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Los 180 cardenales que han participado este miércoles en la séptima de las congregaciones generales, las reuniones previas al cónclave del que saldrá elegido el ... sucesor del Papa Francisco, han conocido los «problemas y desafíos» que sufren las finanzas vaticanas, amenazadas con llegar a la bancarrota, así como las «propuestas» para que puedan alcanzar la «sostenibilidad» de manera que quede garantizada la labor del próximo obispo de Roma. Lo ha explicado el portavoz vaticano, Matteo Bruni, al dar cuenta de cómo se ha desarrollado el último encuentro de purpurados, en el que había presentes 124 cardenales menores de 80 años y que por tanto, podrán participar en las votaciones en la Capilla Sixtina, que comienzan el 7 de mayo.
Hoy han tomado la palabra los miembros del Colegio Cardenalicio encargados de las cuestiones financieras, entre ellos el alemán Reinhard Marx, coordinador del Consejo para la Economía. Este organismo lleva desde el principio del pontificado de Jorge Mario Bergoglio tratando de cuadrar las cuentas de la Santa Sede, que sufren un desequilibrio estructural que amenaza la propia supervivencia de la institución. Los presupuestos de 2023, aprobados en julio de 2024 y publicados con sordina en la página web de la Secretaría para la Economía, pues nunca nunca fueron presentados a los medios, arrojan un déficit operativo de 83,5 millones de euros. El año anterior fue de 78,2, una cifra más baja gracias a los ingresos por la venta del edificio en Londres que está en el centro del escándalo financiero que provocó la condena al purpurado Giovanni Angelo Becciu, desposeído además por Francisco de sus derechos cardenalicios. Su posible presencia en el cónclave propició una polémica concluida ayer cuando el propio Becciu anunció que renunciaba a entrar en la Capilla Sixtina.
El déficit que cada año arrojan las cuentas de la Santa Sede se ha salvado hasta ahora gracias en parte al Óbolo de San Pedro, el fondo que recoge las limosnas que los fieles hacen al Papa para costear obras de caridad y el mantenimiento de la Iglesia católica. Según ha podido saber este diario, a finales del 2024 se gastó todo el patrimonio que podía hacerse líquido del Óbolo, que en 2023 recogió alrededor de 51 millones de dólares. Ese colchón ya se ha dilapidado y a partir de ahora la Santa Sede deberá buscar otras vías para cuadrar sus cuentas. Será sin duda una de las 'patatas calientes' para el próximo Papa, aunque Francisco ya le ha dejado parte del trabajo hecho.
Preocupado por el déficit estructural de la Santa Sede y la dificultad para reducir los gastos de los más de 150 organismos que la componen, Francisco rechazó inicialmente los presupuestos de 2025, como adelantó la revista 'Vida Nueva'. Era la primera vez que ocurría algo así. El Papa argentino solo aprobó los del primer trimestre para que, en ese tiempo, diversos dicasterios realizaran nuevos recortes que permitieran reducir el desequilibrio. De los 1.235 millones de euros que la Santa Sede gastó en 2023 para su funcionamiento operativo, la mayor parte se dedicó a los 'ministerios' encargados de las tierras de misión, las obras de caridad y la comunicación, así como al funcionamiento de la Secretaría de Estado, que se ocupa de la acción diplomática. Estos eran también los organismos a los que se pidió que se ajustaran más el cinturón. Tenían hasta finales de marzo para presentar sus nuevas previsiones financieras para 2025, a las que dio 'luz verde' el Consejo para la Economía a pesar de la enfermedad de Francisco, de manera que los presupuestos de 2025 finalmente pudieron ser aprobados.
Cuando tome posesión del cargo el nuevo Papa, por tanto, no se encontrará el difícil escenario económico que habría supuesto la prórroga de las cuentas del año anterior, con el riesgo de que se disparara aún más el déficit. La amenaza a medio plazo es que una vez consumido todo el patrimonio que pueda hacerse líquido, como ha ocurrido con los fondos del Óbolo de San Pedro, se llegue a la quiebra. El objetivo de 'déficit cero' planteado inicialmente por el Pontífice argentino parecía cada vez más lejano por culpa de la inflación, que pesa tanto en los gastos energéticos y de otro tipo como en los sueldos de los cerca de 4.000 empleados de la Santa Sede. El aumento de los precios supone 10 millones de euros más de gastos cada año. También suscita preocupación el fondo de pensiones de los trabajadores, aquejado de un «grave desequilibrio» que provocará que entre en quiebra «a medio plazo» si no se toman «decisiones no fáciles» que requerirán de «sensibilidad, generosidad y disponibilidad al sacrificio», como desveló el propio Francisco el pasado mes de noviembre. Ya antes el Pontífice había reducido el sueldo de los cardenales, entre otras medidas de austeridad.
La solución para el problema financiero de la Santa Sede la puede tener el próximo Papa en su propia casa. Hay más opciones aparte de los recortes y del aumento de los ingresos, como intentó Bergoglio al crear el pasado 11 de febrero, tres días antes de su hospitalización, una nueva comisión encargada de incentivar las donaciones entre los fieles, los episcopados y otros eventuales benefactores. El sucesor de Francisco también podría cuadrar las cuentas de la Santa Sede si acaba con la autonomía financiera de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, el organismo que gestiona el minúsculo Estado y que el año pasado registró un beneficio de 90 millones de euros, gracias en buena parte a las entradas que pagan los más de 6,8 millones de personas que visitaron los Museos Vaticanos.
La Gobernación aportó el año pasado 15 millones de euros a la Santa Sede, la mitad que antes de la pandemia, aunque tendría capacidad para enjugar con sus cuentas todo el déficit. También el Instituto para las Obras de Religión (IOR, la antigua banca vaticana) genera beneficios que podrían dedicarse a cuadrar las cuentas. Aunque Francisco ha dado pasos adelante en la transparencia y en la profesionalización de la gestión financiera, será al próximo Papa a quien le toque completar la reforma económica para evitar la bancarrota de la Santa Sede.
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