Ola de incendios
Vecinos que se resisten a ser evacuados: el sentimiento de abandono se extiende por los pueblos arrasados por los incendios en toda EspañaLa Guardia Civil de Extremadura ha comenzado a multar a los residentes que se niegan a dejar sus casas ante la llegada del fuego
Los incendios que desde hace una semana devastan la península se están cebando especialmente con los habitantes de la España rural, también conocida como la ... España vaciada. Los pocos vecinos que quedan en pequeñas poblaciones de Galicia, León o Extremadura viven horas de angustia viendo como las llamas devoran el monte, antaño fuente de riqueza, hoy lugar abandonado. El fuego, que se ha llevado la vida de tres personas, dejado una veintena de heridos y arrasado más de 115.000 hectáreas, no sabe lo que es la piedad, ni los límites provinciales. Ha obligado a desalojar a más de 8.000 personas que han salido de sus casas a la carrera, con lo puesto y sin saber si al volver encontrarían algo. Algunos se han resistido a irse y han preferido quedarse a luchar por sus casas, sus animales, sus montes, en definitiva, por su forma de vida.
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Los episodios de gente que no ha querido evacuar cuando las autoridades lo han ordenado son minoría, pero también el reflejo de la resistencia a desaparecer de un modo de vida en extinción. Lo sabe cualquiera que haya pasado más de un verano en el pueblo de sus abuelos. El ejemplo más sonado ha sido el del grupo de veinte vecinos de Cabezabellosa, que el miércoles se negaron a salir cuando, al mediodía, se pidió evacuar. Ni el loco repicar de las campanas de la iglesia, ni la Guardia Civil, ni la humareda provocada por el incendio que llegaba desde Jarilla les convenció. A última hora de la noche, con las llamas ya lamiendo los muros de las casas y sin poder respirar, accedieron a salir. Les trasladó un convoy compuesto del instituto armado, Protección Civil, Cruz Roja, una ambulancia de soporte vital básico, un transporte adaptado y un vehículo 4x4. Uno de los residentes salió en camilla y otro con oxígeno.
Ha sucedido lo mismo en otras poblaciones extremeñas como Jarilla o Villar de Plasencia, desalojados desde el martes pero con residentes atrincherados. Las autoridades de Extremadura les han llamado repetidamente para intentar convencerles de que hicieran caso a las peticiones de evacuación pero han reconocido que «no hay manera». «Tenemos que defender lo nuestro», han insistido. Y es que si hay una voz que se repite estos días entre el paisanaje de esa España vaciada es la que grita, con la garganta irritada por el humo y la desesperación, que se sienten abandonados. Lo decían los vecinos de Las Médulas viendo sus castañares milenarios arder y las llamas entrar en el Patrimonio de la Humanidad. «Nos nos dejan ni ir a por leña al monte, ni limpiar las veras de los ríos. O es con un permiso o nada y claro, así está todo, con maleza más alta que un hombre», clamaba una vecina de la zona.
El grito llegaba también desde las aldeas gallegas desde donde a pie de sus casas y cuadras quemadas mujeres llorosas recordaban que antes en los montes había rebaños de vacas y ovejas que limpiaban. «Ahora ya no hay nada que limpias. Estamos solos como siempre», se dolía una de ellas ante los medios de comunicación. Con esa sensación de desamparo, y acostumbrados a la autosuficiencia que dan las huertas, el ganado, las gallinas y los montes, muchos han tomado la decisión de quedarse y luchar hasta el final por intentar salvar aunque solo sea un trozo de lo ha sido su vida.
Los que se niegan a marchar son, según aseguran desde el Gobierno de Extremadura, «mayoritariamente personas mayores» aunque admiten que muchos jóvenes permanecen en la zona porque se han unido a las brigadas de extinción. La situación de 'rebeldía' ha obligado llegado a desesperar a los responsables políticos de esa comunidad. El consejero de Presidencia, Interior y Diálogo Social, Abel Bautista, lo ha admitido en declaraciones hechas en el Hoy. «No tenemos más tiempo ni más recursos para andar perdiéndolos precisamente con personas a las que ya hemos dado el aviso. La mejor decisión que pueden tomar es poner a salvo sus vidas porque no hay nada más valioso».
La Guardia Civil ha tenido que tomar cartas en el asunto y como último recurso ante los 'resistentes' este jueves anunció que comenzaría a poner multas a quienes no hagan caso de las órdenes de evacuación. Las sanciones está contempladas en la Ley de Protección Civil y podr´ias ser de hasta 1.500 euros. Desde el cuerpo lamentaban «la imprudencia de algunos vecinos que han intentado sofocar por su cuenta las llamas próximas a las localidades evacuadas», y reiteraban el llamamiento a la «responsabilidad ciudadana». «Este tipo de actuaciones ponen en grave riesgo tanto la vida de quienes las realizan como la de los profesionales que intervienen en el dispositivo», subrayaban.
Habrá que ver si las multas les disuaden de intentar salvar su modo de vida. Lo que se encuentran muchos de los desalojados por el fuego que han podido regresar a sus casas tras el paso del fuego es desalentador. De Castrocalbón, una de las localidades leonesas afectadas por el incendio de Molezuelas de la Carballeda, el mayor registrado en España, salieron el pasado días 12 decenas de vecinos. Han estado dos noches fuera de sus casas y el panorama a la vuelta era desolador.
Entre quienes lo han perdido todo está Maite López, vecina «de siempre» de Castrocalbón que, ahora, contempla un solar ennegrecido. «Llevamos días sin dormir. Veíamos el fuego desde lejos, pero nunca pensamos que cruzaría el río. Y cruzó. Entró por una zona que lleva años sin limpiar, con maleza hasta el cuello». La impotencia en su mirada y sus ojos cansados y llenos de dolor reflejan el sufrimiento de esta madre que lleva días de dolor. «El fuego no perdona: llegó hasta las casas y arrasó con todo. No nos ha quedado nada», relata a Leónoticias con la voz rota.
Con rabia
Maite denuncia con rabia lo que para ella es la raíz del problema: «Queremos que nos dejen limpiar las orillas de los ríos, cortar un árbol que estorbe, recoger ramas secas… como se ha hecho toda la vida». La voz se le torna más dura, pero el dolor no se va: «Antes no pasaban estas cosas porque el monte estaba cuidado, con ganado pastando. Hoy, por coger una piña o una rama, te arriesgas a una multa. Así no se puede». Ella, como otros muchos vecinos, lo tiene claro: «Esto ha sido fruto de una mala gestión, no sé de quién, pero de una mala gestión».
Ángel Barrio también tuvo que abandonar el pueblo, aunque en su caso fue su hijo quien lo sacó casi a la fuerza. «Yo no lo vi venir, así que estaba tranquilo. Pero mi hijo me dijo: 'Vámonos ya, papá, fuera, fuera'. Me llevó a su casa y pasé allí los días que duró el peligro. Es duro irse así, sin saber si al volver quedará algo». En esta localidad leonesa, el sentimiento de todos los vecinos es el mismo: la respuesta al incendio llegó tarde y sin coordinación. Siente que han sido olvidados en medio de una tragedia que ha borrado no solo bienes materiales, sino parte de la identidad del pueblo. «Queremos que tomen decisiones inmediatas y que no nos olviden».
Quedarse sin casa
A su casa en Las Médulas también ha regresado Rufina Amado. Una abuela que, como otras siete personas, se ha quedado sin su casa. Donde antes estaba la vivienda quedan vigas humeantes, muros de piedra derrumbados. «Es muy triste» repite ella llena de impotencia porque «nos dejaron abandonados en un principio», dice con rabia, cuando han transcurrido apenas cinco días de una catástrofe por la que tuvo que salir el domingo, 10 de agosto, con lo puesto de su pueblo, dejando atrás su vida y todo lo que en ella se ganó a fuerza de trabajo, lucha y tesón con el sudor de su frente en la localidad a la que llegó de la mano de su marido hace más de 40 años.
Era la casa de su cuñado que murió hace tres años y que heredó junto a sus hijos. Estaba «cuidada, arreglada y preparada», cuenta, y en ella hacía también su vida la familia. La veterana mujer cuidaba y guardaba en ella sus conejos que perecieron calcinados, la moto de uno de sus hijos, numerosos enseres, leña de encina -«tenía para dos inviernos»,, confirma-, maquinaria para labores de labranza, patatas y todas las conservas que guardaba celosamente en su bodega. Un tesoro material y moral cuyo valor es incalculable para las esas gentes de la España vaciada para las que dejar sus casas es inconcebible, aunque suponga arder con todo.
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