Tomás Ondarra

Cuando se buscaba en Bizkaia a los más ancianos del lugar

La 'Operación Abuelo' premiaba todos los años a la mujer y el hombre con más edad de cada provincia española: he aquí algunos 'campeones' de nuestro territorio

Martes, 17 de enero 2023

Por mucho que su peso en el censo sea cada vez mayor, las personas que superan los cien años siguen inspirándonos cierta fascinación: al fin ... y al cabo, ya estaban vivas cuando ocurrieron esas historias de hace un siglo que suelen aparecer en esta sección y que nos suenan chocantes, remotas, casi de otro mundo. Pero, hace cincuenta o sesenta años, la proporción de centenarios era muchísimo menor que hoy y, como es lógico, estos ancianos llamaban todavía más la atención. Desde mediados de los 60 y a lo largo de la década de los 70, una iniciativa radiofónica bautizada como 'Operación Abuelo' se consagró a buscar anualmente a la mujer y el hombre más viejos de cada provincia española. Los ganadores cobraban un premio en metálico (cinco mil o diez mil pesetas, según la época) y recibían además el homenaje de sus conciudadanos... o se convertían en objeto involuntario de la curiosidad general, según cómo enfoquemos el asunto.

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Los periódicos vizcaínos respondían con entusiasmo a la convocatoria de Radio Juventud y dedicaban pequeños reportajes a los ganadores de cada edición. El entrañable género de la crónica geriátrica no ha evolucionado mucho a lo largo de las décadas: entonces, igual que se hace ahora, se solía preguntar a los ancianos por el secreto de su longevidad, como si bastase introducir algún elemento en la dieta o alguna costumbre en la vida para garantizarse una existencia prolongada. Por ejemplo, Valentina Bartolomé (que había nacido en la localidad burgalesa de Melgar de Fernamental, residía en el Karmelo de Santutxu y murió con 106 años) achacaba su supervivencia a su condición de «adicta a la manzanilla». Quizá gracias a eso o, quién sabe, tal vez por comulgar los primeros viernes de mes, Valentina se impuso en cuatro ediciones de la 'Operación Abuelo'.

Entre aquellos campeones de la supervivencia hubo algunos muy populares, como la menudísima Gregoria Río, que murió con 103 años y vivía en Balmaseda, aunque había nacido en Fradellos, provincia de Zamora (y aquí no se puede soslayar la llamativa presencia de castellanos y leoneses en estas listas vizcaínas). Gregoria gozaba de una vista estupenda que le permitía enhebrar agujas y había superado sin problemas el atropello de una moto cuando era ya nonagenaria. También fue muy querida Aquilina Terreros, del barrio gallartino de Cotarro Viejo, que llegó a los 106: en vísperas de su último cumpleaños, estuvo tocando la pandereta y cantó una tonada de su infancia, aunque prescindió por primera vez de la copita de Nochebuena. «Mi padre era barrenador. Yo iba a carretear, llevaba el mineral en la carreta de bueyes. Tenía 9 años», evocó en una entrevista con EL CORREO. En otra, lamentó la novedosa afición femenina al cigarrillo:«¡En mis tiempos solo fumaban las asturianas!». También hay que citar a otra reincidente en el primer puesto de la tabla, Manuela de la Torre, una modista salmantina afincada en las Siete Calles que vivió 104 años: entre las experiencias de su vida que recopiló la prensa, nos estremece la muerte de dos de sus hijas en un mismo día. «Si entonces hubieran existido los adelantos de hoy...», suspiraba doña Manuela.

Unos blancos en el bar

Pero, sin duda, la 'superstar' vizcaína de 'Operación Abuelo' fue Esteban Mencía, que encabezó la categoría masculina entre 1972 y 1976, cuando falleció con 105 años. Esteban vino al mundo en Osorno (Palencia), recorrió España como ferroviario y después trabajó de recadista en la estación de Basurto hasta los 85. Vivía con su hija en un quinto piso de la plaza Teniente Churruca (hoy Aita Donostia) y, ya centenario, bajaba y subía dos veces al día los 113 escalones de casa para recorrer las tabernas del barrio, donde la gente solía dejarle consumiciones pagadas. «¡Ponga que mi bar favorito es el Elvira!», pidió en una conversación con un periodista.

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Esteban había tenido diecinueve hijos, aunque solo le quedaban vivos tres, y seguía sacándole jugo a la vida. «Me levanto hacia las 9, y porque mi hija no me deja hacerlo antes. Voy al bar y tomo un mosto con galletas y luego unos blancos. Cada vez menos, claro. Como y bajo al bar, al café. Ceno hacia las ocho y a dormir», resumía sus rutinas. Su humor chispeante y su actitud casi punk daban mucho juego en las entrevistas, como demuestra esta breve selección de un par de encuentros que mantuvo con EL CORREO.

–¿Fuma usted?

–Como Bocanegra. ¡Buen cliente tiene la Tabacalera conmigo! Si no soy el cliente número uno, seré el dos o el tres. Para el mediodía ya he quemado una docena de cigarrillos. Fumo de todo, igual rubio que moreno. Todo el mundo me invita.

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–¿No le hace daño?

–No, qué va. Mire, dicen que el monte es muy sano: pues yo no he ido nunca al monte. Si llego a ir, tengo para otros muchos años. A mí me favorece el tabaco.

–¿Y comer, qué come?

–No me gustan las alubias. Pero, cuando me ponen pollo o conejo, se me alegra el corazón. Como también callos, que me gustan mucho.

–¿Le gustaría ser joven otra vez?

–No. He visto ya lo que he visto. Para atrás no me gustaría volver de ninguna manera. Me gustaría que me enterraran en Medina del Campo, ¡hay allí un blanco...!

Y en Eibar...

A caballo entre ambas décadas. la localidad guipuzcoana tuvo una ‘abuela de España’, Bernardina de Castro, que murió con 112 años. Nacida en Belver de los Montes (Zamora), Bernardina era prima del torero Juan Belmonte y había trabajado como sirvienta de un arcipreste, además de emigrar a Francia.

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