Estebe Oseguera y Mari Mar Freijo, paciente y médico, en la unidad de ictus de Cruces. Yvonne Fernández

Sufrir un ictus a los 35 años: «¡Esto no se me pasa, no se me pasa!»

Alrededor del 12% de estos accidentes cardiovasculares ocurren en personas jóvenes. La prevención es fundamental

Jueves, 30 de octubre 2025, 00:20

«Me levanté de la cama y saqué a pasear al perro. De repente me subió como un escalofrío por la espalda y me empezó ... a doler la cabeza. Después se me cayó la mano derecha y empecé a perder el equilibrio hasta que me caí. Me arrastré 25 metros hasta el portal. Allí me quedé sentado sudando. 'Esto no se me pasa, esto no se me pasa', pensé. Finalmente subí al ascensor. Afortunadamente estaban mis familiares en casa».

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Estebe Oseguera recuerda bien el 23 de julio de 2024. «Ese día se me paró la vida». Acababa de sufrir un ictus isquémico, el más frecuente de los dos tipos existentes. Ocurre cuando una arteria se obstruye e impide que llegue sangre al cerebro –en el otro, el hemorrágico, esa arteria directamente se rompe y provoca una hemorragia–. Lo llamativo de su caso es que solo tenía 35 años. Tiende a pensarse que este tipo de accidentes cerebrovasculares les ocurren mayoritariamente a las personas mayores. Y así es. Las cifras indican que la mayor parte de los casos se producen a partir de los 65 años «pero entre un 11% y un 12% se da antes de los 55», subraya Mari Mar Freijo, neuróloga del hospital de Cruces que ha atendido a Estebe durante todo este tiempo. Ocurre incluso en bebés.

Tampoco podía hablar, otro de los síntomas habituales. «Cuando llegué a casa no podía articular palabra o lo hacía mal. En mi cabeza lo decía todo bien pero ya en el box del hospital me preguntaban mi nombre y el DNI y era incapaz de decirlos. Me mordía la lengua por la impotencia. ¡No me entienden! Ahí me angustié porque pensé 'si me quedo así de por vida…'».

Platos de plástico

La rápida llamada de su tío al hospital y el hecho de vivir a apenas unos metros del hospital de Cruces, «al otro lado del puente», probablemente le salvaron la vida e hicieron que las secuelas fueran mucho menores de lo que podían haber sido. «Tuve suerte», reconoce. Al producirse el ictus en el hemisferio izquierdo de su cerebro, Estebe tiene algunos problemas en el lado derecho de su cuerpo. En ocasiones pierde la fuerza en su mano derecha. «Uso platos de plástico porque estoy harto de que se me caigan y romperlos», cuenta. A veces nota «como un entumecimiento» pero otras pierde la sensibilidad de repente. «He tenido que dejar de cocinar. Me pasó teniendo cogida la sartén y se me cayó el aceite en el brazo». También tiene menos fuerza en la pierna derecha. A ello se le añaden la fatiga –«aunque menos que en el hospital»– y algunos problemas para encontrar las palabras en momentos puntuales. «La ventana de recuperación es aproximadamente de un año», apunta Freijo. A partir de esos doce meses, apenas se producen mejoras.

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Estebe fue uno de los 7.500 casos de ictus que se registraron en Euskadi el año pasado de un total de unos 90.000 en todo el país. Pese a que se trata de una de las principales causas de mortalidad –es la segunda causa de fallecimiento entre las mujeres y la tercera en ambos sexos–, la mejora de los tratamientos y la rápida intervención han reducido el número de muertes en un 2,8% en la última década, según datos ofrecidos ayer por Osakidetza con motivo del Día Mundial del Ictus.

De escalar a pasear a Roko

También es el primer motivo de discapacidad. Estebe reparaba grúas altas en Sidenor. Ahora está de baja. Con esa pérdida de fuerza en la mano, no podrá volver a su antiguo trabajo. Antes del ictus, este joven baracaldés con el cuerpo lleno de tatuajes hacía deportes de contacto, culturismo, buceo, escalada… Pero también fumaba y salía de fiesta. «El 90% de los ictus suceden por causas evitables. La principal es la hipertensión, seguida del tabaquismo, el sedentarismo, el colesterol alto… Si además de controlar la hipertensión, el colesterol y la diabetes, mantenemos una alimentación equilibrada, evitamos el tabaco y el consumo excesivo de alcohol, y practicamos ejercicio de forma regular, estaremos reduciendo enormemente la probabilidad de sufrir un ictus», insiste la doctora Freijo.

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«No fue fácil asimilar pasar de cien a cero», reconoce pasado más un año Estebe. Durante seis meses necesitó de ayuda psicológica. Pese a todo, no se queja «viendo lo que hay por ahí. Puedo caminar, puedo hablar bien… He tenido que hacerme a la idea de que deberé llevar una «vida más tranquila». Ahí entra su perro, Roko, un american bully «que es un toro y un poco vago». «¿Un consejo para otros jóvenes que pasen por esta situación? Que se tomen las cosas con tranquilidad, correr no sirve de nada. Y que lo que se hace pasa factura».

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