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«Mi madre hablaba sin sentido y pasaba horas postrada en la cama con los ojos cerrados. Un domingo fuimos a visitarla al hospital su ... hermana y su cuñado, mi hija (su nieta) y yo. Cuando entramos en la habitación, abrió los ojos y nos habló. Nos dijo que quería lavarse y teñirse el pelo. Me quedé de piedra y mandé a mi hija a por tinte. Pasamos dos horas con ella, hablando, riendo... De repente, parecía que estaba bien. Salí a acompañar al ascensor a mis tíos, que ya se iban, y cuando regresé la encontré en la cama, aturdida. En un momento, abrió los ojos y me apretó la mano. Luego murió. Yo no entendía nada».
Tampoco tenía explicación la milagrosa y repentina mejoría de otra mujer, de 83 años y cinco con alzhéimer avanzado. «Pasó de dormitar veinte horas y necesitar ayuda para todo a, de un día para otro, levantarse para ir sola al baño y leer 'The New York Times'. Cuatro días después, a la vista de su estado, le dieron el alta. Murió la noche siguiente».
Son dos de los 400 casos que ha recopilado Alexander Batthyány, director del Instituto de Investigación en Psicología de la Universidad Pázmàny Péter de Budapest y autor de 'El umbral' (Errata Naturae), una investigación sobre el fenómeno de la lucidez terminal, «una recuperación inexplicable que experimentan poco antes de su muerte algunos pacientes que han perdido las facultades mentales». El fenómeno «no es nuevo», aunque «durante mucho tiempo no hubo intentos de estudiarlo, ni siquiera de reconocer su existencia», advierte Batthyány. «Hay informes desde la antigüedad, pero se consideraban meras curiosidades clínicas, demasiado infrecuentes y carentes de base científica».
Batthyány, también director del Instituto Viktor Frankl en Viena, lleva diez años «tratando de desentrañar» en qué consiste la lucidez terminal a través de los testimonios de familiares que asistieron a este episodio en las horas o días previos al fallecimiento de un allegado que tenía las facultades mentales mermadas (o anuladas) por el alzheimer u otra demencia, por derrames o tumores cerebrales o porque sufría deterioro cognitivo grave por otra causa. «Empezamos a recopilar casos contemporáneos en Viena y encontramos demasiados como para ignorarlos», asegura en entrevista con este periódico.
Él mismo lo vivió con su abuela: «Padecía una demencia vascular y apenas podía hablar. Un día, mi madre me llamó y me pidió que telefoneara inmediatamente a mi abuela. Hablamos diez minutos y la escuché dulce como siempre y sin señales de confusión. Fue como reencontrarme de nuevo con ella», relata. No volvieron a tener ocasión de hablar porque falleció poco después. Aquel episodio avivó su interés profesional por conocer más sobre «el misterio» de la lucidez terminal, un camino aún poco explorado.
– ¿Cómo ha reaccionado la comunidad científica y médica ante sus investigaciones?
– Aunque nos encontramos ante un fenómeno paradójico, genera más interés de lo que se piensa. El Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos financia investigaciones sobre este tema y hay un creciente número de equipos por todo el mundo que estudian sus implicaciones clínicas, teóricas y psicológicas. El debate surge cuando se plantea la interpretación del fenómeno. Aún sabemos muy poco sobre él, por lo que cualquier cosa que intentemos decir hoy, cualquier modelo teórico para explicarlo, probablemente necesitará corregirse.
De momento, es una incógnita. «Las neuronas no se recuperan ni se reproducen a gran escala, desde luego no en el breve lapso en el que se produce la lucidez terminal», concede el experto. Y refiere que esta recuperación repentina dura poco, «entre 10 minutos y horas» –solo una décima parte de los casos investigados duraron más o menos–.
El autor coincide con quienes defienden que con el conocimiento actual que se tiene sobre las demencias –«son enfermedades irreversibles»–, la lucidez terminal se antoja «muy improbable» porque precisamente lo que sugiere esta recuperación es que «grandes formaciones celulares volvieran a crecer de manera espontánea y ordenada en las redes funcionales del paciente en un tiempo mínimo, permitiéndole el acceso a la memoria y a la función cognitiva plena».
Un mecanismo que, «dado que la persona morirá en pocas horas o días, tendría poco sentido funcional y evolutivo» –según los datos de su estudio, los pacientes fallecen «entre unos minutos y dos días después».
Esa es la base científica que desafían los testimonios de quienes han visto a sus familiares experimentar un «regreso» que ningún médico ha podido explicar. En la investigación que se resume en 'El umbral', el autor establece cuatro niveles de lucidez: desde la comunicación verbal «casi normal» (categoría 1) a gestos «en apariencia lúcidos» (categoría 4). «El 78% de los pacientes presentaba una comunicación clara», aunque al basarse en la percepción de los testigos, «las recuperaciones drásticas podrían estar sobredimensionadas».
La investigación de Batthyány también identificó «cuatro temas de conversación» entre los pacientes que recuperaron sus facultades antes de morir: «recuerdos familiares, cercanía de su muerte, últimos deseos y cuestiones relacionadas con el hambre y la sed. «Mi madre padecía demencia severa y llevaba cuatro semanas sin hablar. De repente nos dijo que quería sentarse junto a la ventana y comer chocolate. Fui a comprarle sus chocolatinas preferidas. Nunca vi a nadie tan contento como ella aquel día».
Javier Camiña es vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Reconoce que, aunque la lucidez terminal «no es un parámetro clínico relevante, este concepto se emplea». Y apunta la teoría que parece «más coherente» para explicar este extraño fenómeno de repentina, breve y efímera recuperación cognitiva en personas con demencia. «En este tipo de pacientes la muerte suele llegar por un fallo multiorgánico provocado por una hipoxia, una disminución del oxígeno en la sangre. Esas concentraciones bajas del nivel de oxígeno podrían favorecer nuevas conexiones entre neuronas o el restablecimiento de conexiones previas debilitadas, en una especie de 'último intento' para tratar de compensar la hipoxia», explica el neurólogo.
«No es algo que se pueda demostrar con claridad, pero esa es la dirección». Porque, «aunque las demencias graves son enfermedades progresivas en las que el empeoramiento es continuo, existen fluctuaciones». En enfermos de alzhéimer se suele notar incluso cada día: «Al atardecer, es habitual que la persona enferma se muestre más confusa y desorientada, pero es algo transitorio y al día siguiente se encontrará mejor, más lúcida».
Estos episodios y otros similares de mejoría se conocen como «lucidez paradójica» y son fruto de esos cambios (fluctuaciones) en el nivel de la función cognitiva que se manifiestan durante el desarrollo de la enfermedad. La lucidez terminal, aunque «efímera», apunta a una recuperación mayor, «aunque difícil de valorar», advierte el portavoz de la SEN.
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María de Maintenant e Iñigo Fernández de Lucio
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