del municipio de Soncillo, con las nieves de las montañas de Reinosa a lo lejos. El tiempo pasó y el Gobierno de Italia repatrió los huesos de los soldados. Montanelli, un símbolo del periodismo en su país, dejó en uno de sus libros un relato titulado 'La chica de Soncillo'. Cerca de los barrancos donde Agripa crucificó a los cántabros.

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