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TOMÁS ONDARRA
Tiempo de Historias

El «Bilbao sanísimo» que se encontró William Bowles

Irlandés de nacimiento y formado en París, este experto en minería al servicio de la corona española publicó en 1775 sus impresiones de la villa

Julio Arrieta

Domingo, 18 de diciembre 2022, 01:39

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Lo que más le llamó la atención de Bilbao al naturalista irlandés William Bowles fue su salubridad. Que le pareció desconcertante teniendo en cuenta la humedad, a la que dedicó buena parte de su descripción de la villa, publicada en 1775 como parte de su 'Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España'. Como científico que era, Bowles quiso explicar lo que le pareció casi un misterio. «¿Cuál será la causa de que sea Bilbao sanísimo, en medio de tanta humedad, y de estar en parte edificado sobre estacas como Ámsterdam?», se preguntaba este experto en minería al servicio de la corona española.

Angulas en Bilbao

  • A millones. A Bowles le llamó la atención la calidad del pescado. Destacó los jibiones y las angulas. La explicación de estas, leída hoy, parece una fantasía: «Suben por la ría en multitud increíble». Miden «cosa de tres pulgadas; se cogen a millones en las mareas bajas, se comen fritas y de varios modos, quince o veinte a la vez».

No es mucho lo que se sabe de la vida de Bowles. Según detalla Gabriel Sánchez, de la Queen's University de Belfast, «nació cerca de Cork en 1714 o 1715 y murió en Madrid el 25 de agosto de 1780. Al principio se dedicó a la abogacía, pero en 1740 se trasladó a París, donde estudió historia natural, química, metalurgia y anatomía. Viajó por Francia, estudiando su geología y sus minas, antes de trasladarse a España». Hacia 1756, se casó con la alemana Ana Regina Rustein, que le acompañaría en todos sus viajes. No tuvieron hijos.

Bowles pasó cuatro meses en Bilbao, una estancia de la que se llevó una impresión inmejorable. La villa, «situada tierra adentro orilla de una ría, se compone de setecientas u ochocientas casas, en cada una de las cuales hay muchos vecinos, con una hermosa plaza sobre la misma ría, y en ella un magnífico dique para contener las aguas, el cual sigue a muy larga distancia por el paseo del Arenal abajo». ¿Alguna pega? La dichosa humedad: «En Bilbao se respira siempre un aire tan húmedo que enmohece los muebles, llena de orín el hierro y el cobre, hace sudar el pescado salado disolviendo la sal y multiplica las pulgas a lo infinito». Sin embargo «es el pueblo más sano que yo conozco y gozan sus moradores de los cuatro bienes más apreciables en cualquier clima, esto es, fuerza y vigor corporal, pocas enfermedades, larga vida, contento y alegría de ánimo. La villa está pobladísima, y con todo eso, el hospital suele hallarse vacío de enfermos». Es más, la gente está tan sana que casi ni se muere: «En cuatro meses que estuve allí, no vi enterrar más que nueve personas, cuatro de las cuales pasaban ya de ochenta años. Por las calles andan derechos y firmes octogenarios de todas las naciones».

¿Cuál es la explicación? Que la villa está bien ventilada, concluye el naturalista: «Las corrientes alternadas y continuas del aire remueven y arrebatan los vapores húmedos; y aunque existen siempre, nunca están en reposo, ni tienen lugar de formar las combinaciones pútridas que produce con el calor el estancamiento de las aguas».

«Descalzas de pie y pierna»

Las gentes de Bilbao están sanas y son robustas. Sobre todo las mujeres: «En Bilbao las de la ínfima plebe trabajan más que si fueran hombres. Ellas son ganapanes y mozos de cordel de la villa, que cargan y descargan los navíos. Los forzados de Cartagena y de Almadén son haraganes en comparación suya. Van descalzas de pie y pierna, y desnudos los brazos; y por la robustez de los músculos que se las ven, se puede conjeturar la fuerza que alcanzan».

La mujer «no cede en fuerzas al marido, ni la hermana al hermano, y bien bebidas y cargadas de peso, corren sueltas y firmes que es un gusto verlas». Por la tarde, «cuando han acabado las faenas, vuelven a sus habitaciones sin dar la menor señal de cansancio, muchas veces bailando por las calles al son del tamboril entrelazadas de las manos unas con otras».

Porque la villa, «a la manera de los griegos y romanos, para divertir al pueblo en los días de fiestas y de recreación, tiene asalariada esta especie de música, que consiste en una flauta y un tamboril». La flauta «solo tiene cuatro agujeros, tres en la parte superior, y uno en la inferior»; a pesar de lo cual «es increíble la variedad de tonos que sacan». Al viajero irlandés los bailes locales le parecen «violentos», aunque sin «actitudes ni expresiones lúbricas».

Los edificios de Bilbao «son altos, buenos y sólidos: bajando a la derecha del Arenal, todo son casas, almacenes, y huertos; y como las casas están pintadas, y el paso plantado de tilos y robles, los que suben embarcados por la ría notan una perspectiva tan hermosa y tan varia, que a cada instante les parece ver nuevas y magníficas decoraciones de teatro». Bowles destaca la carnicería, «un edificio toscano que forma un claustro descubierto para la mejor ventilación, con una copiosa fuente». De aquí la carne sale tan limpia «que no es menester lavarla en casa».

Contribuye a mantener el buen aspecto de las calles que «no se permite que anden coches ni otro carruaje alguno dentro de la villa, con lo cual se mantiene igual y unido el empedrado». Los aleros de los tejados sobresalen lo suficiente para poder caminar debajo «sin mojarse cuando llueve», así que se puede ir a pie en todo tiempo «con seguridad y comodidad».

En fin, concluye Bowles, Bilbao «es un pueblo donde se puede vivir con mucha comodidad y gusto, por el extendido comercio que en él se hace, por su clima, por sus frutos, por el agrado de sus habitadores, y por la cordura con que están hechas sus leyes civiles y el comercio». Tanta que «entre ellas hay una contra la ingratitud, a cuyo delito señala castigo».

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