La inquietante evolución de la pandemia en agosto augura un otoño crítico
La evolución de la pandemia este mes ha revelado que el virus es más fuerte de lo previsto y la sociedad, más débil
Agosto ha traído dos desengaños amargos: el virus es mucho más fuerte de lo que se esperaba, y nosotros mucho más débiles. Lo primero tiene ... que ver con la resistencia del patógeno a las altas temperaturas, que ha echado por tierra la suposición inicial de que perdería vigor durante el verano. Lo segundo se refiere a la incapacidad de buena parte de la sociedad para mantener la disciplina en un momento crucial.
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Ambos factores han abonado un escenario alarmante porque un mes que inicialmente se preveía tranquilo -Osakidetza animó a los sanitarios a cogerse vacaciones- termina con las cifras más altas de contagios registrados desde que llegó al virus: 866 casos notificados ayer, el récord absoluto en un solo día. En fin, que la segunda ola de la pandemia ya está aquí y no ha habido que esperar hasta octubre.
La situación no sólo es difícil ahora, sino que dibuja un escenario endiablado para el otoño. Incluso para antes. Llega el momento de iniciar las clases, de la vuelta al trabajo... Todo ello supone más contactos entre personas en entornos cerrados muy parecidos a campos de minas. Y quién sabe cómo se comportará el virus. Cómo convivirá con la gripe común y con los resfriados. Y cómo va a asumir el sistema sanitario la avalancha de casos por estas tres patologías que a menudo presentan síntomas similares y que incluso pueden convivir en un mismo individuo. Sólo la gripe ya tensa el sistema en un año normal. «Cuando comiencen a llegar los procesos catarrales va a ser muy difícil gestionar la presión asistencial y determinar qué es Covid-19 y qué no», asume el presidente del Colegio de Médicos de Bizkaia, Cosme Naveda.
Presión para el sistema
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Sintomatología Va a ser muy difícil determinar qué son gripes, resfriados o Covid-19
«La percepción es que no tenemos ni idea», admite Jesús Merino, presidente de la Sección de Medicina Familiar y Comunitaria de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao. Ni siquiera sabemos «cómo va a afectar el frío» a la virulencia del coronavirus. Eso sí, el experto apunta como aspecto positivo que las mismas mascarillas que nos protegen contra el Covid-19 también reducirán contagios de las otras enfermedades.
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Como ocurre desde marzo, el futuro es un misterio. Pero no lo es el pasado inmediato, del que quizás se pueda aprender algo. ¿Qué ha ocurrido en este último mes y medio para que todo se haya torcido? Porque, sí, ha ocurrido en sólo mes y medio. A principios de julio la política (por las elecciones) y la economía (por los efectos devastadores del confinamiento) competían en protagonismo con la pandemia, que parecía apaciguada. Hubo algún susto, como el brote de Ordizia. Pero la situación parecía controlada. Quizás ese fue el error: confiarse.
A mediados del mes pasado, el día 15, ante una ligera escalada en el número de contagios, el Gobierno vasco decretó el uso obligatorio de mascarilla. La primera luz roja se encendió cuando se detectaron 60 nuevos contagios al día. Parecía mucho entonces. Visto ahora, con más de 800 casos diarios, una levedad.
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Aquella semana también arrancó con la imposición de medidas restrictivas en la hostelería (distancia de seguridad, limitación de aforo...) porque buena parte de los contagios estaban ligados al ocio. De hecho, la inmensa mayoría de los positivos eran jóvenes. Y la cosa se fue encabritando porque cinco días después los infectados diarios ya superaban el centenar. Se cerraron los centros de día, las colonias, y se restringió el acceso a residencias de ancianos.
La bola de nieve siguió creciendo. El Departamento de Salud puso el foco en los jóvenes y sus fiestas, y también en el hecho de que en muchas ocasiones no respetaban las cuarentenas a las que estaban obligados por estar contagiados o tener riesgo de estarlo. Julio terminó superando los 200 positivos diarios, situación que el Gobierno vasco identificó como un 'diente de sierra'. Es decir, algo puramente coyuntural.
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Pues no. Entró agosto, y todo se vino abajo. En la primera semana de este mes los contagios aumentaron un 56% con respecto a la última de julio, un avance muy superior al que la consejera de Salud, Nekane Murga, había considerado un crecimiento controlado (el 10%). Ahí hubo una especie de punto de inflexión. El día 7 la máxima autoridad sanitaria vasca admitió por primera vez que la segunda ola de la pandemia había impactado en Euskadi y asumió un discurso más dramático, seguramente con la esperanza de acabar con la relajación en las medidas de prevención en la que había caído buena parte de la sociedad. Dijo Murga entonces que muchos de los contagiados en esos momentos acabarían en el hospital y algunos fallecerían. Entonces ya habíamos superado los 300 nuevos positivos diarios.
Un par de días después fue el lehendakari, Iñigo Urkullu, quien trató de meter más presión a la ciudadanía en busca de responsabilidad y, tras pedir sensatez, puso sobre la mesa la posibilidad de decretar toques de queda.
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Agua. El virus entró en las residencias, los positivos seguían creciendo, y el día 14, hace algo más de dos semanas -cuando ya se habían superado las 500 infecciones diarias- Urkullu anunció la reactivación de la emergencia sanitaria en Euskadi. Era el precio por los desmanes de las semanas anteriores, casi siempre vinculados al ocio y las reuniones familiares que las autoridades habían implorado limitar al máximo. Las imágenes de multitudes descontroladas en lo que se pasó a conocer como las 'no fiestas' (en Vitoria, en Getxo, en Gernika...) resultaban deprimentes y obligaban a intervenir a Ertzaintza y policías municipales.
Cuando entró en vigor la emergencia sanitaria, el día 17, el balance de nuevos positivos había superado los 600 casos diarios. Y desde el Ejecutivo de Vitoria imprimían un punto más de dramatismo para concienciar a la gente de que esto iba en serio. Le tocó a la consejera de Desarrollo Económico, Arantxa Tapia, quien alertó de que un nuevo confinamiento prácticamente haría «desaparecer» la economía vasca.
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Prevención
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Conductas irresponsables «Desde que terminó el confinamiento la sociedad ha fallado» por no tomarse en serio la amenaza
El Gobierno, con el paraguas legal del estado de emergencia, tomó algunas medidas -para muchos, tarde-: el cierre del ocio nocturno, la prohibición de reunirse más de diez personas, la obligatoriedad de consumir sentados en los bares... Todo para frenar la expansión de un virus que en solo un mes se había desbocado. Los hospitales vascos empezaron a reservar plantas para enfermos covid.
Hace una semana se superaron ya los 700 nuevos casos al día, y en los últimos días se batieron récords. Más nuevos infectados que en los meses trágicos. Es cierto que ahora muchos son asintomáticos, que se va a por ellos, que se hacen muchas PCR. Pero lo cierto es que no dejan de crecer. Igual que los fallecimientos: 19 en una semana. «Esto va para largo», ha admitido Urkullu. Eso sí, descarta otro confinamiento. Eso sería un golpe fatal para la economía vasca, que entre febrero y julio sumó más de 27.000 parados, hasta llegar a los 143.360. Y aún están pendientes los ajustes anunciados por potentes firmas industriales como Tubacex, ITP Aero, Aernnova, Siemens Gamesa... ¿Y el turismo? Agosto ha sido un desastre porque apenas ha venido gente del extranjero. «Están mal las cosas por allí, ¿no?», tuvieron que escuchar muchos vascos que han salido a otras comunidades. Porque, eso sí, la gente de Euskadi ha llenado las regiones vecinas.
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Ahora toca arrancar el curso con los contagios en máximos, transmisión comunitaria y, por si fuera poco, grupos de negacionistas que pese a ser marginales tienen capacidad para envenenar aún más la situación.
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