El deseo irrefrenable por lo dulce también es innato y se hereda
Un grupo internacional con participación vasca demuestra la existencia de una anomalía genética que nos hace propensos a la comida con azúcar, lo que abre las puertas a fármacos que controlen la apetencia
El irrefrenable deseo por lo dulce tiene también una explicación genética. Un grupo de investigación internacional del que forma parte el laboratorio vasco CIC Biogune ... ha comprobado con ratones y humanos la existencia de una anomalía genética que protege frente al irrefrenable deseo de comer alimentos azucarados. El hallazgo abre las puertas al desarrollo de medicamentos que ayuden a controlar la ingesta de azúcar, una de las claves de la actual epidemia de sobrepeso y obesidad que padece la población occidental, según ha explicado a EL CORREO el científico italiano Mauro D'Amato, profesor de investigación de Ikerbasque y colíder del grupo de trabajo que firma el hallazgo. No será tarea fácil, porque la falta de complejo enzimático que protege frente a pasteles, galletas y chocolate también está relacionado con el padecimiento de una enfermedad, que es el síndrome de intestino irritable.
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Del azúcar suele decirse que endulza la vida, pero lo cierto es que también la amarga. Miles de españoles mueren cada año por abusar del que se considera el principal enemigo de la dieta saludable, por encima de las grasas y la sal. Necesaria para la supervivencia humana, sólo a causa de la diabetes -la principal enfermedad ligada a su consumo- cada año fallecen en España en torno a unas 25.000 personas. Este simple dato da una idea del alcance del estudio en que ha participado CIC Biogune. La revista de impacto científico Gastroenterology, la más reconocida del mundo en la especialidad, ha recogido los resultados del trabajo este mes de noviembre.
Ensayo con más de 140.000 voluntarios
El profesor Peter Aldiss, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) dirigió la investigación, en la que también participó activamente la investigadora Mette Korre Andersen, del Centro de Investigación Básica en Metabolismo de la Fundación Novo Nordisk en Copenhague (Dinamarca). El trabajo coordinado de los tres grupos de trabajo ha permitido delimitar que los ratones carentes del gen de la sacarasa-isomaltasa (SI) tienen una menor ingesta y preferencia por lo dulce. Ni les tienta ni les apetece.
Visto el resultado, el grupo decidió comprobar de algún modo si en las personas podría ocurrir lo mismo; y lo corroboró mediante el seguimiento a 6.000 personas de Groenlandia y otras 134.766 que forman parte del Biobanco del Reino Unido. Efectivamente, los groenlandeses con una incapacidad completa por digerir la sacarosa (que es lo que provoca la falta de este gen) consumían menos alimentos ricos en esta sustancia. Los británicos con un defecto en el gen SI, en este caso parcialmente funcional, también mostraban una menor preferencia por este tipo de productos.
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«Aunque resulte complicado, es posible controlar la adicción al azúcar; ahora sabemos dónde tenemos que atacar»
Mauro D'Amato
Investigador CIC Biogune, profesor de Investigación de Ikerbasque
El trabajo sugiere que la variación genética analizada no solo modula la cantidad de dulce ingerido, sino también hasta qué punto nos gustan los productos azucarados. La pregunta que se plantea llegados a este punto es si con el conocimiento adquirido sería posible diseñar una medicación capaz de modular el deseo por el azúcar sin que, lógicamente, se le genere al paciente un problema de intestino irritable. Sería como cambiar una enfermedad por otra... Pero Mauro D'Amato asegura que sí, que aunque «resulte complicado», el descubrimiento permite concluir que «es posible controlar la adicción al azúcar. Ahora sabemos dónde debemos atacar».
«Estamos ante un hallazgo relevante», valora el científico. «Piense que sólo la diabetes afecta al 10% de la población occidental», argumenta. El exceso de calorías provocado por el azúcar está directamente relacionado con esta enfermedad y también con la obesidad, causa determinante de enfermedades tan mortales como las cardiovasculares y los infartos cerebrales. La investigación, en consecuencia, se enfrenta ahora al desafío de desarrollar terapias capaces de «reducir el consumo de sacarosa de la población y mejorar su salud digestiva y metabólica«.
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El azúcar que consumimos
El descubrimiento «lógicamente» no implica que, algún día, pueda llegar a evitarse la enfermedad sin necesidad de actividad física. Una dieta adecuada, acorde al patrón mediterránea, es tan necesario para la vivir con salud como hacer ejercicio, dormir de manera adecuada y socializar.
La evidencia científica recomienda que el consumo de azúcar se limite a 50 gramos de azúcar al día, una cantidad que la Organización Mundial de la Salud se vio obligada a rebajar a la mitad con el fin de contener la epidemia occidental de sobrepeso y obesidad. ¿Cuánto son 25 gramos? Como cinco cucharadas de una cuchara de postre, y debe tenerse en cuenta que no solo suma la que se echa directamente del azucarero, sino también la que contienen los alimentos de forma natural.
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Si un terrón de azúcar contiene cuatro gramos, una fila de onzas de chocolate contiene el equivalente a dos terrones (8). ¿Le parece poco? Cuatro galletas con pizcas de chocolate son ocho terrones (32 gramos), un botellín de refresco de cola, 13,5 terrones (54 gramos, más que lo que recomienda no ya la OMS, sino la ciencia)... y una tableta de turrón de chocolate crujiente, 35,5 terrones, es decir 142 gramos de azúcar.
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