«Yo en una esquina y mi mujer en la otra»
El actor y director bilbaíno disfruta asomándose a las ventanas con vistas a la ría e imaginarse «la vida de los demás»
Ramón Barea se refiere al coronavirus como «esta cosa» y de inmediato pregunta si le voy a inquerir sobre cómo está sobrellevando «esta cosa» en casa. Contesto que sí y él responde con un grandilocuente «¡sin moverme!». «Nos repartimos el espacio. Yo trabajo en una esquina y mi mujer, Irene, en la otra». Evidentemente, bromea. ¿O no? Por algo es actor, y de los grandes, este bilbaíno universal que ve pasar la vida desde amplios ventanales de su casa de la calle Marzana, con espectaculares vistas a la ría -«observarla fluir me da mucha tranquilidad»- y al Mercado de la Ribera. Dice que hoy (por ayer) «he amanecido bien, muy bien», pero con «esa inquietud de saber cada día qué está pasando con estas cifras tan terribles». «¡Normal que la gente se salte las páginas de las esquelas!», expresa.
Sale a la calle «lo justo». Vamos, como todo el mundo, para hacer «las cosas más básicas», y de nuevo, rápido de vuelta a casa. «No tenemos perro y, por tanto, tampoco coartada, aunque ahora mismo noto que sucede como en el final de 'La trinchera infinita'. Nadie se fía de nadie cuando sale a la calle». Pero, la ventana, ay esa ventana, cuánto juego le da para imaginarse «la vida de los demás». «Me asomo a la calle y pienso 'adónde irá este', '¿de dónde saldrá aquel?'».
«No tengo perro y, por tanto, tampoco coartada, pero lo poco que salgo noto que nadie se fía de nadie»
Estos días, sin embargo, no le hacen falta guiones con una realidad desbordada por lo que Barea llama «la pandemia estrella». Él, por si acaso, toma sus precauciones. «Soy muy obediente y sigo los consejos de la gente que supuestamente sabe de esto», esgrime. Ya tomó sus prevenciones en el rodaje de 'Voces', una película «curiosamente de miedo», matiza, y en cuya recta final, realizada en las postrimerías de febrero en la localidad madrileña de Colmenar de Oreja, todo el equipo andaba ya con las mascarillas puestas. «Antes de que saltaran todas las alarmas, nos imaginábamos que todo lo que les estaba pasando a los chinos se iba a parar o controlar». Pero...
En casa, Barea e Irene tampoco se descuidan. Tienen su propio manual de instrucciones. Abren las ventanas «nada más levantarnos y dejamos correr el aire». Y, claro, se entregan a lo que casi todo el mundo. A leer y ver «alguna peli», aunque también han descubierto «el placer» de hacer cosas que antes «no podíamos hacer». «Irene también es actriz y, a veces, el trabajo te lleva a no estar juntos en el mismo lugar. Hay mañanas que nos levantamos con cierta inquietud oculta y nos preguntamos '¿cómo estás? ¿cómo te sientes?' Con un pequeño estornudo te echas a temblar. Convertimos una cosa simple en algo terrible, pero...».