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Menuda y frágil como una gacela pero con el coraje y la determinación de una leona, así es la monja salesiana Áurea Arcos Risco, una ... misionera extremeña de 72 años, 154 centímetros de altura y 40 kilos de peso, que lleva diez años en África, los últimos tres en Chad, un país que en su mitad es puro desierto, que ocupa el puesto 190 del mundo en desarrollo humano y donde la esperanza de vida apenas supera los 53 años.
Áurea, que con su nombre (y corazón) de oro se mueve entre los más pobres, vive en la ciudad de Koumra, al sur de Chad, donde junto a otras dos religiosas salesianas lleva desde 2022 volcada en los niños y las familias de los poblados de la zona. Primero dotaron a los vecinos de acceso a agua potable, luego construyeron un colegio (la educación forma parte del ADN salesiano) y ahora quieren promover un centro de Formación Profesional para que los jóvenes de Koumra (sobre todo ellas, mucho más discriminadas por ser mujeres) puedan aprender un oficio que les permita quedarse en Chad sin tener que jugarse la vida en la ruleta de la inmigración y contribuyan de ese modo al desarrollo económico y social de su propio país.
«Aquí se cultivan cacahuetes y anacardos pero no saben aprovecharlos para que les proporcionen recursos económicos. Por eso hemos pensado en crear una escuela profesional que enseñe a los chicos y chicas a beneficiarse de sus materias primas», explica. Como los donativos escasean y los recursos de las hermanas salesianas son muy limitados para mantener los servicios que ya han puesto en marcha en Koumra, la misionera hace un llamamiento para que les echen una mano con alguna aportación que se puede canalizar a través de la ONG salesiana Vides.
Áurea, que es la pequeña de seis hermanos, nació en Orellana de la Sierra, un pueblecito de Badajoz, donde creció en el seno de una familia religiosa y humilde, pero rica en valores «como el amor al trabajo bien hecho, la honestidad, la justicia, la solidaridad y el respeto», recuerda la monja en una conversación vía guasap desde Koumra.
Inquieta e independiente, la joven Áurea se marchó con 18 años a estudiar a Madrid y en la capital empezó a trabajar en una oficina y a disfrutar de un sueldo que le permitía salir con los amigos, ir al cine, comprar ropa... Pero también se implicó en la parroquia de su barrio, el de San Bernardo, donde pudo conocer de cerca las necesidades de sus convecinos, muchos con problemas económicos, familiares o de salud.
Ante esa cruda realidad cambió sus escapadas de ocio por el acompañamiento de los más vulnerables, entregándoles lo que tenía: el dinero de su salario y su tiempo libre. «Esa ayuda me llenaba profundamente y era lo que daba sentido a mi vida. Entonces descubrí que Dios tenía un proyecto para mí, que era dedicar mi vida al servicio de los demás dentro de una institución religiosa».
Áurea se hizo salesiana con 26 años y ligó su labor al mundo educativo, aunque siempre tuvo en la cabeza ser misionera, un sueño que pudo cumplir con 62 años, cuando puso punto final a una brillante hoja de servicio que había iniciado como profesora de matemáticas y que culminó como directora de un colegio salesiano en Majadahonda (Madrid) tras casi un cuarto de siglo dirigiendo centros, desde Infantil a Bachillerato, incluida Formación Profesional.
Inmediatamente (tantas eran sus ganas de emprender la aventura de misionera) se marchó a Malabo, en Guinea Ecuatorial, luego a Camerún, hasta recalar en 2022 en Chad, siempre vinculada a tareas educativas con niños y jóvenes.
Cuenta la misionera que en Koumra no hay calles como las de España y que lo más parecido a una vivienda son las chozas, pero como el calor es tan asfixiante, la gente vive debajo de los árboles de mango, que con sus hojas perennes ofrecen cierto frescor para soportar un clima árido con temperaturas que rondan los 40ºC en estas fechas. «Bajo los árboles se cocina, se come (el menú nunca varía: harina de maíz y pescado seco), se duerme y se hacen las reuniones. Los profesores hacemos el recreo debajo de un árbol y allí también tenemos nuestros despachos», comenta.
Tras casi tres años allí, la religiosa se mueve como pez en el agua entre una población muy joven, con muchísimos niños, «que parecen salir de de debajo de las piedras... bueno de las piedras no, porque aquí todo es arena», bromea antes de ponerse más seria y decir que «aquí la gente es pobre, pobre, pobre». Pero lo que más le conmueve es su convivencia con los más pequeños. «Vienen al colegio sin desayunar y cuando acaban las clases se van a buscar leña para cocinar o para venderla. Ves a niños de cinco años llevando a sus espaldas a sus hermanitos pequeños», describe la misionera, que cree que ese complejo de Formación Profesional con el que sueña en Koumra podrá proporcionar un futuro a esos chicos y chicas.
Mientras tanto ella no cejará en su entrega hasta el final. «Si en los planes de Dios está que yo muera en Chad, aquí es donde me gustaría ser enterrada», sostiene. Pero antes, apunta, «quiero ver a los jóvenes de Koumra ilusionados con quedarse en su ciudad porque pueden vivir de lo que les rodea y pueden generar riqueza para el resto de la población gracias a nuestro centro de formación». Así que sólo faltaría añadir Amén. Pero antes Áurea nos pide un favor: que dejemos su email y su contacto por si alguien quiere conocer más sobre su proyecto. Aquí va: aureaarcos@gmail.com y 658 12 12 44.
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