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Los fármacos contra la obesidad han llegado para quedarse. La buena respuesta que los especialistas han visto en los pacientes en seguimiento han trasladado su uso al ámbito de la cirugía bariátrica, donde se utilizan ya de dos maneras distintas. Por un lado, los pacientes ... comienzan a consumirlos un mes antes de las intervenciones con el fin de bajar algo de peso antes de llegar al quirófano. Esta simple medida contribuye a procurar un mejor resultado quirúrgico. Después de las operaciones, las terapias también ayudan a evitar que el paciente recaiga, según explicó el endocrinólogo Fernando Goñi en la última sesión del foro Encuentros con la Salud de EL CORREO.
Según explicó el experto, la cirugía para la reducción de estómago –como conoce la mayoría de la población a este tipo de intervenciones– no garantiza que el paciente no vaya a ganar peso. Eso, en realidad, sólo sucede en un 60% de las ocasiones, aproximadamente. «Es normal que se gane algo, pero hay un grupo de pacientes que, pasados dos años o dos años y medio recuperan mucho más de lo que desearíamos», detalla. Justo en ellos es en quienes se utilizan inyecciones adelgazantes como Ozempic o Wegoby.
El problema de la cirugía bariátrica, en realidad de la lucha contra la obesidad en general, reside en que sus resultados están condicionados en parte a la voluntad del paciente. La reducción de estómago –una intervención que se practica sólo en caso de obesidad mórbida, es decir, enfermiza– requiere de un cambio de hábitos por parte del afectado, que ha de comenzar a vivir de una manera más saludable.
Por mucho que uno se haya intervenido, comer mal, no hacer ejercicio y dormir de manera inadecuada favorecen la obesidad. «El pilar de cualquier tratamiento para perder peso es cambiar a un estilo de vida saludable, y luego ya, si vemos que esto no funciona, podemos plantearnos otras soluciones terapéuticas», añade el experto. Cualquier dieta que no incluya el compromiso del paciente está llamada al fracaso», recalca.
Esa nueva vida alimentaria ha de basarse, según explica, en el consumo de legumbres, cereales, vegetales, pescado y, como mucho, carne blanca. Roja, ni hablar. Mantenerla en la dieta no sólo puede mandar al traste la cirugía, sino que además su cuerpo no la va absorber bien. La falta de nutrientes que generará su carencia tendrá que suplementarse con vitamina b12.
Los fármacos como Ozempic ayudan a los afectados a cumplir los objetivos marcados, porque inhiben el funcionamiento de unas proteínas llamadas incretinas (GLP-1), que son determinantes en la diabetes tipo 2 o adquirida. No solo mejora los niveles de glucosa, sino que tienen como efecto secundario que rebajan la ansiedad y reducen el apetito.
«Han llegado en el momento adecuado, porque todos los fármacos que veníamos utilizando no eran eficaces ni seguros», detalla el experto. La mayoría de los pacientes eran tratados con un derivado de las anfetaminas, que propiciaba muchos y graves efectos secundarios. En otros casos, se les daba hormona tiroidea, que adelgaza, pero también daña el corazón y los riñones, entre otros órganos. «Los nuevos fármacos son otra cosa, aunque también requieren control médico. Lo contrario, como se ha visto, está destinado al fracaso», advierte Goñi.
La cirugía de la obesidad se realiza en la actualidad con dos técnicas. La gastrectomía tubular o manga gástrica consiste en limitar la capacidad del estómago, que pierde su aspecto de bolsa y adopta la de un tubo. El llamado by-pass gástrico reduce al máximo el tamaño del espacio estomacal y desvía, además, los jugos digestivos del páncreas por un conducto alternativo.
«Los nuevos tratamientos están llamados a facilitar mucho la vida de los pacientes, pero todavía está por ver hasta qué punto son financiados por el sistema público de salud», advierte el experto. Su alto coste dificulta seriamente el cumplimiento de las terapias. El tratamiento puede ser crónico, y sale por unos 300 euros al mes.
Los nuevos medicamentos contra la obesidad se administran mediante inyecciones, que los pacientes han de pincharse una vez a la semana. Los laboratorios farmacéuticos trabajan ya en más de 30 nuevos prototipos, que buscan afianzar y mejorar los actuales resultados clínicos. En la búsqueda de ese objetivo, una de las alternativas que se plantean es la de dar con una pastilla que facilite la vida a los pacientes.
Existe ya una que ha comenzado a utilizarse en terapias clínicas, pero que, según el endocrinólogo Fernando Goñi, su uso resulta aún demasiado engorroso. La píldora se debe tomar todos los días una hora antes de desayunar y sin ninguna otra medicación. Lo único que puede acompañarla es un poquito de agua para ayudar a pasarla.
«¿Eso es cómodo?», se pregunta el experto; y se responde. «Pues no lo sé. Si me dieran a elegir entre tener que levantarme siempre una hora antes para tomarme la pastilla con todos los condicionantes que exige o pincharme una vez a la semana, yo lo tengo claro», afirma. «Las inyecciones son una vez a la semana y ni te enteras de ellas, porque no duelen absolutamente nada». La ciencia, entretanto, continúa trabajando.
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