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Bashira Hosaino observa a su hija, Asmahan salah Mahmoud, en brazos de su hermano Ahmed Hosaino. Viven junto al resto de la familia en Bilbao.
Bashira Hosaino observa a su hija, Asmahan salah Mahmoud, en brazos de su hermano Ahmed Hosaino. Viven junto al resto de la familia en Bilbao. Fernando Gómez

«Vine aquí porque seguir en Siria era esperar la muerte»

Cruzó media Europa a pie, pagó a las mafias y naufragó en una patera en aguas griegas, pero llegó a Bizkaia. Hoy vive en San Ignacio con la familia de su hermana

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Domingo, 6 de agosto 2017, 00:35

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Su nombre es Ahmed y tiene 28 años. Nació, como sus diez hermanos, en un pueblecito próximo a Lataquia, en la costa de Siria. Unos 180 kilómetros al sur de la mediática y triste Alepo. Él es uno de los 19 sirios que han llegado a Bizkaia desde la primavera del año pasado. Solo seis familias. «Cuando los cañones de Bashar al-Ásad atacaban nuestro pueblo, todo el mundo salía de sus casas y corríamos hasta otro pueblo cercano. Éramos muchos, miles. Otros días bombardeaban al otro lado. Y todos corrían hasta nuestro pueblo». Ahmed sonríe al acabar cada frase, como si se negara en rotundo a sumirse en la tristeza terrible de lo que cuenta. Huyó de allí porque «seguir en Siria era esperar la muerte» en palabras de su hermana mayor, Bashira Hosaino, que le ha acogido en su piso del barrio bilbaíno de San Ignacio. Ella tiene cinco hijos, fruto de su matrimonio con un marinero sudanés, que fue el primero en llegar a Bizkaia allá por 2006.

Ahmed atravesó la frontera norte de Siria y logró llegar a Antioquía, en territorio turco. Allí pasó casi cuatro años, trabajando de albañil, hasta que reunió el dinero necesario para cruzar Europa. Esmirna, en la costa oeste de Turquía, fue su primer objetivo. Desde allí parten a diario quienes intentan alcanzar la costa griega. Pagó mil euros a las mafias locales para embarcarse en una patera con rumbo a Grecia. Subieron a bordo hombres, mujeres y niños. 35 personas que se fueron a pique en medio del mar por una vía de agua que no había forma de taponar. Ahmed no sabe nadar. «Nos tiramos al agua todos. Sólo teníamos unos chalecos salvavidas. A mi lado había una madre con sus tres hijas. Le faltaban brazos para sujetarlas. Yo salvé a una de las niñas. Tendría unos dos años». Ahmed respira y sonríe.

EN SU CONTEXTO

193

refugiados han sido atendidos por la Diputación a través del programa Goihabe, desde su nacimiento en 2016. De ellos, 19 son sirios. Participa Cáritas, Cruz Roja, CEAR y Fundación Ellacuría.

Hizo buena parte del camino con aquel grupo de supervivientes del naufragio gracias a que una patrullera griega los rescató a tiempo. Su viaje de miles de kilómetros duró más de tres meses. Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania. «La mayor parte del tiempo íbamos a pie», relata. Las mafias trabajan a lo largo y ancho de todo el camino. Muchos refugiados acaban metidos en los bajos de un camión. Cuesta preguntarle si alguien le ayudó en aquel viaje dramático. «En Macedonia, Cruz Roja nos daba comida. Pero más adelante, ya no. Durante el trayecto, a mí me ayudaron económicamente dos hermanos que tengo en Londres», confiesa.

Y es que escapar de la guerra es también una cuestión de dinero. «Solo sale de Siria quien puede pagarlo. El resto sigue allí, esperando la muerte. Esa es la verdad». Bashira interviene con tono lúgubre mientras juega con la pequeña Asmahan, de un año y medio. La niña no sabe nada de bombardeos ni de mares helados. Ella nació aquí y sólo el mayor de sus cuatro hermanos guarda algún recuerdo de Siria. «¿Sabes a qué juegan los niños en Lataquia? A reconocer los diferentes aviones y a decir los modelos de las pistolas». Ese es el mundo que dejan atrás los que se marchan, la pesadilla que precede al choque contra el frío muro de un Occidente empeñado en blindar sus fronteras.

Bashira Hosaino y su hija, junto a Ahmed Hosaino, que cuenta en Bilbao cómo fue su viaje escapando de la guerra.
Bashira Hosaino y su hija, junto a Ahmed Hosaino, que cuenta en Bilbao cómo fue su viaje escapando de la guerra. Fernando Gómez

En casa, también el Islam les enfrenta. «Vivíamos en una zona controlada por el Ejército sirio, pero nosotros somos suníes y Bashar al-Ásad es alauita, una rama de los chiitas. Todos los suníes viven con miedo en Siria. Somos un 60% de la población del país y sólo un 9% es alauí», calcula Bashira. Ella guarda en su bolso el pasaporte, caducado hace un año, y teme viajar a la embajada en Madrid y que no se lo renueven. «Te cobran casi mil euros por hacerlo, si al final te lo permiten. Si no estás con Al-Ásad, ya no eres sirio». Ella, por suerte, tiene en vigor el DNI hasta dentro de tres años. Bashira tiene 38 años y llegó a Bilbao en 2011 gracias a un programa de reagrupación familiar. Salió de Siria en plena Primavera Árabe y se ahorró ver su país en llamas. Su marido trabaja de electricista. Sus hijos van a las ikastolas cercanas y hablan euskera. Enredan para divertirse al tío Ahmed, que está aprendiendo castellano en tres centros diferentes. «Arratsalde on», acierta a decir Ahmed, que recurre al árabe a menudo con su hermana para avanzar en su discurso.

¿Qué va a pasar ahora que aumentan los ecos del alto el fuego? «Continuará la guerra. Mientras siga allí Al-Ásad, no podremos volver», admite Bashira. «Todos los sirios tienen miedo. A veces ya no sé ni de qué tengo miedo». La mujer viste el hiyab, uno de los pañuelos árabes menos restrictivos. Ellos huyeron del Daesh, pero su sombra les sigue persiguiendo. «Cuando las noticias cuentan que ha habido un atentado en Londres, nos duele y nos preocupamos mucho. No son verdaderos musulmanes los que hacen algo así. Esos días, nuestros amigos de aquí también tienen miedo por nosotros. Yo no sé cómo puedo vivir con estas cosas».

Dinero para bombas

Europa ha roto el compromiso pactado en 2015 y sólo ha acogido a un 10% de los refugiados. Ahmed y Bashira quieren entender que «está llena» y miran a otros puntos del globo a la hora de buscar responsables. «¿Por qué no acoge Arabia Saudí, Qatar o Dubai? Tienen petróleo y más dinero que Europa. Arabia Saudí: el corazón de los países musulmanes. Solo dan dinero para comprar bombas», valora Bashira con una crudeza desgarrada. Relata incluso que ella pudo agruparse con más facilidades que otros conocidos que estaban en Marruecos. «Aquí no sois musulmanes, algunos sois cristianos y otros no sois religiosos. Pero aquí hay corazón. Los sirios que llegan no vienen buscando dinero. Sólo quieren vivir y que no mueran sus hijos».

En su contexto

  • Un apoyo «integral» Este programa del área de Empleo e Inclusión Social consta de intervención psicosocial, formación, apoyo sociolingüistico, vivienda en acogidas temporales y algunas prestaciones económicas básicas. Se ha dado orientación laboral a 358 personas.

  • Un 10% de acogidas Unos 1.300 refugiados sirios han llegado a España de los 17.000 comprometidos por el Gobierno en 2015. Está en la media de la UE, que oscila del 10% al 15%. De haber cumplido la cuota, habría unos mil en Euskadi, la mitad en Bizkaia. Han llegado 6 familias.

  • 60 millones Esa es la cifra aproximada de refugiados en el mundo. Toda la población de España y un 50% más. Un éxodo masivo de quienes se enfrentan a la muerte en el intento de huir de ella. Según ACNUR, unos 2.000 han muerto ahogados en el mar en 2017.

Hace año y medio que Ahmed llego a la estación de Atxuri en un tren procedente de Irún. Uno de sus hermanos le había pagado el billete y otra le esperaba en el andén. «Somos once. Tenemos a un hermano en Alemania, dos en Londres, dos en Holanda, una en Jordania, otro en Turquía...». No sabe dónde están todos. La guerra los ha dispersado por el continente. «¿Alguno sigue en Siria?». «Sí. Una hermana está en un campo de refugiados de la frontera con Turquía». Ahmed se esfuerza y sonríe una vez más. El marido de su hermana no quiere escapar de allí porque su familia sigue en el país. Ella tiene 45 años.

Uno se pregunta si Ahmed y Bashira imaginaron alguna vez que les podría pasar esto. Pongamos hace 15 años, cuando Siria era un referente turístico bien relacionado con Europa. «No, claro que no». El azar con mayúsculas también juega con las guerras. La Diputación acaba de difundir una campaña donde algunos refugiados cocinan platos típicos de su tierra. Al final, se trata de ponerles cara y nombre. Ahmed, 28 años. En cifras, un refugiado más. Pero es otro, de cerca. El hombre que, cuando huía de la guerra, salvó a una niña en medio del mar.

«Los permisos para los sirios suelen tardar menos que con otras nacionalidades»

«Nos han acogido muy bien». Ahmed, con todo, vivió una llegada tranquila. Tenía una hermana esperándole, que además lleva años aquí y habla español, y cuyo marido tiene un empleo. María Urbieta, responsable de refugio y asilo de Cáritas, recuerda cómo entró Ahmed Hosaino en la oficina de Deusto y sus ansias por aprender. «Llegó a estar apuntado en tres cursos a la vez». Cáritas, Cruz Roja, la Fundación Ellacuría y CEAR participan en el programa foral Goihabe, que arrancó en la primavera del año pasado. 193 refugiados de muchas nacionalidades –19 de ellos sirios– han recibido apoyo de la Diputación. Venían de Ucrania, Congo, El Salvador, Afganistán, Palestina, Venezuela, Colombia y Honduras, entre otros. Es muy variada la lista de países inseguros. Cuando llegan, reciben orientación laboral, apoyo lingüístico, vivienda temporal de acogida, pequeñas prestaciones y una cobertura básica para las necesidades de subsistencia.

En el caso de Ahmed, según Urbieta, todo se agilizó gracias a que logró pronto el Estatuto de Protección Subsidiaria, lo que alejaba esa cuerda floja en la que se mueven muchos, pendientes siempre de que el Gobierno les renueve el permiso provisional, esa tarjeta roja de cartón que rige sus vidas. Alcanzar el estatus de refugiado no es fácil. Demostrar que existe persecución en Siria es más rápido que en Nigeria y el segundo proceso puede alargarse durante años.

El último de los Hosaino en llegar a Bizkaia acude a un curso en el taller prelaboral de inclusión de Ariz, en Basauri, una suerte de «entrenamiento» donde hacen piezas de caucho para automoción, manillas y picaportes. Cuentan que avanza muy rápido. Antes de marchar, Ahmed insiste en dar las gracias «a María y Martín, que son de Cáritas, y me han ayudado mucho». Y esta vez sonríe de otro modo.

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