La realidad del alzhéimer: a la espera de que los avances en investigación lleguen a los enfermos
La investigación ha dado pasos de gigante desde 2022 pero el diagnóstico para los enfermos resulta igual de demoledor que hace dos décadas
Auguste Dieter tenía 51 años cuando su marido, un trabajador ferroviario, la internó en uno de los hospitales de Frankfurt, la ciudad alemana en la ... que vivían. Allí trataban a enfermos psiquiátricos y epilépticos. Esta ama de casa llevó una vida más o menos normal hasta que en 1901 empezó a sufrir problemas de memoria, delirios y a gritar y llorar durante horas por la noche. Obsesionado con el caso, un psiquiatra se ocupó de ella durante los cinco años que permaneció en el centro, hasta su muerte el 8 de abril de 1906. En la autopsia, el médico encontró en el cerebro de Auguste varias anormalidades. Le llamaron la atención sobre todo una especie placas que se habían acumulado en el órgano. Aquel médico se llamaba Alois Alzheimer. Auguste fue la primera paciente en el mundo a la que se le diagnosticó con la más común de las demencias.
Más de cien años después, la investigación ha avanzado poco y mucho. Poco porque todavía no se sabe lo más importante, qué causa la enfermedad y cómo se cura. Y mucho porque en los últimos años se han dado grandes pasos adelante. «Si la pastilla es la cima del Everest, las investigaciones son la base. Son indispensables porque para llegar a la cumbre, primero hay que pasar por la base de la montaña», explica Nora Bengoa, investigadora Ikerbasque del Achucarro Basque Center of Neuroscience. Quizás los mejores ejemplos de ello son los dos medicamentos actualmente aprobados para tratar de revertir la enfermedad, los primeros en los últimos 20 años. «Es un gran cambio, por fin tenemos algo. Se ha abierto una puerta, pero todavía no es más que una rendija», matiza Alfredo Rodríguez-Antigüedad, jefe de Neurología del Hospital de Cruces y especialista en el IMQ. El neurólogo explica que a día de hoy, «ninguno de ellos se administra ni en España ni en Euskadi».
Prácticamente no hay semana que no se publique una investigación sobre esta demencia incurable. «Si no me dedicara a otra cosa más que a leerlas, tampoco me daría tiempo a seguirlas todas», reconoce la experta. Solo en los últimos meses se ha destacado el papel que juega el litio en la enfermedad, el efecto protector que parece tener la vacuna contra el herpes o la relación con las enfermedades gastrointestinales. «Tras unos 10 o 20 años estancados, desde 2022 ha aumentado mucho el conocimiento. Vivimos momentos muy importantes. Estaríamos en el cuerpo de la montaña», dice Bengoa.
Sin embargo, el diagnóstico de alzhéimer –el día mundial de la enfermedad se celebró hace justo una semana– sigue siendo tan demoledor ahora como hace dos décadas: ni hay cura ni se la espera de forma inminente. «Los medicamentos de los que disponemos son más o menos los mismos. Lo que sí ha mejorado es el tratamiento sintomático, la implicación de los médicos, la calidad del sueño de los enfermos y la colaboración con los servicios sociales», asegura el neurólogo de Cruces, que lleva 30 años tratando a pacientes.
Para un 10% de pacientes
El arsenal de medicamentos contra esta enfermedad neurodegenerativa se dividen básicamente entre los que se dirigen a mantener sanas las neuronas todavía no afectadas –uno de los más habituales es la rivastigmina, los parches para la memoria que cualquier familiar de un enfermo conoce– y los que tratan de eliminar las placas que Alzheimer encontró en el cerebro de Auguste. Se trata de una especie de grumos microscópicos formados por una proteína llamada amiloide –también hay grasa y la proteína alfa-sinucleína, propia del párkinson– y de unos ovillos compuestos de otra proteína, la tau. El resultado es una especie de cortocircuito que lleva a la pérdida de memoria y al resto de síntomas que caracterizan a una demencia que afecta a unos 40 millones de personas en todo el mundo.
Lo que hacen el lecanemab y el donanemab es «reducir estas placas y frenar en un 35% el deterioro cognitivo. Consiguen que se mueran menos neuronas», dice Rodríguez-Antigüedad. Pero su administración tiene muchas pegas. La primera, que solo serían aplicables a un 10% de los pacientes o menos. «Los requisitos son que los pacientes se encuentran en una fase muy inicial de la enfermedad, que tengan depósitos de amiloide en el cerebro y que no tengan la copia de un gen que les hace proclives a sufrir efectos secundarios». Otra es el precio, entre 40.000 y 60.000 dólares. La logística también es muy complicada. El lecanemab se administra por vía intravenosa cada 15 días en el hospital, requiere de un proceso de selección muy intenso y de un seguimiento igualmente intenso con resonancias cerebrales. «No son como una pastilla de paracetamol», resume Bengoa.
Ambos expertos destacan que posiblemente el siguiente gran paso en la batalla contra el alzhéimer es su detección en un análisis de sangre. Actualmente, las dos formas de confirmar la enfermedad son la punción lumbar y la Tomografía por Emisión de Positrones (PET). En la práctica, apenas se realizan por todas las complicaciones que implican. Los síntomas suelen bastar para diagnosticar la patología. Y para cuando se hacen evidentes, ya han muerto muchas neuronas. «Se espera próximamente. Falta por establecer qué niveles de proteína tau son indicativos de la enfermedad, de la misma manera que hay unos baremos para la diabetes», detalla el neurólogo. «Incluso podría llegar a indicar la fase en la que se encuentra. Es un unicornio al que hay que llegar porque incluso podrían rescatarse tratamientos descartados», añade la neurocientífica.
Los daños en el cerebro: se pierde el equivalente a una naranja
En la autopsia que Alois Alzheimer hizo del cerebro de Auguste Dieter encontró algo todavía más evidente que las placas de amiloide: el órgano se había encogido. La pérdida de materia cerebral de estos enfermos se calcula en unos 140 gramos, una cantidad enorme si se tiene en cuenta que su peso total ronda el kilo y medio. En otras palabras, esos 140 gramos es el equivalente a una naranja.
Esta poderosa imagen fue empleada en una impactante campaña llevada a cabo en Reino Unido que contó con la colaboración del actor Samuel L. Jackson «El poder detectar a pacientes en etapas tempranas tiene un valor incalculable, ya que uno de los problemas que tenemos a día de hoy en las enfermedades neurodegenertivas es que los pacientes llegan al médico cuando el daño ya está hecho. Las terapias que desarrollamos buscan parar el deterioro, no devolver a la vida a neuronas que ya han muerto», destaca Nora Bengoa.
A la espera de que llegue la ansiada cura, la especialista recuerda lo que podemos hacer en el día a día para disminuir el riesgo de padecer esta patología: educación, reducir el colesterol malo, evitar los traumatismos, la diabetes, la hipertensión y la obesidad, no fumar ni consumir drogas y hacer actividad física. La contaminación es otro factor. «A todo el mundo le fastidia la zona de bajas emisiones pero respirar aire limpio ayuda a reducir el riesgo».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión