'Pikmin 1+2': Miyamoto en estado de gracia
Crítica ·
Los clásicos de GameCube llegan a Switch en formato remasterizadoLa franquicia Pikmin ejemplifica la genialidad de Shigeru Miyamoto, uno de los creadores más prolíficos de esta industria. Sus tres entregas (en breve recibiremos una cuarta) pueden no figurar entre lo más vendido de Nintendo, pero supieron encandilar a los usuarios gracias a un diseño magistral.
La noticia de que Pikmin 1 y su secuela (lanzados para GameCube en 2001 y 2004 respectivamente) llegarían a Switch en formato remasterizado fue acogida con entusiasmo: la consola híbrida pasa a ser el primer sistema de los nipones en albergar la serie al completo.
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Los neófitos se preguntarán de qué va Pikmin. Nuestro cometido es guiar a un ejército de criaturas diminutas, cada cual con habilidades inherentes a su tonalidad. Los de color rojo resisten al fuego, los azules pueden moverse como pez en el agua y los amarillos arrojar proyectiles. Plantar y germinar unidades (hasta un máximo de cien sobre el terreno) nos permite explorar los escenarios en busca de objetos indispensables para el avance, cuando no hacer frente a enemigos colosales o desentrañar algún que otro rompecabezas.
A partir de ahí, la fórmula ha ido ganando enteros; perfeccionándose con cada nueva iteración. El Pikmin original resulta quizás el hueso más duro de roer: tras estrellarse en un misterioso planeta, el Capitán Olimar (bajo nuestro control) dispone de 30 días para recuperar las 30 piezas de su nave que han quedado desperdigadas. Cada una de esas jornadas está sometida al crono, por lo que debemos organizarnos a la perfección para armar un ejército, alcanzar el coleccionable de turno y devolverlo al campamento base. El mínimo traspiés puede echar al traste la operación, pues apenas tenemos días de margen: lo aconsejable es recuperar piezas por pares, pero una trampa inesperada puede fulminar a nuestros Pikmin y dejarnos con una mano delante y otra detrás; sin tiempo para replantarlos.
Semejante premisa hizo que dejase el juego aparcado con quince años, superado por las exigencias. Gracias a esta reedición he podido encarar el gameplay de una forma mucho más sosegada; entendiendo que cada rincón del escenario, ítem y enemigo disperso tienen su orden de acometida y razón de ser. Una vez interiorizado aquello de 'vísteme despacio que tengo prisa', la exploración se torna de lo más disfrutable.
Precisamente mis recelos de adolescente fueron los que me hicieron descartar la compra de 'Pikmin 2', así que he podido experimentarlo por vez primera en Nintendo Switch. Toda una grata sorpresa descubrir que no se trata de una segunda parte al uso: sí, se incorporan dos tipos de Pikmin (los aguerridos morados y los blancos, resistentes al veneno), pero cambia casi todo lo demás. La presión del límite de días desaparece, disponiendo de tiempo ilimitado para recuperar dos centenares de objetos y, con ello, saldar la deuda de 10.000 monedas en que incurre la compañía del dúo protagonista. A Olimar se une Luis, de forma que podemos alternar entre ambos para realizar un mayor número de tareas simultáneas. También resolver algunos puzles, aunque tristemente son los menos.
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Lo que marca verdaderamente la diferencia en Pikmin 2, sin embargo, es su sistema de mazmorras segmentadas en fases. Dentro aguardan las recompensas más suculentas, pero también los jefes más temibles y, para colmo, no se nos permite regenerar Pikmin: hemos de salvaguardar a nuestro ejército desde la entrada hasta la salida. Al menos, eso sí, no hay límite de tiempo para alcanzarla. De este modo, el relax que supone no disponer de un tiempo límite para desplegar los títulos de crédito se contrapone a un nivel de dificultad bastante exacerbado cuando nos metemos bajo tierra. Sea como fuere, las mecánicas te atrapan sin remisión y no puedes parar hasta conseguir todos los objetos del juego.
Pikmin 2 incluye además los modos 'Desafío' (también incluido en su predecesor) y 'Batalla', pensados para jugar a pantalla partida. Un buen pozo de horas a fin de cuentas, que justifica embarcarse en la segunda epopeya de Olimar. ¿También para quienes disfrutasen de ambos juegos en su día? Dependerá de la importancia que cada uno dé a las novedades de este combo remasterizado. La más evidente (además de jugarlos en un contexto portátil) es el apartado gráfico en alta definición. La belleza plástica de los escenarios quedó patente en su día, pero resulta todo un lujo revisitarlos con plena nitidez. La contrapartida son aquellas texturas que no han envejecido demasiado bien (como las del terreno), a las que no prestaremos demasiada atención pasado el shock inicial.
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Pikmin 1 y Pikmin 2 en Switch ofrecen además las mejoras de calidad de vida y control incorporadas a las ediciones 'New Play Control!' de Wii. Por ejemplo, podemos lanzar a los Pikmin más lejos y alternarlos a golpe de botón. Además su comportamiento resulta menos errático respecto a las versiones de Cube (aún siguen atascándose en alguna que otra esquina, sin embargo) y podemos repetir días concretos en Pikmin 1 para corregir errores de procedimiento insalvables de otro modo. Por su parte, los controles por movimiento resultan opcionales, pero facilitan mucho las cosas a la hora de colocar el cursor o recuperar a nuestros soldados.
Más allá de lo expuesto, tan sólo detectamos ligeros retoques en materia de propiedad intelectual: marcas de objetos que desaparecen al compás de algunas canciones, lo que no impide que la banda sonora y los efectos de sonido sigan brillando. Nos invitan a perdernos por los entornos pero también nos ponen los pelos de punta (el quejido de los Pikmin al fenecer queda por siempre en la memoria).
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Sí, Pikmin 1+2 se queda en un lavado de cara (muy por debajo del que Retro Studios aplicó a Prime Remastered), pero su lanzamiento a precio reducido y la posibilidad de disfrutarlo en cualquier parte son motivos suficientes para darle una oportunidad. Especialmente si somos profanos en una saga que sorprendió a propios y extraños con su aproximación a la estrategia. Es lo mejor que puede decirse de la obra de Miyamoto: conserva toda su frescura veinte años después.
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