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Iraitz Casillas y María Rego
Domingo, 10 de septiembre 2023, 15:00
El aeropuerto de Loiu está acostumbrado a los reencuentros en cada aterrizaje, pero este domingo se respiraba una emoción diferente en los abrazos, en los ... besos, en esas miradas al otro lado de la puerta de llegadas. Allí se esperaba a los primeros vascos que regresaban a casa tras vivir el horror del terremoto que se ha cobrado más de 2.000 vidas y una cifra aún mayor de heridos en Marruecos. «Miedo, hemos pasado mucho miedo», repetía la mayoría de los pasajeros que pisaban tierra procedentes de Marrakech, uno de los rincones del país norteafricano más golpeados por el seísmo del pasado viernes. Ninguno hubiera imaginado cuando sacó el billete de ida que se traería un recuerdo tan terrible de la conocida como ciudad rosa.
En uno de los dos vuelos que conectaban el domingo la terminal de Menara (Marrakech) con la vizcaína –con llegada a las 7.00 y a las 13.45 horas– iba Iñaki Hernández con sus amigos, una cuadrilla de treintañeros de Bilbao y Urduliz que acababa de comprar unos cuantos souvenirs cuando el suelo comenzó a temblar y se desató el «caos». «Estamos ya en casa, tranquilos y descansados», resumía en 'La Paloma' tras el susto que les llevó a pasar el último día de su escapada a Marruecos dentro de un aeropuerto, el lugar que supusieron más seguro. «Había mucho silencio, la gente susurraba, se sentía el respeto por lo que había ocurrido», describía sobre esas horas. El ambiente en Loiu era muy diferente, con familias y amigos que aguardaban a los supervivientes del terremoto agarrados a ramos de flores, globos y alguna pancarta de bienvenida.
El cansancio, la tensión acumulada desde la devastadora sacudida, se percibía entre quienes un par de horas antes se encontraban en la turística Marrakech. Lo normal cuando estás en la habitación de un hotel y notas que todo a tu alrededor comienza a temblar, como le ocurrió al grupo de vizcaínos en el que viajaba Bosco Aranguren. «Lo primero que pensamos es que era un atentado. Pasamos mucho miedo», reconocían ya de vuelta estos amigos que habían volado a Marruecos con intención de hacer cima en varios picos de la cordillera del Atlas. El guía de montaña, y antes remero, Lur Uribarren hablaba al aterrizar de la «impotencia» de no poder ayudar a las víctimas del seísmo. «Nosotros somos unos privilegiados porque estamos aquí. Allí hay gente que lo ha perdido todo», insistía Iñaki antes de subirse al autobús que une Loiu con Bilbao.
Entre quienes llegaron en los dos primeros vuelos desde Marrakech hasta Euskadi había también algunos marroquíes que transmitían la preocupación por sus familiares y el estado en que ha quedado su país. «El hotel todo caído, gente muerta», acertaba a decir una mujer, cubierta con el hiyab, a la que el temblor de 7,2 grados le sorprendió mientras dormía. A otros de los viajeros que tomaron tierra en 'La Paloma' les pilló en mitad de un espectáculo con caballos y tardaron unos segundos en darse cuenta de que «no era una broma».
La donostiarra Begoña Hernández destacaba el domingo entre los pasajeros que desfilaban por la terminal vizcaína por la tranquilidad con la que expresaba su experiencia con el terremoto. «Nos sacaron del hotel a la calle y al bajar vimos varios desprendimientos, pero nada alarmante», narraba. Un rato después descartaron dormir a la intemperie y «muy pachorras volvimos a la habitación». Pero su relato sosegado era la excepción porque la mayor parte de los viajeros sólo recobró la tranquilidad al pisar Loiu. «Sanos y salvos». A alguno incluso le tocó consolar a sus allegados, como a una joven abrazada a su madre: «Tranquila, ama, tranquila».
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