«Hemos quitado la manilla de ventanas y puertas para que mi hija no huya ni se suicide»
Convivir con alguien con trastorno mental agudo sume a la familia «en un estado constante de estrés e incluso de miedo»
Eran las 'prefiestas' del pueblo y Javier había dejado salir un rato a la niña. «Al cabo de un rato me llamó un policía municipal para contarme que mi hija Sandra, que entonces tenía 12 años, estaba ofreciendo servicios sexuales en la calle a cambio de dinero o droga. Se había acercado a unos chicos y estos, sorprendidos al ver que era poco más que una cría, avisaron a una patrulla. Cuando el agente habló con ella, le dijo que ya se había prostituido antes».
Esa fue la segunda vez que ingresaron a Sandra. La primera fue tras el primer intento de suicidio. «Se hacía cortes en los brazos con la cuchilla del sacapuntas y llegó a saltar la valla de la terraza para tirarse». Hubo un tercer ingreso: «A los doce días de recibir el alta la segunda vez se escapó de casa con una navaja para pegarse con una chica del colegio que había dicho no sé qué de ella».
A Javier, su padre, un comercial de Segovia de 52 años, le ha costado «poder verbalizar siquiera» todo esto. Pero ahora no tiene inconveniente en contar «con pelos y señales» el drama y las dificultades de convivir con alguien que sufre un trastorno mental agudo. El de Sandra está todavía por diagnosticar. «Los psiquiatras dicen que es demasiado pronto para saber si es bipolar, si sufre trastorno límite de la personalidad… Cuando cumpla 16 años (ahora tiene 13) sabremos más».
En su contexto
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29% de la población en España sufre algún trastorno mental. La ansiedad es el más frecuente.
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9 psiquiatras por cada 100.000 habitantes hay en España. El «rango óptimo» esde 13 a 15.
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4.000 personas se suicidan al año en España, según datos de la Sociedad Española de Psiquiatria y Salud Mental (SEPSM).
Para entonces, Sandra llevará media vida de comportamiento disfuncional. «Empezó a manifestarse a los 8 años. Tenemos mellizas y a mi otra hija, Nora, le diagnosticaron autismo con esa edad. Aunque es un autismo funcional y habla y va al colegio, su madre y yo nos volcamos con ella. Fue a partir de ese momento en el que nuestro interés se centró en su hermana, cuando Sandra empezó con conductas disruptivas». Cuenta Javier que siempre había sido «una niña a la que le gustaba llamar la atención: 'Mamá, papá, mirad lo que he hecho'», así que cuando les dijeron en el colegio que la niña había quemado unos papeles con un mechero pensaron que era «una travesura». «Le hicimos saber que eso estaba mal, le castigamos y lo aceptó».
«Está hipersexualizada»
Pero las 'travesuras' dejaron pronto de serlo. «Su mal comportamiento ha ido escalando hasta alcanzar niveles estratosféricos. En casa nos reta todo el tiempo, se niega a cumplir los castigos, está hipersexualizada, así que lleva seis o siete meses sin móvil porque lo utilizaba para enviar fotos suyas de carácter sexual y se metía en chats a hablar a saber con quién. En el colegio empezaron a llamarnos una media de dos veces por semana porque faltaba a clase o la liaba en el aula. Se subía a la mesa y se ponía a bailar, se metía en otra clase, cuando el profesor le pedía que sacara el cuaderno o el libro le desafiaba…». Este año Sandra solo ha ido cinco días al instituto. «Le acaban de expulsar semana y media por amenazar de muerte a una compañera. En el instituto no pueden gestionar algo así».
Así que «la única alternativa» que tienen de momento es encerrarla en casa. Literalmente. «Hemos quitado los tiradores de las ventanas por miedo a que se suicide, las habitaciones tienen cerradura digital para que no entre porque nos robaba ropa, dinero, el móvil… La puerta de casa está cerrada siempre con llave y las llaves, escondidas porque su obsesión es escaparse. Pero solo es cuestión de tiempo que lo haga porque ya ha desencajado la puerta de la cocina para entrar a coger comida».
Así que Javier y Asun, su mujer, son ahora «sus carceleros». «Para controlarla hay que estar a dos metros de ella porque, si cedes un poco y le dejas salir un rato, vuelve al cabo de seis horas o te llama desde el teléfono de un desconocido diciendo que se ha ido a otro pueblo a 30 o 40 kilómetros y que vayas a buscarla. Nos hemos enterado de que pide dinero a la gente: 'Hola, ¿me das un euro para el autobús?'. Y como es una niña educada, se lo dan. Ella está ansiosa por escapar, por vivir aventuras y por exponerse al riesgo».
Sentimientos contradictorios
Esta huida literal de Sandra es también una «huida metafórica», explica Julia Rosa Bilbao, psiquiatra de IMQ. «Busca escapar de su malestar, ya sea yéndose lejos, tomando drogas, autolesionándose… Son conductas desadaptativas que no solo dañan a la persona, también a la familia», que experimenta «sentimientos contradictorios». «Le quieres pero, a la vez, te desespera porque cuando en casa hay una persona con trastorno mental condiciona el ambiente y hace vivir a toda la familia en continuo estrés e incluso con miedo. Estar pendiente de que tu hija no se suicide es muy duro», reconoce la experta.
– ¿Cómo conquistar un rato de paz, de cotidianidad?
Javier: Tanto su madre como yo procuramos mostrarnos cariñosos con Sandra. Y tenemos un perro que, curiosamente, nos ha dado un poco de 'cemento' para poder vernos como una familia. A mi hija le encantan los animales y lo cogimos para que crease vínculos con él. Lo ha conseguido. Claro que si un día le dejamos sacarle a pasear, el paseo lo alarga cuatro horas. La última vez que salió, hace cuatro días, estuvo fumando porros.
Se acabó la normalidad. Que siempre es poca y hay que «trabajarla». «En los casos de enfermedad mental el entorno familiar es clave», advierte la psiquiatra. «Debe proporcionársele al enfermo un ambiente coherente y con los límites claros. Si alguien tiene un problema de adicción no podrá salir de juerga con los amigos porque eso supone meterse en la boca del lobo. El problema es que, a veces, los padres caen en contradicciones. Como ven 'bien' a su hijo, le dejan salir un rato. Y eso nunca funciona. Hay que hacer como con los niños pequeños, señalarles las normas y no ceder porque solo así se les proporciona una estructura».
Javier ya no cede. «Sandra lleva dos meses castigada. En este tiempo habrá salido tres o cuatro días, como mucho. Aunque debemos demostrarle que confiamos en ella y debe sentir que tiene cierto control de su vida, hemos tenido que poner límites muy claros». Y eso implica, al menos por ahora, no salir apenas a la calle. «No es por miedo a que se junte con malas amistades, porque, en su caso, la mala amistad es ella misma. Ha ido perdiendo a casi todas sus amigos porque no quieren acabar mal, no dejan de ser adolescentes de 13 años que aún conservan un punto de inocencia».
Así que Sandra vive poco menos que recluida. «Llegar a casa es otra prueba más. Hace solo dos días de la última bronca gorda. Da igual la causa, si es porque le has mandado recoger la habitación y se niega o si es porque le ha quitado el móvil a su hermana y le pedimos que se lo devuelva… Sandra se aprovecha de Nora, le quita el teléfono, la ropa... Antes, Nora no nos lo contaba, solo se ponía a llorar de la impotencia. Pero ahora ha asumido que, de vez en cuando, Sandra estalla».
En lista de espera
También lo tiene asumido Javier. «Estamos desgraciadamente acostumbrados». Lo están, dice, porque no les ha quedado otro remedio. «El otro día Sandra pegó a su madre, intentamos que la ingresaran, por cuarta vez. Pero los médicos nos dijeron que no. Estamos en lista de espera para entrar en un centro educativo terapéutico, una especie de hospital de día donde recibiría terapia y formación».
Eso proporcionaría a la familia un poco de alivio. Porque veinticuatro horas de convivencia con una hija a la que a ratos no reconoces, confiesa Javier, «es terrible». «Aunque haya trastorno mental, el hijo o la hija cariñoso que fue está ahí de alguna manera», señala a propósito de esto la psiquiatra. Y advierte de que la adolescencia es una etapa especialmente dura. «El cerebro está cambiando y los chavales necesitan construirse una identidad, compararse con los de fuera. Por eso es importante que los padres mantengan el vínculo. Su hija querrá escaparse de casa pero debe saber que siempre puede volver».
¿Cómo hacerle llegar el mensaje? «No hay que juzgarla –'eres un desastre', 'ya está bien', 'no hay quien te aguante'– porque rompe el vínculo, sino expresarse con afecto: 'Echo de menos la época en la que hablábamos'. Claro que es tan difícil cuando ya estás tan harto de todo…».
«Los familiares se 'enganchan' al enfermo y se olvidan de sí mismos»
Javier ha vuelto hace un mes a trabajar. «Estuve un tiempo de baja pero he preferido regresar. Sé que estaría mejor en casa, pero necesito tener un mínimo de normalidad en mi vida. Es mi manera de cuidarme, yendo cada mañana a trabajar y no ocultando lo que sucede. Lo saben mis compañeros, mis amigos de confianza… Me dicen que tengo el cielo ganado». A la fuerza se lo tiene que ganar día a día. «Yo ahora me siento fuerte, pero mi mujer lleva cuatro meses de baja, tiene los hombros 'congelados' del estrés. Ver a una hija en esa situación te genera una tensión difícil de llevar».
De hecho, confirma la psiquiatra Julia Rosa Bilbao, los familiares de enfermos mentales suelen sufrir trastornos del estado de ánimo. «Es normal que presenten ansiedad o depresión. Muchas veces no se dan cuenta porque viven pendientes de los altibajos de su madre o de su hijo enfermo y se olvidan de ellos». La profesional habla incluso de «enganche». «Si el enfermo está bien, ellos están bien; pero si está mal, se mimetizan. Eso genera una situación de codependencia agotadora».
Lo viven así especialmente los padres que tienen un hijo o una hija con enfermedad mental, como es el caso de Asun y Javier. «Cuando se trata de un hijo es muy difícil de llevar porque los padres sienten ese compromiso moral de ayudarle siempre. Hasta el punto de que hay madres que pagan las deudas de sus hijos e incluso las drogas si son adictos. ¿Cómo no hacerlo si han amenazado a su hijo en caso de que no devuelva el dinero?», pone el ejemplo la experta.
Cuando el enfermo es el padre o la madre –dice– es distinto, aunque también complejo. «Para la pareja es durísimo porque le falta el otro apoyo y los hijos crecen con un modelo de referencia que no es el adecuado. Por eso es importante que tengan otros soportes (padre, madre, abuelo, tíos…) que cubran la falta. El niño debe entender que cuando su padre tiene una crisis no es su padre, que está enfermo. Si no entiende eso, crecerá de forma inestable».
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