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Por una casualidad, se han conservado decenas de cartas enviadas por obreros de Barakaldo que hacían la guerra en Cuba y Filipinas entre 1895 y ... 1898. Permiten atisbar cuál era la mentalidad de los obreros vizcaínos en esa época. Las cartas no solían recurrir a abstracciones, del tipo «clase social», «solidaridad», «patria», «religión», sino que se refieren a situaciones concretas: si el padre tiene trabajo o si la hermana se ha casado, el encuentro con un amigo, el precio del ron o la imagen de los insurrectos que huyen al verlos.
Estos jornaleros habían sido movilizados y enviados a las colonias a luchar en difíciles condiciones, lejos de su vida cotidiana. ¿Qué pensaban los soldados de la guerra en la que combatían? Al respecto, el estereotipo más extendido entiende que los grupos populares repudiaban la guerra. Influyen en esta imagen, además de la proyección hacia el pasado de actitudes actuales, el rechazo socialista a la guerra y los movimientos que hubo contra ésta, pese a que por lo común no se dirigieron propiamente contra la guerra, sino contra las desigualdades de los sistemas de redención militar.
En nuestras cartas algunos soldados mostraban un sorprendente espíritu militar. «Estamos dispuestos a defender a España hasta la muerte, porque somos hijos de ella y hay que defenderla» les decía a sus padres el voluntario Félix Mantrana, que estaba en Cuba cuando estalló la rebelión. El patriotismo solía asociarse con la idea de la superioridad militar, y a veces con la valentía. «Uno de nosotros vale por mil de estos traidores y canallas mambises» escribía Martín Cariaga desde Filipinas –el término mambises, de origen caribeño, se usó también para los tagalos-. «El soldado español siempre [es] valiente», decía Cirilo Aldasoro tras una escaramuza que tuvo lugar en Holguín, Cuba. «Se acabaron los pacíficos, se jodieron los mambises que quedaron en el campo», «a todos los que pillamos fuera del pueblo le cortamos el pasapán» contaba Clemente Campo, un soldado particularmente aguerrido que habría de morir en Cuba, cuando contrajo el vómito. El patriotismo estaba entre las nociones básicas de estos jornaleros.
Sólo una carta presenta expresiones antagónicas, contrarias a la guerra. Fidel Yburo narra un conato de motín que tuvo lugar en el cuartel de Santander, cuando dijeron que no querían ir a Cuba soldados de las provincias vascas «que estaban con licencia» y que habían sido movilizados. La autoridad militar sofocó el posicionamiento y el autor de la carta, que contó orgulloso esta «revolución que tuvimos en Santander», unas semanas después asumió la disciplina militar con naturalidad. Las reticencias, expresadas en grupo, se diluyeron al llegar al escenario bélico.
En conjunto, mostraron una suerte de aceptación resignada de la guerra, sin patriotismos exacerbados, pero sin cuestionarla, asumiendo la obligación de prestar el servicio militar. A veces calificaron de «mala suerte» que les tocase marchar a Cuba o Filipinas y no lo consideraron un destino envidiable, pues aconsejaban a amigos y hermanos que intentaran evitarlo. Sin embargo, no escribieron quejas sobre el deber militar en sí mismo. Las protestas, que eran abundantes, se refirieron sobre todo a los precios a los que les cobraban comida, bebida o tabaco fuera del cuartel. Creyeron siempre en la victoria, confiaron en los mandos y consideraron cobardes a los insurrectos: asumieron la lógica militar y, resignadamente, esperaron el momento en que les tocara volver a casa. Se quejaron también porque la guerra se prolongaba.
¿Sostuvieron nociones patrióticas? Hubo algunos que hablaron de la obligación de defender a España. «¡Ánimo y viva España!» así se despedía Clemente Campos de su hermano, y muchos recogen expresiones patrióticas al narrar combates o los de calurosos recibimientos públicos al llegar a las colonias. «Hasta los chiquillos gritan viva España», contaba con orgullo el artillero Domingo Urrecha, que estaba en La Habana.
Sin embargo, fueron pocas las expresiones patrióticas. No todos se dirigían a su hermano diciéndoles «ánimo y viva España», aunque la naturalidad con la que aparecen expresiones de este tipo sugiere que eran valores no cuestionados ni por ellos ni por sus familias. No era un concepto muy elaborado. Queda asociado a ideas elementales (la valentía, la victoria, el deber, la dicotomía nosotros/ellos). Su base argumental consistió verosímilmente en la repetición de evocaciones patrióticas y la idea del cumplimiento del deber. El baracaldés Chacarte envió a su familia la letra de una canción –se había estrenado en el carnaval de Cádiz el año anterior- y repetía unos lugares comunes que eran piezas de este nacionalismo popular: «Al grito de viva España», «vamos a vengar la preciosa honra de nuestra España», «cuántos morirán en aquella tierra infame».
Era un patriotismo primario, pero indica que entre los jornaleros que hacían la guerra no habían calado las nociones socialistas que hablaban del internacionalismo e identificaban la nación con los intereses burgueses. Ninguna expresión evoca el esquema antibelicista.
Las nociones religiosas impregnaban las expresiones públicas de la época. Iglesia y medios de comunicación transmitían la imagen de que todos los grupos sociales las compartían. Este imaginario se aplicaba especialmente a las personas de extracción popular, a las que solía atribuirse una especie de identificación natural con la simbología religiosa. Pues bien: estos textos permiten asegurar que no era así, al menos entre los jornaleros de Baracaldo que estuvieron en las guerras. «Yo con mucha salud, a Dios gracias», «yo bueno a Dios gracias», «gracias a Dios no tengo novedad»: la invocación religiosa quedaba reducida a los saludos rutinarios y, pocas veces, a expresiones del tipo «pronto los veré si Dios quiere», «algún día volveré si Dios quiere», también frases hechas.
Las fórmulas estereotipadas reflejaban el sentimiento de pertenencia a la Iglesia y, sobre todo, conocimiento del lenguaje correcto, pero no la religiosidad omnipresente en la sociedad española que sugiere el estereotipo. No hay ninguna otra alusión a advocaciones religiosas, con la excepción irónica del relato de Juan González, cuando contaba que habían ocupado una Iglesia de Alquízar: «ahora nos vamos a hacer muy santos porque estamos entre ellos y durmiendo mismo con ellos, porque los tenemos en el suelo por si acaso se caen y nos rompen la cabeza». Tampoco hay evocaciones religiosas en los momentos de apuros, aunque sí patrióticas o recuerdos de la familia. «Tuvimos mucho fuego y casualidad era el santo de Crescencia, que ya me acordaré toda mi vida», así resumió José Eguiluz uno de los apuros que pasó. Crescencia era su hermana y seguramente el soldado, que había pasado hambre y sed en las operaciones, murió en el siguiente encuentro, unas semanas después.
La religión no tenía especial relevancia para los soldados de Baracaldo, en esto no se ajustaban a las imágenes que solían transmitirse. Vale contrastar sus misivas con una carta que publicó un periódico local, que atribuía a soldados bilbaínos. «Hemos estado 22 días de operaciones y hemos pasado muchas fatigas. Algunos de Bilbao nos ofrecimos a la Virgen de Begoña para que nos sacara con bien y no tuvimos novedad» era sin duda apócrifa, al menos en esto, entre otras razones porque no solía haber varios vecinos del mismo pueblo en la misma unidad. Sin duda, la mención a la Virgen de Begoña era un añadido que realizó el periódico, al que le parecería importante la imagen de la fe religiosa. En las cartas de Baracaldo no hay ni de refilón una alusión de este tipo.
En conjunto, los obreros movilizados muestran una aceptación resignada de la guerra, un patriotismo elemental, una religiosidad rutinaria… y deseos de que termine4 la guerra pronto para volver a su vida cotidiana. Eso sí: todos parecían convencidos de la victoria.
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