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Alumnos de un instituto sueco corren a celebrar su fiesta de graduación el pasado miércoles. Reuters
El riesgo del ansiado contacto con el otro

El riesgo del ansiado contacto con el otro

Celebraciones de todo tipo provocan brotes que ponen a prueba a los servicios de salud pública y en peligro la desescalada

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Lunes, 8 de junio 2020, 00:21

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Un cumpleaños en Lleida al que asisten 187 personas, una serie de fiestas cruzadas de inmigrantes en un edificio de viviendas de Gotinga (Alemania), una comida de despedida de un médico en un hospital madrileño, una reunión de la alta sociedad cordobesa a la que acude desde Bélgica un aristócrata contagiado, una ceremonia religiosa en una iglesia baptista de Fráncfort, unos almuerzos familiares en Tenerife donde un asintomático infecta a ocho comensales… Miles de personas están en cuarentena en Europa por incumplir una de las directrices básicas durante la larga vuelta a la normalidad: evitar las concentraciones humanas. «El coronavirus todavía está circulando, y las reuniones de mucha gente son oportunidades que le damos», advierte el virólogo Raúl Ortiz de Lejarazu, director emérito del Centro Nacional de Gripe.

«Si la enfermedad no se ha extendido más y está siendo controlada, es porque la gente ha cumplido las normas», destaca el sociólogo Xabier Aierdi. Desde que estalló la pandemia, 4.500 millones de personas se han aislado voluntariamente para frenar la expansión del coronavirus. Pero, como animal social que es, el ser humano necesita del contacto con el otro. Después de semanas de confinamiento, resulta «absolutamente perdonable que el primer día que pudimos salir hubiera personas que hicieran algo inconveniente. Había mucha gente en el metro de Bilbao, en las playas… Pero ese tipo de cosas se autorregulan y el segundo día ya no fue igual, porque la gente tiene el miedo metido en el cuerpo. Por otro lado, siempre habrá una minoría de inconscientes que no respete las reglas. Pero la mayoría está respetándolas y viendo, a la vez, cuánto de lo antiguo puede recuperar», argumenta el profesor de la Universidad del País Vasco.

A la psicóloga Helena Matute también le parece que «se han cumplido las normas mientras han sido claras y asumibles. Cuando por motivos de salud se establecieron las franjas horarias, se respetaban. Cuando por motivos económicos se permitieron las reuniones de grupos en terrazas a cualquier hora, seguramente hubo gente que no veía razón alguna para no reunirse en el parque que está al lado de la terraza». La catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto reconoce que el encierro ha sido muy duro y cree que, ahora que las medidas se están relajando, hace falta que nos recuerden «continuamente» cuál es la situación real para que no nos confiemos ni hagamos cosas que favorezcan rebrotes. «Podemos vivir con ansiedad, con precaución y con miedo, pero eso no puede prolongarse en el tiempo. También necesitamos ver a la familia y a los amigos. Y, cuando te dicen que ya prácticamente no hay contagios y puedes reunirte con amigos en los bares, puedes llegar a pensar, erróneamente, que no hay peligro».

«Uno no se infecta por lo que hace, sino por cómo lo hace. Si en un sitio va a ser imposible guardar la distancia de seguridad, o no entras o correrás un riesgo. Hemos tenido un confinamiento durísimo y, de repente, en la fase 1 podemos reunirnos diez personas en una terraza. Eso transmite una falsa sensación de seguridad», coincide Ortiz de Lejarazu. El aislamiento ha propiciado que descienda la circulación del virus, pero no ha acabado con él. «Una vez que empieza a caer el número de casos, la circulación de un virus sigue bajando al haber muchos menos infectados. Pero, si uno hace todo lo posible por reunirse con gente, está multiplicando las posibilidades de encontrarse con un portador», indica el virólogo. «Sal a correr, sal a caminar, vete a pescar, siempre y cuando no estés entre la multitud», recomienda a sus compatriotas en esa línea Anthony Fauci, el asesor médico de la Casa Blanca.

«No hay que bajar la guardia»

El epidemiólogo Pedro Gullón considera la situación esperanzadora, pero también aboga por la cautela. «La capacidad de transmisión del virus es muy grande y la probabilidad de un rebrote, muy alta. Que podamos hacer ciertas cosas no significa que las debamos hacer todos». La detección y contención de los últimos brotes en reuniones y celebraciones que se saltan las normas es una buena señal porque, dice el vocal de la Sociedad Española de Epidemiología, «demuestra que somos capaces de encontrarlos y actuar sobre ellos aislando a los contactos». Durante la desescalada, el control de focos de la enfermedad por parte de los servicios de salud pública está sirviendo de ensayo ante una posible segunda ola pandémica en otoño o invierno, cuando el objetivo principal será evitar la transmisión comunitaria. «Además, de la asociación de esos episodios con situaciones donde las medidas de seguridad no se cumplen -sea en concentraciones por ocio o en entornos laborales-, podemos inferir que esas medidas pueden hacer disminuir la aparición de brotes».

Como el aislamiento social ha sido parecido en todo el mundo, no hay país libre de concentraciones indeseadas a pesar de las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Gullón entiende que, después de meses de encierro, la gente intente recuperar su vida normal lo antes posible, pero recuerda que «el virus no ha desaparecido» y hay que tener presentes «las máximas medidas de seguridad posibles». Aunque la transmisión sea más baja en espacios abiertos, ahora que llega el verano «no hay que bajar la guardia y se debe mantener la distancia de seguridad y la higiene de manos, usar la mascarilla si es necesario y evitar las multitudes». La celebraciones de fiestas y botellones son algo marginal, recalca Aierdi, quien añade que hay riesgos que ya corremos la mayoría, como ir a los bares y estar a una distancia unos de otros menor que la aconsejada.

«Todos nos movemos en el margen entre lo que no está totalmente fuera de lo razonable y el límite del riesgo. Es inevitable como seres humanos que indaguemos hasta dónde podemos llegar. Una madre me comentaba el otro día cómo es posible que para las colonias verano se hayan puesto unas normas prácticamente imposibles de cumplir y, sin embargo, podamos beber unas cervezas con cuatro conocidos sentados en una mesa de una terraza», dice el sociólogo. Estamos tanteando el camino desde el confinamiento hacia una normalidad marcada por la convivencia con el coronavirus hasta que haya vacuna. «Estamos buscando, en todo el mundo, el punto medio entre no facilitar las cosas al virus y darle a la vez un poquito de alegría a la vida, a la economía, al ocio…».

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