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El hielo que cubre gran parte del planeta esconde miles de secretos: fósiles de los primeros seres vivos que habitaron la Tierra, bacterias microscópicas que ... ayudan a entender los ecosistemas actuales, burbujas que permiten cuantificar la concentración de CO2 de hace miles de años, e incluso utensilios que usaban nuestros antepasados. Ahora, gota a gota, debido al calentamiento global, esta historia se desliza por los glaciares o, directamente, sale a la superficie y despeja la incógnita de cómo era la vida en épocas pasadas.
Equipados con piquetas o perforadores, los investigadores han conseguido viajar en el tiempo hasta el Cretácico superior –unos 65 millones de años atrás–. «Tengo burbujas fósiles de la atmósfera de hace 1,2 millones de años», explicaba hace unos meses a este periódico José-Abel Flores, paleoclimatólogo y catedrático del Departamento de Geología de la Universidad de Salamanca. Durante sus expediciones, ha perforado el hielo antártico en busca de respuestas. A más de 17.100 kilómetros, arqueólogos noruegos del Consejo del Condado de Innlandet y el Museo de Historia Cultural de Oslo han viajado hasta la Edad de Hierro, hace más dos milenios.
No ha hecho falta una máquina del tiempo, ni siquiera un vehículo especial, ni tampoco maquinaria rudimentaria. Solo la acción humana. La subida de la temperatura media del planeta está derritiendo los glaciares –2024 cerró como el tercer año hidrológico consecutivo en el que las 19 regiones glaciares del mundo experimentaron una pérdida neta de masa, según la Organización Meteorológica Mundial– y basta con buscar pistas. «La mayoría de hallazgos recientes en zonas glaciares no se producen con palas, sino gracias al hielo derretido», señala Lars Holger Pilo, codirector de la iniciativa 'Secrets of the Ice'.
En 2016 una ola de deshielo en el glaciar de Digervarden, en las montañas noruegas, dejó al descubierto cientos de objetos. Ahora, estos picos han desvelado otros milenarios secretos de los primeros habitantes humanos del lugar. «Es un descubrimiento excepcional. No solo demuestra que se usaban los altos parajes en invierno, sino que, gracias a su estado casi intacto, podemos reproducir los esquís que usaban y experimentar cómo era esquiar en la Edad del Hierro».
Este hallazgo completa el puzle desvelado la pasada década. Hace siete años estos arqueólogos se toparon, a unos cinco metros de este nuevo descubrimiento, con un esquí de abedul. Ahora, han encontrado uno de pino y, aunque no son idénticos, los expertos apuntan a que fueron utilizados juntos. Lo más revelador del hallazgo es, sin embargo, que en otra época la vida humana transcurría en entornos casi imposibles. Las montañas en las que apareció esta pareja de esquís están por encima del límite arbóreo. «Cada hallazgo nos dice algo sobre cómo resistimos el cambio», señalan. Pero ahora nosotros somos los vulnerables.
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