Los asombrosos combates del japonés Rakú en Bilbao
Tiempo de historias ·
La llegada del luchador de Osaka en 1908 levantó una enorme expectación en la villa, que asistía por primera vez a una demostración de artes marciales orientales. Había un premio de 500 pesetas para quien lograra tumbarloEn 1908 las actuaciones del japonés Rakú, un luchador de Jiu-Jitsu, levantó enorme expectación en Bilbao. Era la primera vez que en la villa ... había demostraciones públicas de un arte marcial. Los combates, desafíos, reacciones del público, comentarios y opiniones -incluyendo la de Unamuno- dan su importancia a estas exhibiciones y reflejan la mentalidad bilbaína cuando los deportes se abrían paso como espectáculo de masas.
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Rakú era una celebridad. Nacido en Osaka en 1880, se había establecido en Londres en 1900, impartiendo clases de Jiu-Jitsu. Además, realizaba viajes por distintos países (Francia, Italia, Alemania, China, India) en los que enseñaba este tipo de lucha. La casa Circus variety agency, de Leonard Parish, se encargaba de las contrataciones. Rakú había estado en Barcelona en 1907 y en 1908 realizó una gira de seis meses por España. Llegó a Bilbao tras pasar por Madrid, Barcelona y Santander. Entre el 21 y el 31 de agosto actuó en el Circo del Ensanche, que estaba en la Gran Vía, cerca de la Plaza Elíptica, y que se especializaba en espectáculos populares, por entonces frecuentemente bailes. A veces incluía números gimnásticos. En aquella ocasión fue la lucha japonesa.
El rey Alfonso XIII había estado en Bilbao unos días antes y aquella semana la villa celebraba sus fiestas de agosto. Pues bien, todo pasó a segundo plano. Una y otra vez Rakú fue «el hombre del día», «en todas partes se habla de él». En el Circo del Ensanche se sucedieron los llenos y las hazañas de japonés fueron comentadísimas.
Rakú era un hombre delgado, «de estatura regular» (medía 1,67 y pesaba 58 kilos), con gran «habilidad y músculos de hierro». En escena explicaba los rudimentos del Jiu-Jitsu: «cómo sujetar a un contrario dejándole completamente sin movimiento», llaves, presas y defensas, «demostrando cómo una persona puede defenderse de un apache, bien sea sorprendido cogiéndole por el cuello, las manos, los brazos». Los bilbaínos siguieron con entusiasmo sus demostraciones, pero lo que suscitaban los mayores apasionamientos fueron los combates. Había un premio de 500 pesetas para quien consiguiera ganarle o resistirle durante quince minutos. Se sucedieron las peleas. Se presentaron varios bilbaínos, practicantes de los deportes modernos o gente considerada fuerte. El primero fue «un joven amateur y de distinguida familia», que demostró gran vigor físico y agilidad, pero cayó a los 6 minutos. Vicente Blanco, el campeón de España de ciclismo, fue derrotado enseguida. Siguieron los retos, que se establecían de un día para otro, aumentándose la expectación. Antonio Bayona Ampudia, un ajustador del astillero Euskalduna, de 28 años, demostró vista, agilidad y fuerza extraordinaria, pero no llegó al minuto 10. Lo mismo le sucedió al día siguiente a Fructuoso Saiz, un carretero de 30 años.
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Un público exaltado
Lo intentaron jóvenes de la Federación Atlética, tras recibir algunas clases que les impartió el ayudante de Rakú. Aranaz Castellanos y Larrazabal fueron derrotados. Luego le ofrecieron un banquete a Rakú. Este grupo, que practicaba diversos deportes, demostró admiración y afán de aprender.
En Bilbao predominaban ganas de que alguien venciese a Rakú. Eso explica un incidente de los últimos días, que se hace extraño porque en Bilbao los públicos solían ser comedidos. Por alguna razón, los éxitos del luchador japonés les ponía en estado de exaltación agresiva.
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Tras vencer al desafiante local, un tal Urra, «el representante del japonés Akishina Onoro, otro profesor de jiu jitsu» retó a Rakú. Este aceptó la lucha, que se programó para el día siguiente. Resultaba obvio que el reto era un reclamo publicitario –en Bilbao no solía haber japoneses ni luchadores de jiu-jitsu-, pero el público se lo tomó como un desafío en el pleno sentido del término y como la oportunidad de ver derrotado a Rakú. Exigió que la lucha fuese inmediata. Como era para el siguiente día, los espectadores se amotinaron, tirando las sillas y las barandillas al fondo del escenario. Los artistas que tenían que actuar después tuvieron que retirarse, en medio de «un griterío infernal y escándalo enorme», exigiendo que les devolvieran el dinero de las entradas. El asunto fue a mayores, pues intervino la fuerza pública –dos sargentos y veinticinco guardias- que lograron desalojar el teatro con grandes dificultades. Cuando Rakú salió del Circo muchos espectadores le siguieron «con intenciones aviesas» y los guardias lograron protegerlo a duras penas. Unos cien espectadores fueron al Gobierno Civil a protestar y un grupo de espectadores al periódico, a quejarse del trato policial.
Las aguas volvieron a su cauce al día siguiente. La prensa sugería que el reto de Onoro a Rakú formaba parte del espectáculo, pues se había dado ya en Barcelona y Santander. Aun así, la entrada del día siguiente fue soberbia. Primero combatieron Feliciano Echevarri y Felipe Abrisqueta, entre otros, y ninguno pudo aguantar más de cinco minutos. La presentación de los dos japoneses gustó, sobre todo porque Onoro era mucho más corpulento que Rakú, por lo que se creyó que podría derrotarle. La pelea tuvo su solemnidad, pues se planteó a 20 minutos y fue cronometrada por los de la Federación Atlética. No acabó bien del todo, pues el público se dividió entre los que aplaudían a rabiar y los que creían que eran una pelea acordada. Al término del combate, sin vencedor, Onoro se negó a saludar a Rakú y la supuesta enemistad sirvió para programar otra pelea entre los dos el día siguiente, a celebrar sin límite de tiempo.
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El público bilbaíno volvió en masa al Circo del Ensanche. La lucha gustó, por la profusión de llaves, y terminó con la victoria de Rakú. Muchos pensaron que «el resultado estaba acordado». Aun así, Rakú fue despedido con grandes aplausos. Antes de marchar le entregaron el título de socio honorario de la Federación Atlética, que quiso progresar en las artes marciales con la enseñanza del ayudante de Rakú.
A Unamuno no le gustó
Unamuno, que el 5 de septiembre daba en el Sitio la conferencia «La conciencia liberal española de Bilbao», asistió a una de las sesiones de Rakú. Escribió sus impresiones en un artículo que publicó en un periódico argentino, lo que eleva los combates de Jiu-Jitsu a categoría analítica, pues le servían para consideraciones de tipo cultural sobre Japón. Sobre Rakú habla con displicencia: es «el hombrecito japonés», un «hombrecito menudo y fino», que se hacía «antipático al público». Explica la razón: en Bilbao se admiraba «la fuerza bruta abierta y sin dobleces» y no gustaba que fuera vencida por la destreza, la habilidad y el arte. En otras palabras, Bilbao prefería la fuerza sin sofisticaciones. Por lo que se le entiende, al público la irritaba la cortesía del japonés o cuando se atusaba «el bigotillo retranco». Le atribuía a Rakú la insolencia del vencedor «que la disfraza de cortesía y templanza». En otras palabras: a Unamuno no le gustó Rakú y parecía preferir la fuerza bruta.
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Sea como fuere, siguió la expectación, cuando se supo que Rakú iba a enfrentarse en Guipúzcoa con forzudos locales. En Tolosa asistió un gran gentío, sobre todo de caseros, que llegaron mucho antes de la hora. Se celebraron dos combates importantes. Primero luchó con Ramón Gárate, de Urrestilla, «borrokalari» conocido como «Caminero de Urrestrilla». Fue una pelea durísima, pero también fue vencido, esta vez por una llave al cuello. El combate con Eltxekondo (Isidoro Olloquiegui, natural de Hernani), «el más forzudo de Guipúzcoa», levantador de piedras, fue el más disputado. Rakú logró derrotarle, pero según declaró Parish, el representante del japonés, fue la pelea más difícil que había tenido nunca.
Los combates de Rakú quedaron en la memoria y en Bilbao supusieron un paso importante en la aparición del deporte como espectáculo. Demostraron su capacidad de atraer al público. Unos años después la lucha libre y el boxeo harían furor en la villa.
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