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1836. Bilbao bajo las bombas

Tiempo de historias ·

Rodeada por el ejército carlista, que la tenía como objetivo prioritario al que había que castigar por su liberalismo, la villa estuvo aislada durante 50 días en los que fue sometida a un duro castigo

Miércoles, 15 de diciembre 2021, 00:26

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El sitio carlista de Bilbao de noviembre y diciembre de 1836 fue durísimo. La villa estuvo cincuenta días aislada, llegó a temer la ocupación y vivió algunas escenas dramáticas. Los carlistas habían llegado a pensar que la operación duraría sólo unos días. Convencidos de que tendrían éxito, planificaron cómo organizarían Bilbao, una vez la tomaran. Por eso sabemos que la ocupación hubiese sido muy dura. Cambiarían las autoridades, detendrían a los periodistas y establecerían el control de la población. Y, sobre todo, procederían a castigar a la villa y a conseguir recursos, imponiendo severas medidas. Los bilbaínos tendrían que pagar 12 millones de reales y entregar suministros al Ejército. Con la toma de Bilbao los carlistas buscaban reconocimiento internacional, pero también medios para proseguir la guerra. Además, querían castigar a la localidad del País Vasco que mejor representaba al enemigo liberal.

La guerra había estallado tres años antes y en junio del 35 los carlistas habían intentado ya ocupar Bilbao, en el breve sitio en que Zumalacárregui recibió la herida a consecuencia de la cual murió. En octubre de 1836 las tropas carlistas volvieron a bloquear Bilbao por unos días. Ese mes los carlistas acercaron artillería hacia Bilbao: 17 cañones, 2 morteros. Iban bien equipados, pues marcharon 600 carros que llevaban proyectiles para el bombardeo.

Al desplazar los carlistas toda su artillería hacia Vizcaya, el ejército isabelino advirtió su intención de atacar Bilbao. Espartero, el general al mando, estaba en Villarcayo y ordenó que tropas liberales situadas en el Ebro marcharan a Santander y de ahí a Portugalete, donde se estableció la base de operaciones. Mientras, los carlistas instalaron su artillería alrededor de Bilbao.

El 4 de noviembre, la corte carlista, que residía en Durango, ordenó que se cercase la plaza hasta rendirla. La toma de Bilbao se había convertido en objetivo prioritario del carlismo, que controlaba casi toda Vizcaya. El sitio estuvo bien organizado. Al general Eguía, al mando de doce batallones, se le encargó el sitio y ocupación de la ciudad. Mientras, el general Villarreal tenía que impedir que el enemigo se aproximara a Bilbao.

Eguía no atacó directamente la villa, sino las fortificaciones que la rodeaban. A partir del 5 de noviembre fueron cayendo sucesivamente los fuertes. Primero, el del monte Banderas, de importancia estratégica y también el nexo de comunicación con Portugalete, pues allí funcionaba el telégrafo óptico a través del que se enviaban mensajes. Después, por la margen izquierda, el fuerte del convento de los Capuchinos y los de San Mamés y Burceña. Tras la toma del fuerte de Luchana, el 13 de noviembre, sólo resistía la guarnición de El Desierto. Los carlistas, que ocuparían también Castrejana, llegaron a aislar a Bilbao por la ría, tendiendo un puente de barcos y hundiendo gabarras para bloquear el cauce.

Rodeada e incomunicada

El 17 de noviembre Bilbao quedaba rodeada e incomunicada, defendido por la guarnición y la milicia nacional formada por los bilbaínos. Comenzaron los bombardeos.

Los carlistas se acercaban a las fortificaciones de la villa. Su primer paso para atacarla fue la toma del convento de San Agustín, que se consideraba una de las llaves de la localidad. Estaba donde hoy está el Ayuntamiento. Fue bombardeado desde las baterías situadas en Tívoli, la Salve y desde Albia, al otro lado de la ría. El ataque definitivo fue el 27 de noviembre, tras un incendio que casi destruyó el convento. Los carlistas se hicieron con el convento, en una batalla que resultó muy cruenta.

Fue el momento más crítico del sitio. Resultó imprescindible la movilización ciudadana para impedir que los carlistas penetrasen por Sendeja. «Marchemos pues en busca de la muerte pero sálvese Bilbao»: pasó a los anales de la villa la arenga del brigadier Miguel de Arechavala, cuando fue elevado al mando de la defensa de la villa, tras caer heridas las dos principales autoridades militares.

Se recordaría después a «los ilustres hijos» de Bilbao que cayeron ese día en el combate, «entre estos los Gamindes y Amézagas murieron;/ murieron los bizarros Fernández y Soler;/ los Jáureguis y Amézuas cadáveres cayeron,/ legándonos sus hechos que eternos han de ser». El poema no destaca por su calidad literaria, pero sí refleja el entusiasmo por la defensa liberal de Bilbao en uno de los días cruciales de su historia, el 27 de noviembre de 1836.

Los días siguientes fueron dramáticos. El ejército liberal, que se organizaba en Portugalete, tan sólo logró enviar un mensaje: «Los nuestros avanzan y sosténgase la plaza que pronto será socorrida». Sin embargo, el avance liberal sería muy lento, pues las tropas liberales fueron detenidas en Castrejana y obligadas a retroceder. Hacia el 27 de noviembre fracasó un intento de pasar al otro lado de la ría, a través de Asúa. Hubieron de retroceder a Portugalete.

Bilbao tuvo que resistir nuevos ataques, al convento de la Concepción o a las casas de Sendeja, bombardeadas desde Uríbarri, Albia y el Campo Volantín. Las ruinas de San Agustín eran de los carlistas y, enfrente, junto al Arenal, se alzaba la «Batería de la Muerte», en que se atrincheraban los liberales bilbaínos. Entre unos y otros se libró una especie de batalla subterránea. Pretendían los carlistas volar la casa de Quintana, la primera de los liberales. Empezaron a abrir un túnel que les librase de las descargas bilbaínas y les permitiera minar el edificio. Siguió un brutal combate bajo tierra, pues los defensores de Bilbao abrieron una contramina.

Situación desesperada

Bilbao se mantenía, pero su situación empezaba a ser desesperada. El 14 de diciembre conseguían enviar un telegrama, comunicando que faltaban víveres y que «la guarnición desalienta, la población sufre mucho».

No le fue fácil a Espartero romper el cerco. Había llegado el 25 de noviembre a Portugalete: tardó un mes en acceder a Bilbao, tras fracasar tres avances. Sus oficiales eran partidarios de retrasar el ataque y avanzar por Castrejana. Los carlistas creían que el ataque se produciría en la línea entre Luchana y Asúa, por donde fortificaron sus posiciones. Espartero decidió atacar por el río Asúa, cuyo puente había sido destruido, hacia el monte Cabras.

La batalla de Luchana fue crucial. Se libró el 24 de diciembre, la víspera de Navidad. Días antes, los liberales habían adelantado sus tropas por ambas márgenes, hasta Baracaldo y hasta el río Asúa. Lograron pasar la ría por un puente de barcos. A las dos de la tarde, en medio de un gran temporal de agua, nieve y viento, lanzó sus tropas contra los carlistas atrincherados al otro lado del Asúa, que atravesaron con barcazas. El intenso fuego que éstos recibieron desde dos flancos les hizo retirarse a los montes San Pablo, Cabras y Banderas. En las laderas de Enekuri se combatió por la tarde cuerpo a cuerpo.

Caída ya la noche y arreciando el temporal, los liberales comenzaban a replegarse. Espartero, enfermo -tenía piedras en el riñón-, seguía la batalla desde el lecho. A medianoche logró ponerse a la cabeza de las tropas, en medio de una gran nevada y a 10 grados bajo cero. Se dijo que fue decisivo un error del corneta, que en vez de tocar retirada ordenó atacar: quizás sea una anécdota apócrifa. Lo cierto es que las tropas liberales consiguieron esa noche ocupar el alto de Banderas, la posición clave. Los carlistas tuvieron que levantar el sitio.

Baldomero Espartero, retratado por José Casado del Alisal en 1872.

La triunfal entrada de Espartero

Al día siguiente, Espartero entró en Bilbao. Así lo relató Pérez Galdós: «la exclamación popular en aquel hermoso momento; el estallido de la muchedumbre, confusa mezcla de entusiasmo, de gratitud, de duelo, de amor, fue como un llanto inmenso».

Concluyó así uno de los hechos decisivos de la primera guerra carlista. Asegurado Bilbao para la causa liberal, el carlismo veía fracasado su principal objetivo militar. Y la batalla de Luchana entró en la épica liberal del XIX. Convertida en un mito para la ascendente revolución, su éxito llenó de popularidad a Espartero, que recibió el título de Conde de Luchana. La villa de Bilbao había pasado por muy serios apuros, a la espera de una liberación que no llegaba, intentando seguir con telescopios los avances liberales o terminar la situación según se oía el fragor de las batallas. Sin embargo, en ningún momento pensó en la rendición y la gente rechazó airada a los emisarios que enviaron los carlistas para proponerla. Para los bilbaínos, la efeméride fue, hasta comienzos del XX, de obligada celebración, que incluía un solmene Te Deum. Hubo una calle con el nombre «25 de diciembre», que es la actual Marcelino Oreja, ente Bombero Echániz y Autonomía.

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