Abusos y agresiones sexuales
El drama «invisible» de las violaciones de oportunidadEl 'caso Pelicot' pone el foco en el sufrimiento y el valor de estas víctimas, que muchas veces no denuncian por la «vergüenza» y el «estigma» de estar bajo los efectos de sustancias
El caso de Gisèle Pelicot, la mujer francesa de 71 años que fue violada durante una década por decenas de hombres tras ser drogada por ... su marido repetidamente para favorecer los abusos ha vuelto a poner en la agenda las agresiones sexuales a las mujeres. Pero en concreto unas, las que en el mundo anglosajón llaman 'de oportunidad'. Se trata de los casos en los que la víctima está bajo los efectos de alcohol, drogas o medicamentos y es violentada por otra persona sin ser consciente de lo que ocurre ni poder, siquiera, permitir la relación.
En España, el año pasado se denunciaron 21.825 delitos contra la libertad sexual, de los que 4.890 fueron agresiones y abusos sexuales con penetración, 620 más que en el ejercicio anterior. Pero no hay datos de cuántas tienen que ver con la vulnerabilidad o la sumisión química, informa el Ministerio de Interior. «Es una cifra negra», confirma Agustina Vinagre, psicóloga y coordinadora del Máster en Victimología y Criminología Aplicada de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR).
En datos
21.825 delitos contra la libertad sexual
se registraron el año pasado según la memoria del Ministerio del Interior.
4.890 casos
fueron de agresiones y abusos sexuales con penetración, 620 más que en el ejercicio de 2022.
12 %
es el crecimiento de los delitos sexuales en Euskadi respecto a 2022. El año pasado se registraron 834 por los 741 del periodo anterior. En este apéndice entran todo tipo de agresiones y abusos, incluídos los de acceso carnal.
Solo los Mossos d'Esquadra tienen alguna estimación oficial. El año pasado pusieron en marcha un Plan de Violencias Sexuales que se centró en entornos de ocio, donde hay mayor riesgo de sufrir estas agresiones. Recibieron 180 denuncias de enero a abril y se hallaron 99 agresores, casi todos sin antecedentes. Pero este número no representa el alcance de un fenómeno del que apenas se conoce la punta del iceberg, y más si instituciones como el Ministerio de Igualdad, que no ha respondido a ninguna de las cuestiones de este periódico, no se implica.
«No conocemos los datos porque ni hay encuestas de victimización ni denuncias», prosigue Vinagre, con un amplia experiencia en este asunto. Solo se conocen los casos en los que la víctima da un paso al frente y vence los muchos prejuicios que la rodean. «Son casos menos visibles y eso tiene que ver con un suma de factores», explican desde Emakunde. El primero es el sentimiento de culpa de la propia agredida y el «estigma» que produce que la sumisión química sea en este caso voluntaria. Sienten «vergüenza». «Las víctimas de una agresión sexual tienen un perfil diferente al de otro tipo de delitos. Si te roban no te sientes culpable. El malo es el otro. Pero en este entorno, sí», continúa Vinagre.
– ¿Por qué ocurre?
– Tiene que ver con la cultura del honor, que dice que las mujeres deben cuidarse. Se pone en ellas la responsabilidad de no ir por determinado sitio, de no separarse de sus amigas, de no haber bebido...
No conocemos datos exactos «porque ni hay encuestas de victimización ni denuncias oficiales»
Agustina Vinagre
Psicóloga y coordinadora del máster de Victimología y Criminología APlicada de la UNIR
Empezar un proceso tras ser violada en estas circunstancias no es fácil. Y si se hace, siempre está «la desconfianza en las posibilidades de que la crean», subrayan desde Emakunde. Por eso es tan importante el lema que se formó para apoyar a la víctima de La Manada de Pamplona: «Hermana, yo sí te creo».
Campañas de sensibilización
Cuando la agresión se produce con la víctima en situación de vulnerabilidad química, término más adecuado en el ámbito legal español, es la propia mujer la que no sabe, no recuerda casi lo que ha pasado. A lo que hay que sumar «la falta de signos evidentes de resistencia física. Todavía hay muchas personas que creen que si no hay hematomas no ha habido agresión sexual», desliza la docente de la UNIR. Y eso mina el valor de la víctima para dar un paso adelante y acudir a la policía. La opinión del entorno:la familia, los amigos, los conocidos, pesan mucho y se lo piensan dos veces antes de abrir la boca y contar lo que han sufrido.
El código penal «equipara estas agresiones a las que se producen con violencia e intimidación»
Demelsa Benito
Profesora de Derecho Penal en la Universidad de Deusto
Si lo hacen, el siguiente escalón están en las instituciones y en la justicia. ¿Hay buena respuesta? «Por parte de la policía y la administración no hay desprotección y aunque hay cosas que mejorar, las campañas de sensibilización en estos casos para que la víctima no se sienta juzgada antes de un juicio dan frutos», confirma Demelsa Benito, profesora de Derecho Penal en la Universidad de Deusto.
– ¿Y el código penal?
– Avanza en función del cambio social y ahora, tras las dos leyes del sí es sí, una agresión por vulneración química se equipara a una con violencia e intimidación, con penas para el agresor de hasta 12 años. Y si hay sumisión química involuntaria, de hasta 15.
«Los agresores son amigos, vecinos, conocidos... no depredadores»
El principal agresor de Gisèle Pelicot fue su marido. Pero no es algo extraño en el campo de las violaciones, subrayan los expertos. La mayoría de las agresiones son obra de gente del entorno de la víctima. Pero no todos los agresores actúan igual. En el caso de los abusos en casos de vulnerabilidad química «no estamos ante depredadores ni hombres con una sexualidad desviada», explica a este diario la reputada abogada francesa Anne Bouillon, una de las mayores expertas del país vecino en estas lides. «Son amigos, vecinos o conocidos» que se encontraron con la oportunidad de mantener relaciones sexuales con una persona que no era consciente ni podía dar su consentimiento. Es decir, gente normal que nunca se nos pasaría por la cabeza que hiciera algo así.
Sin embargo, «cruzó esa frontera simplemente porque sentía que podía hacerlo, porque creía tener derecho a hacerlo», prosigue la letrada. «Es algo absolutamente cultural y educacional, con los roles y estereotipos de género», apoya la psicóloga Agustina Vinagre. «Nos han educado de forma diferente a hombres y mujeres. Y esa socialización diferencial todavía tiene mucho peso en el comportamiento y la conducta social».
La carga de la prueba
Aunque las cosas van cambiando a poco, esto todavía se mantiene. E incluso hay cierta tendencia a pensar que para equilibrarlo se hacen leyes que protegen más a las mujeres que a los hombres. «Es un mito que hay que desterrar. La justicia no puede ni tiene este sesgo», rechaza categóricamente la profesora de la Universidad de Deusto Demelsa Benito. Y lo explica: «En el procedimiento penal, la carga de la prueba sigue estando en la acusación». Es decir, «es la víctima quien debe demostrar que hubo una agresión», no el acusado. Y al mismo tiempo hace hincapié en otra cosa:las denuncias falsas no llegan ni a un 1% del total. «Que un caso se desestime o se quede en nada no quiere decir que la víctima no se haya sentido víctima. No se puede hablar de que es una denuncia falsa».
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