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El piscolabis ·

El 25% de las familias pierde al menos una vez en la vida a sus hijos en verano

Jon Uriarte

Sábado, 21 de julio 2018, 00:40

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No puede ser. Hace un instante podía verles. Y ahora estoy solo. No conozco a nadie. Todos me miran con curiosidad. Una señora con traje de baño de flores y un gorro que me provocará pesadillas se ha acercado para preguntarme por mis padres. Si lo supiera iba a estar hablando con ella, con la lágrima a punto de desbordarse. Y eso que llevo poco rato así. Pero pasa el tiempo. Quizá han sido quince minutos, pero parecen quince siglos. Alguien coge mi mano. Pero me suelto. Lo de no ir con extraños ha calado hondo. Casi tanto como mis pies en la arena húmeda. Comienzan a ponerse morados. Demasiado tiempo dentro del agua. A lo lejos veo al socorrista. Le conozco porque hace dos veranos me curó una picadura de salvario. Así que voy hacia él.-¿Te has perdido?-pregunta. Y entonces, rompo a llorar.

Es pura estadística. Una de cada cuatro familias pierde a su hijo o hija durante las vacaciones de verano. Puede ser en playas, piscinas, centros comerciales, hoteles o parques. Vamos que lo de Chencho no fue tan raro. Así lo asegura una encuesta europea en la que han preguntado a 3000 padres de diferentes países con alma turística. Lo que no deja de resultar curioso. Porque uno pensaba que lo de perderse era cosa del ayer. Cuando no existía la actual hiperprotección, te soltaban a las diez de la mañana y no volvías hasta la hora de comer. Algo que, en verano, era tirando a tarde. Y lo mismo sucedía antes de la cena. Pero se ve que extraviarse es algo que llevamos en el ADN desde el origen de los tiempos. Seguro que el primer homínido que cambió de aires con la llegada del calor y se fue con la familia a otro bosque perdió al nene un rato. Lo justo para llevarse un susto. Porque ese es el punto clave. Muchas vivencias se diluyen en la memoria. En cambio no conozco a nadie que se haya olvidado de aquél día en que se perdió.

Hagan memoria. Porque la cifra que arroja la encuesta parece escasa. Una de cada cuatro familias. ¿Solo? Suena a que alguien no ha contado la verdad. Por el qué dirán o para parecer la «Casa de la Pradera» versión siglo XXI. No cuela. He realizado una rápida encuesta entre los cercanos y sale que siete de cada diez se perdió alguna vez. Dos no lo recuerdan y una cree que jamás vivió algo así. Pero también asegura que el final de «Los Serrano» fue bueno, así que igual no es la persona más adecuada para preguntarle nada. En fin, hagan ustedes la prueba en su entorno. Ojo, no hablamos de perderse cuatro días en un bosque, aunque también hay casos, sino de ese rato angustioso que va de mirar las musarañas a despistarse de los mayores. Porque, no lo neguemos, el adulto puede pecar de despistado pero el infante o la infanta llevan de serie abstraerse de todo y perder la noción de dónde están o a dónde han ido. Como una compañera de trabajo que nos contaba esta semana cómo se perdió tres veces en el mismo centro comercial. La primera por quedarse contemplando una llave inglesa mientras su padre continuaba caminando por el pasillo de las herramientas. La segunda por creer que era buena idea esconderse bajo un radiador. No pregunten la razón porque no logró explicarlo. Y la tercera sucedió en la mismísima cola de la caja. Estaba agarrada al carro de su madre. Y, de repente, estaba agarrando el carrito de una pareja. Es de esos casos tan extraños que debería ser estudiado por el señor ese bajito de barbas que saca en su programa Iker Jiménez. Porque algo debe suceder para que el acto de perderse sea cuestión de segundos. Como si entrásemos en otra dimensión o fuésemos abducidos. Y luego está la reacción de los adultos.

El 75% de los progenitores encuestados respondieron que, al descubir la desaparición, habían pedido ayuda a otros miembros de la familia o a los amigos. El 49% se había dirigido a extraños para preguntar si habían visto a la criatura desaparecida. Y por último, significativo dato, sólo el 12% había alertado a policías. La razón que ofrecía la mayoría era que «les daba vergüenza confesar que habían perdido de vista a un menor a su cargo». Lo que viene siendo miedo a que les consideren adultos irresponsables o algo peor. Una actitud que casa bien con la historia que nos contaba otro compañero de trabajo. Al menos en tres ocasiones, que recuerde pero pueden ser más, sus padres se olvidaron de él y no le fueron a recoger al colegio. El padre por la madre y la madre por el padre, al final el niño tenía que plantarse donde la recepcionista del centro para contarle que, una vez más, se habían olvidado de él. Una situación que le agobiaba tanto o más que verse abandonado. Y lo mejor de todo es que, aún hoy en día, sus padres niegan los hechos.-Eso no pasó jamás-le dicen con aire indignado. Pero sucedió. Tres veces o más. Aunque, por suerte y en este caso, el recibimiento fue agradable.

Porque la gran pregunta, la definitiva y clave, no aparece en este estudio. Y es cómo reciben esas familias a la hija o al hijo perdido cuando han regresado a casa. Tiene Ernesto Sevilla un memorable monólogo al respecto en el que cuenta cómo tenía tendencia a perderse. Y que al ver a sus padres en la lejanía, corría por la playa hacia ellos y escuchaba sus gritos de felicidad por verle de nuevo. Pero, según se acercaban, el gesto cambiaba y al llegar a su altura su padre le arreaba un guantazo. Entonces, padre y madre exclamaban a coro-¡Vaya susto que nos has dado! Y al escucharlo, Ernesto contestaba-¡Pues anda que yo, que esperaba un abrazo y me he llevado una host...!-. Conozco a mucha gente que vivió lo mismo. Por eso esta encuesta se queda corta. Entre ustedes y yo, repasando los datos, me da que alguno se les ha perdido.

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