¡Que salpique! Aitor y Ander tiran piedras al Oja bajo la mirada de sus padres. El reportaje se hizo antes de que se decretase el uso obligado de la mascarilla. maika salguero
Veraneo de cercanías

Ezcaray: vías verdes y vino tinto

Veraneo de cercanías ·

Hace más de un siglo, los vascos ya iban a Ezcaray en busca de clima seco, aunque la huella del euskera en la comarca es mucho más antigua. «Aquí hay cosas para hacer que no te puedes ni imaginar»

Domingo, 16 de agosto 2020

A algunos les gusta decir que los vascos no vienen a Ezcaray, sino que más bien vuelven tras un pequeño paréntesis de un montón de ... siglos. Se trata, por supuesto, de una simplificación histórica acerca de los primitivos habitantes de esta comarca, pero tiene una consecuencia práctica en la cantidad de veces que la gente acaba escribiendo Ezcaray a la vasca, con esa ka que tanto hace rabiar a algunos habitantes de la localidad riojana. Ricardo Aransay, el guía de la iglesia, hace un repaso a la estrecha relación entre Ezcaray y el País Vasco y no se olvida de aquella huella eusquérica prerromana que quedó para siempre en la toponimia de la zona: «A principios del siglo XX, a los guipuzcoanos y los vizcaínos ya les recomendaban que viniesen al clima seco del interior -plantea-. Pero, más allá de eso, tenemos mil nombres relacionados con la toponimia vasca, un vínculo que gusta mucho a las personas que vienen de allí». Y, a modo de muestra, se lanza a una rápida enumeración de aldeas de Ezcaray que no pueden negar su filiación idiomática: «Ayabarrena, Altuzarra, Urdanta, Zaldierna...».

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«No sabría decir el porcentaje, pero el turismo vasco es el mayor potencial que tenemos», resume Ricardo. Estos días de verano, la Plaza de la Verdura o la Plaza Conde de Torremúzquiz (a la que, para simplificar, se la suele llamar 'del Quiosco') están abarrotadas de veraneantes del norte que, en cuanto llegan aquí, aminoran su ritmo de vida como quien baja la marcha del coche. «Yo aprendí a andar en Ezcaray», aclara Mari Carmen Antón, que charla junto a la Plaza de la Verdura con otras tres bilbaínas, Bego, Elene y Marije. «De pequeña estaba enferma, con bronquitis, y mis aitas conocían gente que venía aquí y me trajeron con nueve o diez meses. Y aquí sigo viniendo. Cuando me casé, mi marido había veraneado en Noja toda la vida, pero le dije: '¡A Ezcaray!'». ¿Qué tiene este pueblo para ejercer un influjo tan poderoso? «¡Tantas cosas! Para empezar, tiene su monte. Hoy no hemos ido porque, como dicen aquí, estaba renieblando, pero a las mañanas solemos caminar hasta Sagastia y bajar por Turza. Hay vías verdes y en el río se está muy bien, con una poza que es una gozada. Y hay mucho poteo, aunque ahora la Guardia Civil no nos deja estar fuera, de pie. Aquí hay cosas para hacer que no te puedes ni imaginar: el belén viviente del día de Reyes o el jazz, la magia y el día de San Lorenzo, en julio. Este año no, claro».

La pandemia, telón de fondo de todas estas vacaciones de cercanías, ha impuesto sus alteraciones en el orden natural del veraneo. Por ejemplo, está la argolla que simboliza el fuero de Ezcaray: algunos turistas prefieren retratarse junto a ella sin tocarla, por recelo de las manos anteriores que hayan podido asirse al metal. Otros cambios resultan más latosos: «La piscina de mi comunidad está cerrada, pero me parece bien. Dicen que en otras han marcado parcelitas, para distintos grupos de personas», comenta Arrate Abasolo, de Elgoibar, que también lleva un montón de años viniendo por aquí: «Hay gente muy jatorra y te encuentras como en tu casa». La acompañan en la terraza del Roypa su sobrina Cristina Arrillaga y el marido de esta, Mikel Díaz. La pareja reside en Eibar, pero él es de Mundaka.

- ¿Y no es un poco raro venirse a Ezcaray siendo de Mundaka?

- En Mundaka no puedo dar diez pasos sin pararme con alguien. Y lo que quiero es tranquilidad.

En el quiosco. Mikel y su hijo juegan con un avioncito en la plaza. maika salguero

Tirando piedras al Oja

Las vacaciones en Ezcaray son una singular combinación de vía verde y vino tinto. En el paseo junto al río Oja, Aitor y Ander disfrutan del eterno placer infantil de arrojar piedras al agua, que no ha perdido vigencia pese a los avances tecnológicos: de momento, nadie ha logrado diseñar una pantalla que salpique. Son los hijos de Aintzane Maiztegi y César Martín, de Soraluze, que se han comprado una casa en el cercano pueblito de Zorraquín. «Los chavales enseguida echaron cuadrilla. Aquí estamos muy tranquilos, bajamos a hacer la compra a Ezcaray andando por la vía verde», comentan.

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En cuanto al vino, un buen sitio para comprobar su importancia es la Bodega de Victoriano, una especie de catedral fresca y sombría del producto autóctono. Allí atiende Francisco Javier Guerra, el hijo del propio Victoriano, que comenta que su padre era «como un icono, con mucho carisma». Lo dice como si él fuese, por comparación, un tipo anodino y del montón, pero no, nos encontramos ante uno de esos personajes un poco extravagantes que tanta vidilla dan a los pueblos: Francisco Javier lo mismo te escribe textos en coreano, que te muestra una técnica defensiva de taekwondo (se la hizo a Jorge Cadaval en la entrega de 'El paisano' dedicada a Ezcaray), que te suelta una parrafada en euskera con inesperado acento del Goierri. «Algo acabas controlando. Lo último que he aprendido a decir es 'bihotz-bihotzez'», comenta. En la puerta de su establecimiento hay carteles de 'esku pilota' y también publicidad de una escuela de taekwondo con el logo en tipografía vasca. «La diseñé yo -aclara-. Aquí los vascos igual suponen el 90% del negocio. Todos los que han entrado esta mañana eran vascos. Durante el confinamiento, estuve mandando mucho vino para allá».

Entra a repostar un cliente y, vaya por Dios, es nacido en Madrid, pero «con madre de Getxo y padre de Biarritz». Ramón Sarria lleva 41 años veraneando en esta zona: eran diez hermanos y el mayor se compró una casa a la que se acostumbraron a venir los demás. «¡No teníamos un duro para veranear en otro sitio!», se ríe al recordarlo. La consecuencia es que seis de los diez han acabado con segunda residencia en la comarca: Ramón la tiene en Valgañón, a cinco kilómetros, pero se avitualla de vino en la Bodega de Victoriano.

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Francisco Javier saca el porrón para que todos los presentes caten su tinto de Lanciego. A Ramón le da un poco de apuro la foto, porque una sobrina acaba de aplastarle una croqueta en el niqui y le ha dejado un buen lamparón. Pero el bodeguero, maestro en esa filosofía única que resulta de combinar el rioja y las artes marciales, sabe tranquilizarlo con una frase enigmática e iluminadora.

- ¡La mancha es lo bonito!

**NOTA: Este reportaje se elaboró antes de que se decretase el uso obligatorio de la mascarilla

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