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Las torres de Lutxana dibujadas desde la desembocadura en la ría del Asua por Luis Paret.

Cuando Barakaldo pudo ser villa (pero no le dejaron)

Tiempo de historias ·

La historia de las desaparecidas torres de Lutxana pudo alterar el precario equilibrio entre Portugalete y Bilbao, y las anteiglesias situadas entre ambas

igor santos salazar

Miércoles, 2 de noviembre 2022, 18:59

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Igor Santos Salazar es doctor en Historia medieval por las universidades de Salamanca y Bolonia, y profesor de la Universidad de Trento (Italia)

Las recientes exposiciones dedicadas a Luis Paret y Alcázar, pintor en el Madrid de Carlos III, exiliado en Puerto y Rico y Bilbao por unas acciones que escandalizaron aquella corte hipócrita (Luis fue 'celestino' en las aventuras amorosas de su mecenas don Luis de Borbón, hermano del rey), han puesto una vez más de relieve la importancia de la pintura como fuente primordial para la Historia. Los años que el pintor madrileño pasó en la villa (1779-1788) fueron prolíficos. Durante ese periodo fijó en sus telas algunos paisajes del Señorío: las vistas de los puertos de Portugalete y Bermeo; Olabeaga y las dos escenas del Arenal bilbaíno (y otras, dedicadas a Donostia, Pasaia y Hondarribia...), consienten un viaje sensacional en el tiempo a quien admira su rápida pincelada. Existe también un pequeño dibujo realizado con lápiz negro, pluma y aguadas de tinta de hollín (hoy en la colección Juan Várez de Madrid), que ofrece un testimonio espectacular: la de las desaparecidas torres de Lutxana vistas, más o menos, desde la desembocadura en la ría del Asua, protegidas a sus espaldas por las escarpadas laderas del montecito Tun Tun, devastado por la acción del hombre y la contaminación industrial, sobre el que hoy vuela la inmensa mole del puente de Rontegi (obra del padre de Ana Torroja, marquesa y cantante de Mecano, pero esa es ya otra historia...).

Las torres fueron, hasta su paulatina ruina y demolición, entre las guerras carlistas y el saqueo del territorio por las compañías mineras inglesas, unas edificaciones con una historia muy singular, que evocan en el corazón de Bizkaia a los linajes de la más alta aristocracia de Castilla: los Ayala y los Velasco. Como ha señalado González Cembellín (gran experto en casas-torres del país), las fortificaciones debieron realizarse durante la segunda mitad del siglo XIV, por orden de Leonor de Guzmán y de su marido, Pedro López de Ayala, Canciller de Castilla y uno de los más importantes literatos de nuestra Edad Media, cuyos sepulcros se admiran aún hoy en la alavesa Quejana. Ya en el siglo XV, en torno a 1447, los bienes barakaldeses de la familia alavesa pasaron a los Velasco, condes de Haro. Fue a partir de ese momento que la historia de las torres pudo alterar para siempre las geometrías políticas de la ría del Nervión y el precario equilibrio entre las villas (Portugalete y Bilbao) y las anteiglesias vizcaínas situadas entre ambas.

Sepulcros en Quejana de Leonor de Guzmán y de su marido, Pedro López de Ayala, Canciller de Castilla.

Un documento conservado en el Archivo Municipal de Bilbao, escrito en Ocaña en el invierno de 1499, contiene una historia tan sensacional como el dibujo de Paret. En sus líneas se contiene un relato de ambiciones y pleitos, de luchas sin cuartel por los recursos y el prestigio que aquel mundo tan duro administraba sin parsimonia. En nombre del concejo de Bilbao, Juan Martínez de Marquina solicitó a los reyes Isabel y Fernando que se respetase la orden de que nadie osara fundar nuevas villas sin el consentimiento real y en perjuicio de la misma Bilbao, que defendía, además, el monopolio del comercio sobre todo su hinterland (hasta Zamudio, hasta Barakaldo, hasta Areta...). Juan Martínez añadió entonces otra queja: contra tales disposiciones, el difunto Condestable Pedro Fernández de Velasco (el de la capilla de la Catedral de Burgos, para entendernos) había intentado por todos los medios «hedificar una villa en Varacaldo junto con las sus torres de Luchana para hazer allí un puerto, e que agora crehe (Juan Martínez) que lo mismo quiere faser el Condestable, su fijo (es decir, Bernardino Fernández de Velasco), porque diz que lo comiença a poner en obra en Varacaldo y en Zubileta».

Los miedos del ayuntamiento de Bilbao eran fundados: Bernardino controlaba muchos bienes entre Lutxana y Burceña (los diezmos del monasterio del que queda hoy apenas una iglesia con marchamo de capilla), pero, sobre todo, era un hombre que controlaba las rentas del Diezmo de la Mar, es decir, la contribución que se pagaba por el tránsito de los bienes que entraban en el reino por sus puertos. Era un noble riquísimo y muy poderoso. El procurador bilbaíno insistió: si Barakaldo se convertía en villa con un puerto protegido por las torres de Lutxana, Bilbao y Portugalete se arruinarían (recurso retórico y cínico, a Bilbao nunca interesó la suerte de Portugalete...). Los reyes acogieron la queja y abrieron una investigación para evaluar, con testigos, la veracidad tanto de los privilegios mencionados como de la realidad que los poderes de la villa denunciaban a través de su procurador.

El resultado de aquellas polémicas fue claro: Barakaldo nunca alcanzó el título de villa y las torres de Lutxana terminaron por desaparecer al calor de los Altos Hornos. Nos queda solo Paret como albacea testamentario del país que un día fue y ya no es.

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