Asesinato sin resolver en las vías del Vasco Navarro
El crimen de la guardabarrera ·
Se cumplen 115 años. En noviembre de 1907 aparecieron sobre la vía férrea restos humanos de un cuerpo desmembrado. A pesar de las evidencias y la existencia de sospechosos, el crimen quedó impuneSergio Carracedo
Domingo, 6 de noviembre 2022, 03:15
No fue el Orient Express de Agatha Christie, pero el trenico también fue escenario de sucesos truculentos. Como el caso que Enrique Díez le ha ... recordado a Javier Suso, para que este investigador ahondase en este crimen que acabó hace 115 años con una persona desmembrada sobre la vía de este mítico tren que unía Vitoria con Estella y Bergara. Las noticias recopiladas por Suso recogen que en la madrugada del 2 de noviembre de 1907 aparecieron restos humanos en la vía del ferrocarril Anglo-Vasco-Navarro entre las localidades alavesas de Urbina y Villarreal, hoy denominada Legutio.
El cadáver despedazado lo encontró Teodoro Beitia, al volver entrada la noche a su domicilio, después de pasar la tarde de Todos los Santos en las tabernas de Villarreal. Al llegar a su casa encontró a sus dos hijos pequeños solos y llorando, por lo que acudió al paso a nivel que regentaba su mujer, Agapita Uriarte Velátegui. Al llegar al lugar se topó con el cuerpo desmembrado de su mujer. Sin duda fue el último tren de la tarde, el que llegaba a Vitoria sobre las seis de la tarde, el que causó el descuartizamiento de Agapita. Ni el conductor del tren, ni el pasaje se dieron cuenta de lo ocurrido.
El jefe de estación de Villarreal comunicó el hallazgo a Vitoria y, de inmediato, el Juez de Instrucción se presentó en el paso a nivel de Lache, en el kilómetro 13, donde habían encontrado el cuerpo desmembrado que había sido arrollado por el tren. El juez apreció que se trataba del cuerpo de una mujer, sospechó que la muerte se produjo de manera violenta y que no murió junto a los raíles sino que su asesino había puesto el cadáver sobre las vías para que el tren lo arrollara. Al lugar de los hechos se desplazaron en los días sucesivos jueces y periodistas que recopilaron los datos que ahora Javier Suso ha recuperado.
El periodista del Heraldo Alavés Enrique de Castro contactó con el suegro de la víctima, «un anciano de aspecto bíblico», quien le mostró los «cuajarones de sangre ya secos y ennegrecidos por el paso del tiempo». El anciano, entristecido por la muerte de su allegada, reconstruyó lo sucedido. Melquiades Beitia, informó de que su nuera «estuvo en el caserío hasta que sintió la salida del tren de la estación de Villarreal. El tren tarda en hacer el recorrido que separa esta barrera de la estación, unos cinco minutos. Salió de casa con el farol encendido y fue a situarse al otro lado de la vía, a uno de los costados de la caseta, como tenía por costumbre. Lo que pasó desde ese momento permanece en el misterio», añade el periodista.
Sin embargo, el viejo Melquiades apuntó que «en varias ocasiones» les había faltado ganado y las sospechas de su hijo Teodoro Beitia y de Agapita recayeron en su vecino Ignacio Galdos y su mujer, Gregoria Bengoa. La denuncia ante la Guardia Civil derivó en varios registros en la casa de sus vecinos. También en una acalorada discusión, con graves amenazas incluidas, entre Agapita y Gregoria ocurrida horas antes del trágico hallazgo sobre la vía férrea. «Yo creo que mi nuera fue agredida estando en la caseta», espetó el anciano al periodista.
La autopsia demostró que el juez y la familia de la víctima estaban en lo cierto. «La muerte se produjo por un fuerte golpe en la cabeza», señala Suso. También se confirmó que el cuerpo pertenecía a Agapita, guardabarrera del puesto de Lache, muy próximo al caserío de su propiedad.
Días después el Heraldo desveló la mala relación que mantenían Agapita y Teodoro Beitia con sus vecinos y reveló que el farol que usaba la mujer para hacer señales al tren apareció intacto en la escena del crimen, «cosa muy extraña si hubiera sido arrollada por el tren estando con vida», analiza Suso. Ello condujo a la detención de Ignacio Galdos y Gregoria Bengoa junto a sus hijos Catalina y Francisco Galdos.
Juicio en 1909
El 21 de mayo de 1909 se inició en Vitoria la causa por el asesinato de Agapita contra los procesados. Ambos por separado admitieron su vieja enemistad con los Beitias, pero negaron haber acabado con Agapita con versiones similares y alguna imprecisión con respecto a sus declaraciones iniciales realizadas en 1907.
Pasaron cerca de 50 testigos y fue interrogado un antiguo criado de los Galdos, llamado Julián Armentia, que había sido despedido unos años antes por los entonces procesados. Confesó que Ignacio Galdos le había ofrecido una hija en matrimonio y 500 pesetas (otro periódico dice 5.000) si acababa con la vida de la guardabarrera, extremo que Ignacio negó durante el juicio.
Otro interrogado fue Francisco Goicoechea, cuñado de los detenidos, ya que Ignacio lo había reconocido en los minutos previos o siguientes al paso del tren por Lache el día de la muerte de Agapita. Ignacio declaró en la causa que su cuñado «venía de arreglar la barrera» y que «había perdido una herramienta». Entre las declaraciones de ambos hubo ciertas incongruencias.
Ese mismo día y tras una segunda sesión por la tarde con la misma expectación pública que la matinal, el jurado se retiró a deliberar. Los medios de comunicación esperaban un veredicto durante la noche, pero en la lacónica nota de los periódicos consta que la acusación particular retiró los cargos y los acusados quedaron en libertad.
Según una biznieta de Agapita, «la malograda guardabarreras del Vasco-Navarro fue enterrada extramuros del cementerio por la posibilidad de que se hubiera suicidado», hecho de «poca piedad cristiana», reprueba Suso, que opina que «todavía se puede hacer algo al respecto». Además considera que «si este caso hubiera ocurrido en la actualidad, las nuevas técnicas de investigación habrían dado un resultado muy distinto».
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