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Retrato al óleo de Carmen 'la Castañera', la última amante de Félix 'el Burro'. La obra, de alrededor de 1950, forma parte de la colección de personajes bilbaínos promovida por Jose Antonio y Luis de Lerchundi y Sirotich. Bilduma/Colección Euskal Museoa-Bilbao-Museo Vasco
'El Burro' y el caso del cadáver que apareció en una alcantarilla de Bilbao

'El Burro' y el caso del cadáver que apareció en una alcantarilla de Bilbao

Tiempo de historias ·

La investigación del asesinato de Rafaela Pérez 'la Morena' tuvo pendientes a los vizcaínos de finales del siglo XIX. Acusaron a su pareja, un brutal carretero cuya vida acabó mal

CARLOS BENITO

Jueves, 29 de agosto 2019, 00:43

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El 29 de noviembre de 1897, dos peones municipales bajaron a una alcantarilla de la calle Fernández del Campo, que llevaba tiempo sin limpiar, y se encontraron con un cadáver. El cuerpo estaba ya tan descompuesto que, a simple vista, resultaba imposible identificar su sexo. Aquel macabro hallazgo supuso el arranque de una investigación policial que fascinó a los bilbaínos (tuvo hasta un nombre más o menos oficial, 'el caso de la mujer desaparecida') y que, contemplada desde nuestro presente, nos desvela un sector social de aquella época en el que no reinaban precisamente los dictámenes de la ley y de la moral cristiana.

Las pesquisas arrancaron con un patinazo, porque la primera identificación de los restos fue errónea. Un comunicante anónimo condujo a la Policía hasta Leoncio Ibergüengoitia, por la sospecha de que el cadáver pudiese corresponder a su mujer, Rosa. El pobre hombre insistió en que su esposa estaba viva y atribuyó su prolongada ausencia a que se encontraba en Buenos Aires: estaba diciendo la verdad, pero en aquellos tiempos no resultaba tan sencillo comprobar la presencia de una persona en Argentina, así que Leoncio no se libró de pasar un tiempo en prisión. Los investigadores recibieron muchas más informaciones confidenciales sobre posibles identidades de la fallecida -tanto su ropa como los exámenes médicos ya habían aclarado que se trataba de una mujer-, pero la pista definitiva había de llegarles desde San Sebastián.

Allí residía una riojana llamada Ana Ortiz, que cuidaba de la hija de 2 años de una paisana suya que llevaba mala vida: la expresión resulta válida tanto en el sentido que se le daba entonces, referido a las costumbres sexuales, como con una interpretación más general, ya que el último tramo de su biografía había estado dominado por el maltrato y el miedo. La víctima -pues, finalmente, se confirmó que se trataba de ella- se llamaba Rafaela Pérez y procedía de la localidad riojana de Zarratón. Le decían 'la Morena' y el periódico 'La Voz de Guipúzcoa' la describió como «una mujer de buena figura» que acudía a los bailes públicos del Teatro-Circo con «un traje de lana, color sangre de toro, y un abrigo azul oscuro».

La vida de Rafaela se podía resumir en una sucesión de relaciones sentimentales acompañadas de traslados geográficos. Primero se casó con un tonelero de Haro, al que abandonó a los dos meses. Se mudó entonces a San Sebastián, donde se convirtió en amante de un pelotari de remonte que acabó casándose con su novia formal. 'La Morena' decidió entonces establecer su domicilio en Bilbao. En la capital vizcaína, entabló relaciones con «una distinguida persona» (así lo decía la prensa) que la dejó embarazada para después contraer matrimonio con una mujer de su clase social. Finalmente, Rafaela entregó la niña a su amiga Ana y se emparejó con el hombre que habría de convertir su vida en un infierno: Félix Picaza, apodado 'el Burro', un carretero procedente de Orozko que trabajaba para un almacén de vinos de Bilbao. 'El Burro' era un hombre de llamativa corpulencia, fuerza hercúlea y genio muy violento. Era, en fin, un matón conocido y temido en los bajos fondos de la villa.

Caracoles y tripas

Los periódicos recogieron un episodio que da idea de su carácter. En una ocasión, el 'ex' guipuzcoano de Rafaela, el pelotari, visitó Bilbao y estuvo charlando con ella en el Salón Gimnasio. Félix 'el Burro' se enteró de aquel encuentro y maltrató salvajemente a la mujer, que escapó a San Sebastián. Él se presentó en la capital guipuzcoana y la obligó a acompañarle a una casa de comidas de la calle de Enbeltran, propiedad del pelotari. Allí pidió caracoles y, cuando la dueña le explicó que su marido estaba fuera, le soltó lo siguiente: «Es una pena. Igual que me como este caracol, me comería sus tripas». Rafaela regresó a Bilbao con su «bárbaro amante», para retomar la convivencia, y su amiga Ana le regaló al despedirse un pañuelo de seda con flecos que había heredado de su madre. Un par de meses después, llegó una carta enviada desde Santander en la que Rafaela contaba que había huido otra vez de la brutalidad de Félix, pero también en esa ocasión acabó volviendo a su lado. Aquel pañuelo que le dio Ana era una de las prendas que llevaba puestas el cadáver de la alcantarilla, junto a un traje de jerga azul que Rafaela se había comprado en el comercio La Concha Guipuzcoana.

El juicio por 'el caso de la mujer desaparecida' se celebró en agosto de 1899. Los investigadores estimaban que el asesinato de Rafaela tuvo que ocurrir el 12 de julio de 1897, la última fecha en la que fue vista por sus allegados. Aquel día, Félix y Rafaela estuvieron en la romería del barrio de La Peña y acudieron después con un grupo de amigos a la posada de Cara-Ancha, en la zona de Miribilla. Según el relato de los hechos que hacía el fiscal, 'el Burro' mató esa misma noche a Rafaela, la despojó del reloj de plata, los anillos de oro y los pendientes y arrojó el cadáver a la alcantarilla donde permanecería cuatro meses. El ministerio público, que pedía una condena de más de 17 años de prisión, consideraba que seguramente Félix había montado en cólera durante la romería, al ver que su pareja bailaba con algún otro hombre.

Las vistas del juicio sirvieron para certificar el maltrato cotidiano y atroz al que estaba sometida la víctima. El acusado sostuvo que «solo alguna que otra vez» había amenazado a su pareja para amedrentarla, pese a que en su historial figuraba una condena previa por una agresión a Rafaela, pero los sucesivos testigos dejaron poco lugar a dudas sobre el alcance y la asiduidad de su violencia: declararon, por ejemplo, tres caseras que habían echado a la pareja de sus pisos por los maltratos constantes que Félix infligía a Rafaela. Una costurera que había trabajado para ellos de sirvienta detalló cómo, en una ocasión, 'el Burro' llegó a pinchar en el pecho a su novia. Otros amigos y conocidos relataron haberla visto con la cara amoratada, con marcas de dedos en el cuello o con otras secuelas de la brutalidad de su pareja. El propio traje azul de jerga que llevaba al morir estaba remendado en varios sitios porque Félix se lo destrozaba en sus ataques de celos. 'El Burro', por su parte, protestó en el juicio por las condiciones de su estancia en prisión: se quejó de que le habían tenido cuatro meses durmiendo sobre un suelo húmedo, sesenta días con grilletes y cuatro días a pan y agua.

El asesinato de Rafaela Pérez quedó impune. El acusado contó con un excelente abogado defensor, el vitoriano Enrique de Ocio, cuyo alegato final fue saludado por la prensa como «notabilísimo». 'El Noticiero Bilbaíno' contaba que «la elocuencia arrebatadora del joven letrado llegó a cautivar al auditorio» y reproducía su exhortación final al jurado: «Pensad en ese divino Cristo inocente y condenado, ante quien habéis jurado hacer justicia, y la haréis absolviendo a Félix Picaza». El abogado supo sacar partido de la falta de pruebas y logró la exculpación de su representado. No parece aventurado suponer que la trayectoria 'poco decorosa' de la víctima también pudo pesar en el ánimo del tribunal popular.

La hermosa castañera

El 'caso de la mujer desaparecida' tuvo un epílogo igualmente violento cinco años más tarde. Entre los testigos de la defensa en aquel juicio habían figurado dos personajes clásicos del Bilbao chirene de la época: Carmen Prieto, más conocida como Carmen 'la Castañera' porque vendía castañas asadas en un puesto de la Plaza Vieja, y su esposo, el albañil Ventura Vadillo. De ella cuentan que era una mujer hermosísima, extrovertida y de familia muy poco recomendable (su hermana, 'la Peporra', estaba presa en Barcelona y su hermano había cumplido condena por un asalto a la casa del señor Baqué); de él se suele recordar el sobrenombre que él mismo se impuso, 'Cuernos de Oro', por su imperturbable complacencia hacia la promiscuidad de su mujer. En 1904, Carmen y Ventura residían en el callejón del número 27 de Miravilla (la actual Miribilla) y tenían unos cuantos huéspedes de pago, entre los que destaca un viejo conocido: Félix Picaza, 'el Burro', que en esta época trabajaba de capataz en los muelles y mantenía relaciones sin ningún disimulo con la castañera.

El 18 de febrero de ese año, a última hora de la tarde, se oyeron cinco tiros en el piso de Miribilla. «Salió del gabinete 'la Castañera' ensangrentada, diciendo que 'el Burro' la había querido matar. De la cabeza echaba abundante sangre y sus ropas las tenía muy manchadas», describió 'El Nervión'. Dentro de la alcoba, tendido sobre la cama en paños menores, estaba el presunto agresor con una pistola sobre el vientre, otra al lado del brazo derecho y un disparo en la sien, que le había causado la muerte. Tenía 50 años. La hemeroteca deja abierta la duda sobre este desenlace (¿mató Carmen a Félix, como sostenía Indalecio Prieto, o se suicidó él tras hacer fuego contra su amante?), pero sí aclara que, tres años después, la castañera y 'Cuernos de Oro' seguían conviviendo en el piso de Miribilla donde había muerto 'el Burro'.

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