Móviles de alta gama, tatuajes nuevos... ¿Con 11,5 euros de paga?
Los casos de abusos por parte de los propios educadores proyectan una larga sombra difícil de esquivar
«Los educadores cada vez están más formados y, en un alto porcentaje, ellos son los que dan la voz de alarma y denuncian ante ... la Fiscalía o el Juzgado de Instrucción», señala Elena Ayarza, responsable de la Oficina de Infancia y Adolescencia del Ararteko. Pero basta un solo caso de abuso por parte de un educador para alargar la sombra. Y no ha sido uno. «El daño es mucho mayor porque los niños generan un vínculo con sus educadores, que son su nuevo 'núcleo familiar'. Es terrible que abuse de ti quien debe cuidarte y protegerte», advierte la psicóloga Noemí Pereda.
Uno de los casos más mediáticos fue el del exmarido de la exvicepresidenta de la Comunidad Valenciana Mónica Oltra. Trabajaba como educador en un centro religioso y fue condenado en 2022 a 5 años de prisión por abusar de una adolescente de 16 años «entre dos y diez ocasiones». «La niña era castigada por su mal comportamiento a dormir sola en una habitación. Llamaba al acusado, que trabajaba en el turno de noche, y le pedía que le hiciera un masaje porque no podía dormir. Cuando creía que estaba dormida le cogía la mano y se masturbaba mientras ella fingía descansar».
El psicólogo municipal
En Murcia, otro educador fue condenado a 6 años de cárcel por abusar de una interna de 15 a la que llevaba en su coche a un descampado. Y pendiente de juicio está el educador de Aia (Gipuzkoa) que habría recompensado con comida, dinero y dejándole el móvil a una menor tutelada por la Diputación de la que abusó sexualmente durante tres años.
También en el País Vasco, la comunidad con más centros tutelados tras Cataluña y Andalucía, estalló otro caso sonado: nueve hombres, entre ellos el psicólogo que trabajaba en los servicios sociales municipales, fueron condenados por explotar sexualmente a siete menores tutelados. Les pagaban entre 20 y 100 euros por sexo y, con ese dinero, los chavales compraban ropa cara y teléfonos de alta gama, algo imposible de costear con la paga de 11,5 euros que les daban en el centro.
«Esa es una de las señales de alarma –alerta Noemí Pereda–. En Mallorca, las sospechas empezaron con los tatuajes que las niñas traían cada dos semanas. Costaban un dinero que ellas no tenían». Que porten objetos que no pueden permitirse es un síntoma de que podrían estar siendo víctimas de explotación sexual.
'Soy una puta, ¿y qué?'. La frase que tiene que hacer saltar las alarmas
Explica la psicóloga Noemí Pereda que existe una herramienta de detección precoz que utilizan muchos educadores en la que se advierte de decenas de cuestiones que podrían ser indicativo de que los menores están sufriendo abusos. Entre estas señales de alerta que incluye la «posesión injustificada de dinero, joyas, móviles u otros objetos de valor», figura «el consumo problemático de pornografía, el absentismo escolar, el uso de ropa hipersexualizada, que sufra ataques de ira, que tenga un lenguaje sexualizado (pollo, coño, cómemela, guarra, zorra...) con expresiones como 'soy una puta, ¿y qué?'), problemas para conciliar el sueño, autolesiones, tatuajes que indiquen pertenencia a bandas o propiedad, relaciones sentimentales con un alto grado de dependencia...».
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