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Arantza Furundarena
Jueves, 8 de mayo 2025, 00:15
A menudo me preguntan si México es un país seguro. Y no sé muy bien qué responder… Así comenzaba esta nueva página de mi diario ... cuando empecé a escribirla el sábado pasado. Dejé el texto a medias, esperando retomarlo días después. Lejos estaba de imaginar que el destino me tenía preparada una sorpresa, un giro de guion capaz de contestar a la pregunta de si México es seguro con una respuesta mucho más contundente que la mía. Poco antes de las diez y media de la noche de ese mismo sábado, sonaron en mi calle cinco detonaciones. Nítidas y escalofriantes. «¿Serán disparos?», nos preguntamos sobrecogidos. Lo eran. Un sicario acababa de 'balacear' desde una moto a un individuo que circulaba en un coche, ahí mismo, en la esquina, a unos 50 metros de la casa en la que vivo. Horas después, el herido moría en el Hospital General de Cozumel.
Van a pensar que no pude pegar ojo en toda la noche, que agarré la maleta y me volví a Bilbao en el primer avión que encontré. Nada de eso. Sigo aquí, en esta isla paradisiaca y contradictoria. Llegué con la intención de pasar dos meses y todavía me quedan diez días. Tal vez los 18 años que llevo viniendo sin que jamás me haya pasado nada jueguen en mi contra. Pero también está el dato objetivo de que este es el segundo muerto por arma de fuego que se registra en Cozumel en los últimos siete meses. Digamos que aquí van a dos atentados por año y eso, por terrible e inquietante que resulte, convierte a esta isla en uno de los lugares más seguros de México. Mucho más desde luego que Cancún, que el País Vasco en el que crecí durante el larguísimo y prolífico terrorismo de ETA e incluso que Suecia ahora mismo…
Aquí además la guerra es distinta. Se trata de una batalla entre bandas por la hegemonía de la distribución de la droga en la zona turística. El verdadero peligro (así piensan mis vecinos) es tener la mala pata de que te alcance una bala perdida. Y, claro, el ser humano tiende al optimismo. Nunca piensas que te va a tocar a ti. Quizás por esa razón al día siguiente por la mañana, cuando acudí como tantos domingos a desayunar unos chilaquiles verdes a 'La Cozumeleña', mi calle estaba totalmente en calma y el local se encontraba a rebosar, lleno de familias con niños que desayunaban como si, unas horas antes y a pocos metros de allí, no se hubiera cometido un crimen.
La idiosincrasia mexicana es muy de celebrar la vida. Por algo aquí a la muerte se la comen con azúcar, en esas dulces calaveras a las que se acostumbran desde niños. También lloran a sus muertos, pero con menos dramatismo. Probablemente esta sea la razón por la que una de mis mejores amigas en la isla, a la que el narco le arrebató primero a su hermano y más tarde a su sobrino, haya sido capaz de superarlo hasta el punto de poder contarlo sin derramar una lágrima. «Mi hermano se marchó de Cozumel hace años y tomó el peor camino posible, arrastrando incluso a sus hijos», me confiesa con tristeza. Pero cinco minutos después ya está detallándome los países que va a visitar en su próximo crucero. ¿Frivolidad? Tal vez puro instinto de supervivencia.
El atentado para colmo se produjo el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, la festividad más antigua de Cozumel. Y créanme si les digo que la orquesta siguió tocando… Esa misma tarde, mi marido y yo (algún día contaré cómo nos conocimos) habíamos estado en El Cedral, pintoresco pueblecito situado en el corazón de la isla donde se celebraba una centenaria feria llena de colorido gracias a los farolillos, las cruces vegetales que decoran todas las casas, los hipiles yucatecos bordados de mil colores que lucen con gracia las cozumeleñas, con sus flores en el pelo, sus collares y sus cestas llenas de pan dulce… Hay danzas ancestrales con penachos de plumas y tambores, polvorientas y alocadas carreras de caballos y por supuesto el tradicional Baile de la Cabeza de Cochino.
A nosotros nos invitaron también a un espectáculo taurino. Bueno, digamos que aquello era a la tauromaquia lo que la 'Salchipapa' de Leticia Sabater es a la música de Mozart. Se titulaba, sin la menor concesión a la corrección política, 'Enanos toreros' . Y algo tenía que ver con el famoso 'Bombero torero' de mi infancia, solo que aquí el ganado eran unas vaquillas tan diminutas y enjutas que una de ellas en su trote por el ruedo atravesó limpiamente el burladero. Vamos, que entró por un hueco y salió por el otro. En todos los años que llevo asistiendo a corridas jamás vi prodigio igual.
Fue una pena que ese día tan alegre y divertido terminara en tiroteo. Pero, ya les digo, a la mañana siguiente volvió a salir el sol. Esto es México. Aquí la vida y la muerte, el horror y la belleza se mezclan de forma habitual, chocante, surrealista. No sé si el cáncer del narco llegue a hacer metástasis general algún día y Trump acabe enviando a sus tropas... No sé tampoco si esta actitud de intentar seguir haciendo vida normal es la correcta. Pero sí les diré con toda sinceridad que a mí (y creo que a ustedes también) me suena.
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