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Gil del Espinar/Crónica

Aquellas trompas de campeonato en Bilbao

La capital vizcaína celebró en los años 30 una competición anual de peonza que los chavales se tomaban muy en serio. ¡Hasta himno tenían!

Martes, 29 de marzo 2022

Los juegos que divierten a una generación suelen convertirse en un instrumento de tortura para las siguientes: hay pocas cosas más aburridas que oír cómo padres y abuelos se extasían recordando lo bien que se lo pasaban con sus pasatiempos infantiles. Al final, todos acabamos incurriendo en ese vicio, como si a los niños de hoy les interesasen algo nuestras rayuelas, nuestros aros, nuestra Mariquita Pérez, nuestro Tente, nuestro Autocross o nuestros primitivos juegos de ordenador, que más bien les parecen curiosidades de un documental antropológico sobre alguna tribu remota. Pero también es cierto que unos pocos juguetes dan esquinazo a esa maldición y vuelven a ponerse de moda de forma más o menos periódica: sucede, por ejemplo, con la peonza. Cada cierto tiempo, se vuelve a ver a los críos haciéndola girar en patios y plazas, en una estampa muy similar a la que ofrecían sus bisabuelos o sus tatarabuelos de hace un siglo.

En aquella época, la trompa o trompo (nombres que se solían usar más a menudo que 'peonza') era algo muy serio, hasta el punto de que, en los años 30, Bilbao fue sede de un animado campeonato anual al que asistían las autoridades municipales. Esta competición arrancó en noviembre de 1931 por iniciativa del diario deportivo 'Excelsius', que acababa de nacer como continuación del pionero 'Excelsior', y generó tantas expectativas que el periódico fue dosificando cuidadosamente la información sobre la convocatoria para crear ambiente. Antes incluso de anunciar la fecha prevista publicó las bases, «especificadas con la suficiente claridad para que las entiendan las perspicaces inteligencias de la chavalería trompista», con su importante distinción entre corpadas (los golpes con el clavo de la peonza) y corpadones (cuando lo que impacta es la parte superior, más ancha). El campeonato estaba abierto a chavales de entre 7 y 14 años y se disputaba en dos modalidades: 'a caminar', en la que se enfrentarían todos los inscritos, y 'al corro', que decidiría el título entre los seis primeros clasificados. El campeón recibiría una copa, un «hermoso pelotón de fútbol» donado por Achicoria Chimbo y una suscripción de seis meses al 'Excelsius'. El subcampeón tendría copa, suscripción y «un estupendo cinturón trenzado con hebilla dorada». Y el tercero habría de conformarse con tres meses de diario y una camiseta y un pantalón del Athletic. Para los tres siguientes había «una pluma estilográfica bonitísima», «un elegantísimo cinturón de seda con hebilla dorada» y «una flamantísima corbata de seda con los colores del Athletic». Como contrapartida, los seis primeros quedaban comprometidos a hacer una exhibición de sus habilidades en el Sanatorio de Gorliz, «para gusto y recreo de aquellos enfermitos».

Información en el 'Excelsius'.

El «maestro Montebite» compuso para la ocasión un 'Himno de los trompistas', que aprovechaba para deslizar moraleja en el giro hipnótico de la peonza. «Al bailar la trompa, / dice su bailar / que no hay cosa viva / sin actividad. / Que hasta que caigamos / hay que trabajar / cual vivientes trompas / de la sociedad. / La trompa en rotación / es la gentil lección / que vale por mil libros / y hasta por un millón. / Enseña actividad, / inculca voluntad, / es juego y enseñanza / de suma utilidad», decía la letra, quizá un poco exagerada en su aprecio de la pedagogía trompista. Pero, en fin, ese era el tono de ironía hiperbólica que reinaba en toda la organización del campeonato: «Tenemos el dulce presentimiento de que, sin tardar, el deporte de la trompa ha de adquirir tal arraigo en las costumbres y tal importancia social que no habrá población, ni grande ni pequeña, desde Londres hasta Aracaldo y desde Nueva York hasta Apatamonasterio, que no cuente con su correspondiente Tromping Club, Sociedad Trompística o Peña de la Trompa», auguraba socarrona una de las piezas del 'Excelsius'.

Trampas y lesiones

Se inscribieron 48 niños, todos varones. La primera tanda del campeonato iba a disputarse el domingo 15 de noviembre en la Plaza Nueva, pero la lluvia obligó a aplazarla una semana, hasta el 22, que amaneció soleado. En presencia del alcalde, Ernesto Ercoreca, los participantes fueron empujando con la punta de sus trompas las monedas de cobre o las chapas aplastadas de cerveza, en una emocionante carrera por la plaza. Los organizadores solo detectaron un intento de hacer trampa, denunciado de inmediato por «el clamor de la chiquillería», y el jugador descalificado se tomó la revancha delatando a un camarada que «había pasado largamente de los 14 años de edad». Además, uno de los jueces «recibió súbitamente el golpe de una moneda que atravesó los aires como un proyectil y le hirió en una espinilla». En esta primera jornada se impuso el niño Jenaro Oleaga. La final 'a corro' (que consiste en sacar monedas de un círculo trazado en el suelo) se disputó el 29 de noviembre en el frontón del Club Deportivo, porque de nuevo hacía mal tiempo: se aprovechó la pausa entre dos partidos de pelota y, por supuesto, no faltó la interpretación del 'Himno de los trompistas' a cargo de tres profesores de... sí, de trompa. Finalmente, quedó como primer campeón de Bilbao el niño José Garmendia, uno de los competidores de más edad, aprendiz de sastre.

Los ganadores de una edición junto al alcalde Ercoreca. Gil del Espinar/crónica

El campeonato celebró varias ediciones e incluso tuvo eco fuera de Bilbao: en 1934, la revista ilustrada madrileña 'Crónica' le dedicó una doble página con imágenes de Gil del Espinar. El texto corría a cargo de Benjamín Núñez Bravo, periodista deportivo bilbaíno que solía firmar sus crónicas en 'Excelsius' como Young Arriquíbar y que estaba muy implicado en la organización de la gran cita trompística. En su crónica citaba a Virgilio, elogiaba «las excepcionales condiciones» del suelo de la Plaza Nueva para bailar la peonza, recogía nuevas estrofas del himno de Montebite («es la trompa un juego / sano y vertical, / pero, sobre todo, / muy municipal») y, especialmente, concluía con una hermosa reflexión sobre la trompa como herramienta mágica que rebobina el tiempo y nos devuelve a la infancia: «Quien no deje escapar entre sus labios la más dulce y plácida sonrisa del mundo, ese merece no haber sido niño nunca. Será, a buen seguro, uno de esos hombres monolíticos, de una sola pieza, dura y fría, que andan por el mundo con paso rígido, como si hubieran sido sumergidos en un baño de cemento. No habrán jugado nunca a la trompa, no habrán hecho escapadas a las huertas de Deusto, de Begoña y de Asúa, a remozar las hazañas de Atila y a no dejar valla sana ni higo junto a higo. Habrán jugado a las cartas o a los difíciles juegos de discurrir, de cambiar trocitos de marfil y de buscarle taimadamente las vueltas al adversario. Habrán sido ceñudos y soberbios. En fin: no habrán sido niños, que es lo primero que hay que ser en este mundo para poder ser luego lo demás con dignidad y suficiencia».

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